Cristian Alarcón (Chile, 1970) es uno de los renovadores de la crónica periodística latinoamericana. Hace dos años ganó el Premio Alfaguara de Novela por El tercer paraíso. Ahora, todo es más movido, muchos más aviones y encuentros internacionales. Pero este argentino, que migró desde Chile a los seis años, lleva agitando la crónica periodística desde la Argentina de Menem de los noventa. Esa época que alguien quiso acuñar con la frase “pizza con champagne”; pero que escondía lugares mucho más oscuros, callejeros y liminales.
De esos años surgiría Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vidas de pibes chorros (2003), libro que sacudió el status literario argentino y que acercó a miles de nuevos lectores hispanoamericanos que apreciaron en su escritura personal una nueva manera de aprehender la realidad. En el volumen estaba presente el testimonio de los jóvenes que vivían en el cono suburbano bonaerense, pero también la propia experiencia subjetiva de quien escribía. Una experiencia donde el escritor ponía el cuerpo, viajaba y se sumergía en el mundo que narraba. Luego llegaría Si me querés, quereme transa (2010), donde Alarcón se introdujo en el mundo del narcotráfico urbano de Buenos Aires.
Desde hace siete años, Alarcón, a través de la revista Anfibia que dirige, viene colaborando con escritores, filósofos y artistas en un espacio de reflexión para afrontar desde nuevos parámetros el periodismo social y cultural. El objetivo es encontrar una manera de llevar la crónica fuera del discurso hegemónico, donde entren nuevas narrativas de lo real que puedan “hackear el sistema y poder reflejar el tiempo distópico y acelerado de este poscapitalismo”, como explicó esta semana el propio Alarcón en su conferencia en el espacio teatral de Timbre 4 de Madrid. “Vivimos en un momento 'supraliminal' en el que todo está al límite y en el que parece imposible entender, donde incluso existe una sensación de inutilidad en el acto mismo de intentar entender”, indicó.
Anfibia es una revista donde se cultiva la crónica y el ensayo con espíritu panamericano y la voluntad de poder contar las historias relegadas y silenciadas. Una revista transversal que además defiende una raíz popular que tienen su gran parangón en los podcasts que realizan. Desde episodios sobre la gran vedete Moria Casan con más de tres millones de escuchas; sobre el hundimiento del submarino Ara San Juan, que acaba de recibir un Premio Onda; o el que realizaron sobre Javier Milei justo antes de las elecciones en 2023, Sin control, y que destapó que hablaba desde el más allá con su perro muerto, Conan, que le decía estaba predestinado y tenía una misión. Una publicación fundada en 2012 que ahora, a través de los escénico, se abre a otros caminos.
Pinchazos, teatro y cumbia
De esas conversaciones y foros de la revista nació el festival Futuro Imperfecto, que se celebró justo cuatro días después de la subida al poder del presidente de Argentina Javier Milei en 2023. En él, aparte de charlas y conferencias, se presentaron varias piezas escénicas. Piezas sobre la dictadura chilena donde se destaparon los papeles secretos del espía de Pinochet, Álvaro Puga; o sobre la subcultura colombiana en Argentina, Pena y Pachanga, en la que se realizaba una performance e instalación fotográfica de las sesiones de salsa donde se reunían los migrantes. Entre esas obras también se presentó Testosterona, del propio Alarcón, que sube a escena su propia historia.
La de un niño que cuando comenzó a vestirse con los vestidos de su madre se le prescribieron medicamente ocho pinchazos de testosterona durante dos años para revertir su homosexualidad. Una condición que hasta 1990 fue concebida por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad. “Es importante para nosotros que una historia como la de los tratamientos de la conversión de la homosexualidad se trate públicamente, pero la obra también una reflexión sobre la masculinidad contemporánea”, explica el autor y actor que se confabuló con Lorena Vega, una de las directoras y actrices más interesantes del teatro bonaerense.
Es importante para nosotros que una historia como la de los tratamientos de la conversión de la homosexualidad se trate públicamente, pero la obra también una reflexión sobre la masculinidad contemporánea
Testosterona acabó estrenándose en la Avenida Corrientes. Alarcón cuenta a este diario que cada día de función, en el pasillo del Teatro Astros, con capacidad para más de 500 butacas, justo antes de subir a escena, se preguntaba muerto de miedo: “¿Quién me mandó a mi meterme en esta?”. Al consultarle de dónde y cómo surge ese nuevo camino, afirma que su relación con lo performático nació con sus primeras investigaciones “con pibes chorros o jóvenes ladrones en la década de los 90, cuando comienzo a ir frecuentemente a los barrios populares a investigar los asesinatos de la policía a niños o adolescentes menores de edad que eran mostrados públicamente como y parte de la eficiencia policial para controlar el delito”.
La desigualdad en Argentina siempre tuvo un relato fiel en el límite colindante entre las villas miseria y los barrios privados de grandes mansiones. Esa convivencia producía delitos “muy larvales, precarios, de niños que querían conseguir unos pinches pesos para comprarse pegamento y seguir en esa enajenación vaporosa. En ese acercamiento asumí que estaba más cerca de la performance que de la antropología”. Alarcón describe que para llegar a ese barrio tuvo que incorporar como método, “una estrategia física y corporal”. “Tuve que poner el cuerpo, lo esencial era el movimiento bascular de las zapatillas de los chicos, un movimiento que engarzaban con la cumbia, así que tuve que sacar al niño que fui y que bailaba en las ceremonias colectivas de San Juan en las celebrábamos el cumpleaños de mi abuelo”, expresa.
Alarcón recuerda que en los noventa él era “un bicho de la electrónica, un joven pastillero, y ahí con ellos redescubrí la cumbia, lo que me permitió conectar con el barrio que estaba investigando, al que me incorporaba no como un actor, pero sí de una manera empática, desde una posición subjetiva, desde el disfrute”. Por todo eso, ir al Palacio de la Cumbia a bailar era “una aventura performática donde el cuerpo del cronista se permitía transar desde la frontera del texto escrito al dramatúrgico, que a veces ya no es palabra sino movimiento, color, música”.
Con y contra Rodolfo Walsh
Sobre su siguiente libro, Si me querés, quereme transa, relata: “Es reflejo de la pelea que siempre mantuve con el testimonio como fetiche del periodismo de izquierdas de los años 70 en Latinoamérica. En ese libro, en el que me paso seis años conviviendo con la mafia peruana del narco, decidí que mi tarea no era transcribir entrevistas y copiarlas; sino crear un registro de voces que fueran a la matriz”. “Al personaje central de la novela, adicto a la pasta de base, nunca lo puede entrevistar. Pero lo escuché durante seis años y a través de esas conversaciones construí una voz más cercana a Pedro Lemebel que al periodismo latinoamericano”, añade refiriéndose al autor y activista LGTB chileno.
“Cuando le conté esto a un periodista del New Yorker me dijo que era un impostor, lo decía desde la tradición de la no ficción norteamericana donde prima el concepto de fact checker (verificación de hechos). Esa es otra idea contra la que lucho, la de que lo fáctico es lo que nos acerca a la verdad. Y de esa lucha surgió esa voz de ese narco que recorría toda la novela y que era absolutamente teatral y dramatúrgica”, recuerda.
Pero en Argentina pesa mucho un nombre, Rodolfo Walsh, periodista y activista montonero que ocho años antes de que Truman Capote editara su novela Primera sangre, publicó en 1957 Operación masacre. Un libro fundamental de la no ficción que documenta el fusilamiento de cinco civiles en el levantamiento peronista de 1956. Walsh sería asesinado en plena calle por un operativo de más de 25 hombres en 1977. Su cuerpo nunca fue hallado.
Al citar el nombre de Walsh a Alarcón confiesa: “Rodolfo es para nosotros como una especie de padre con el que pelearse. Algunos no se pelean y lo siguen reivindicando como el único norte, del gran periodismo de investigación latinoamericano”. Después confiesa que su primer libro, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, surge de un caso de sucesos que él mismo cubrió como periodista en el que dos niños aparecieron “muertos, atados y amordazados, con una bolsa de nylon en la cabeza y diez tiros en el cuerpo, en un descampado de José León Suárez”, escribiría en el artículo que publicó en Página 12 en su momento.
“Ese lugar es justo donde ocurrió Operación Masacre, claro que tenía a Walsh en la cabeza, pero ganó la cumbia, no sólo el territorio de la muerte. Walsh surge más de la novela policial anglosajona, mi novela es más latina, más melodramática, si uno quiere. Ahí, en esa decisión, me alejé de Walsh, de un periodismo factico, masculino y patriarcal que era, en cierto modo, donde se asentaba la mirada guerrillera de Walsh y decidí que la crónica tenía que ser trans y performática”, describe.
Alarcón ya está en conversaciones para que su obra Testosterona recale en España: “Espero eso se pueda dar, ando muy ansioso porque esto sea posible, pero incluso me parece más vital poder comenzar aquí en Madrid, que vive un momento cultural lúbrico para la creación, un laboratorio de periodismo performático. Veo un Madrid donde hay una presencia latinoamericana masiva, una sociedad donde se han dado transformaciones culturales gracias a movimientos como el feminismo y otros activismos como los medioambientales y antirracistas”.
“Esa mixtura está hablando de las necesidad de nuevos espacios y experiencias colectivas. Un laboratorio de periodismo performático puede facilitar mezclar talentos que provienen de distintas fronteras para crear algo nuevo. Es un proyecto ambicioso y bonito que me convoca. Se trata de reproducir rizomáticamente plataformas de construcción de sentido que nos permitan resistir al apocalipsis que se nos anuncia”, concluye este autor que confiesa ya esta confabulándose para en un futuro breve abrir su primer laboratorio en Madrid.