Marcos Ariel Hourmann fue el primer médico condenado en España por practicar una eutanasia. Su vida cambió en marzo de 2005, cuando decidió acabar con una paciente terminal que le suplicó la muerte. No lo dudó. Agarró la jeringuilla, la llenó con cloruro de potasio y se lo inyectó en vena. El sufrimiento de aquella mujer de 82 años desapareció en cuestión de minutos. Más tarde, el médico escribió en el informe clínico lo que había sucedido y se marchó a dormir una siesta. A los meses recibió una llamada: estaba acusado de homicidio.
Hourmann recibió el apoyo de la familia, pero aun así fue denunciado por el hospital y se enfrentó a 10 años de cárcel. Finalmente, aceptó el trato de la fiscalía: un año de condena y la posibilidad de seguir ejerciendo a cambio de autodeclararse como asesino. Decidió esquivar el juicio y no correr riesgos. O eso era lo que pensaba, ya que la existencia fuera de los barrotes acabó siendo otro tipo de calvario. La prensa inglesa le bautizó como “El doctor asesino”, los paparazis le acosaban y los hospitales, tanto españoles como ingleses, le empezaron a dar la espalda. Nada fue lo mismo, ni en lo personal ni en lo profesional.
Ahora, más de una década después, vuelve para ser juzgado por un jurado popular que en lugar de sentarse en el estrado lo hace en el patio de butacas. La obra Celebraré mi muerte, en cartel del Teatro del Barrio de Madrid hasta el 18 de abril, invita a reflexionar sobre el significado de la muerte más allá de los tabúes. Y no lo hace con actores, sino con Hourmann representándose a sí mismo, un tribunal formado por miembros del público y una pantalla. Una sencilla puesta en escena que tampoco necesita más.
“Me siento a gusto contándoselo a la gente, no me da miedo decir cosas de mi propia vida que son dolorosas. Es como una catarsis”, explica el doctor eldiario.es. Su voz, ronca y con acento argentino, es la principal relatora de la función. “Sí, yo lo hice”, son las primeras palabras que suelta el médico nada más pisar el tablado ante la atenta mirada de decenas de personas. “Asesiné a esa mujer”, pronuncia para poco después recriminar a los directores la decisión de incluir esta afirmación en el guion. Hourmann no lo siente así: “provoqué la muerte porque creo en la vida”, asegura durante la obra.
“Cuando vi la palabra escrita fue sorprendente, una sensación muy parecida a la que tuve cuando vi que la prensa me llamaba ”Doctor Asesino“”, reconoce el sanitario recién convertido en actor. Aun así, su actuación es más natural que teatral. “No interpreto nada. En lugar de contárselo a unos amigos lo hago delante de gente que no conozco. Hay una guía de cómo hacerlo establecida, por supuesto, pero la idea general era contar la historia”, añade.
La idea de la obra nace de Víctor Morilla, realizador del programa de televisión Salvados. Tras un programa emitido en 2016 centrado en la eutanasia y el derecho a la muerte digna, pensó en una idea loca y atrevida: recorrer los teatros con Marcos Hourmann contando su propia historia. Posteriormente, se pusieron en contacto con Alberto San Juan y comenzaron a trabajar para adaptar la realidad a la función. “Todo esto fue sacado 30 horas de conversaciones grabadas con Víctor y Alberto, y lo que hizo fue llevarla a un texto teatralizado”, recalca el doctor.
Una reflexión sobre la eutanasia, no un mitin
La representación tampoco busca convertirse en un monólogo de razones a favor de la eutanasia. De hecho, la historia de Hourmann genera más preguntas que afirmaciones. ¿Debe un médico ayudar a morir? ¿Por qué sí se permite la sedación y no la eutanasia? ¿Siempre hay que respetar la opinión del paciente, aunque sea perjudicial? Las respuestas no parecen ser unánimes. “Aquí no se intenta convencer a nadie. De hecho, pienso que hay gente que muere dignamente desde sus convicciones y creencias, pero el tema es cuando a esa persona no se le escucha. Elegir cómo morir, ahí está la clave”, afirma el argentino.
“¿Por qué tengo que obligar a alguien a vivir cuando no quiere? No lucho contra el paciente por negarse a hacer algo. Todavía no hemos aceptado la eutanasia en temas médicos irreversibles, así que imagina si hablamos de los paradigmas en torno a las enfermedades mentales degenerativas donde deterioro lento y progresivo puede te plantees que eso no es vivir. Es que la vida no siempre merece ser vivida”, sostiene Hourmann.
De hecho, en un sondeo realizado por el CIS en 2011 aparecía que un 77,5% de los encuestados apoyaba la aprobación de una ley para regular el derecho de las personas a tener una muerte digna, la cual fue aprobada en 2017 sin contemplar el suicidio asistido. La inclusión de la eutanasia fue una de las medidas propuestas por el PSOE cuya tramitación, sin embargo, se encuentra bloqueada.
Por ello, Hourmann asegura que no volvería a repetirlo: “No porque no piense igual que antes, sino porque sería sacrificarme a mí y a mi familia de nuevo. Di mi vida por esa mujer y esa hija, y obviamente que lo volvería a hacer por ellas, pero no se va a dar otra situación igual. Además, ya tengo 60 años y no me quedan más fuerzas para levantarme de algo así”.
Parte de la obra también narra en qué contexto creció Hourmann y qué clase de relación tenía con sus padres. La intención, como indica el propio doctor, es mostrar “la clave de todo”, porque “uno se da cuenta de lo que se sufre cuando le pasan las cosas”. En su caso, comprobó el lento y agudo deterioro de su padre, algo que años después le hizo verse reflejado en la hija de la mujer a la que inyectó cloruro de potasio. “Pensé que ella era yo y entendí su dolor. No reflexioné sobre nada más. Por eso decíamos que a veces la vida te pone en otro lugar”, agrega.
Una vez culmina la función, el público que hace de jurado entrega a Hourmann los papeles con el veredicto: inocente o culpable. El doctor, aun así, no los lee todos, solo los que puntualmente llaman su atención por algo. “La sospecha de lo hay escrito en ellos hace pensar mucho más a la gente. No quiero hacerlo para que me vean como un hombre bueno o valiente”, considera. Porque al final, aunque la obra hable de la muerte, en el fondo es también un debate de hasta dónde llega la vida.