Al final no han podido aguantar más. Dos años y medio después de su apertura, la sala de teatro de Madrid, El Sol de York, ha tenido que echar el cierre. La causa: “El propietario del local tenía que cubrir unas necesidades económicas y decidió dejar de ser socio capitalista y pasar a cobrarnos un contrato de alquiler que no podemos pagar”, confiesa apesadumbrado y aún sorprendido Javier Ortiz, uno de sus fundadores.
Han sido varios meses de negociaciones en los cuales esta sala también ha ido asentando, no sin dificultades, una programación arriesgada con éxitos como Los miércoles no existen –después pasó al teatro Lara- o Cuando fuimos dos –más tarde en el Infanta Isabel. También allí se pudo ver Música de balas, un excelente trabajo de teatro documental sobre la violencia del narco en México escrito por el mexicano Hugo Salcedo, premio Nacional de Dramaturgia en 2011. Y ya tenían preparados todos los montajes hasta diciembre de este año.
“Ahora nos hemos ido todos a la calle y estamos intentando colocar las obras, pero estos son productos que tienen un mercado limitado y no todo el mundo ofrece las condiciones que nosotros ofrecíamos”, señala Javier.
Precisamente para él ahí se encuentra uno de los síntomas que han llevado a la clausura y a no poder pagar el alquiler. “Si quieres cumplir con las leyes, lo haces todo legal, pagas a los actores y ofreces un trabajo digno, tienes que cerrar porque el riesgo es desmesurado. Ahora todo te aboca a una programación que excluye cualquier riesgo artístico”, apostilla.
Un modelo de negocio para ir tirando
De hecho, Javier ya había denunciado en su blog y en este diario, que el teatro madrileño no se encontraba en su mejor momento pese a las muestras de talento que han brotado en los últimos tiempos y a la apertura de múltiples salas pequeñas. Desde el impago de los 72,94 euros por función al actor que exige el convenio de la Unión de Actores hasta los problemas para poder pagar los locales. Problemas que traen como consecuencia una desmesurada programación, con varias funciones al día todos los días de la semana. “Eso es una barbaridad. Y ni así se llega. Esto no es un modelo de negocio sino para salir del paso”, comentaba ya Ortiz el pasado enero.
El Sol de York no es la única sala que ha cerrado en los últimos meses. Garaje Lumière y Arlequín también pasaron por el trago de bajar el telón por vez final. Y muchas aguantan como pueden, ya que festivales como Surge, que fue apoyado por la Comunidad de Madrid tampoco han hecho un gran favor a estas salas, como también informó este diario el pasado mes de mayo. La administración que preside Ignacio González puso 450.000 euros sobre el papel, de los cuales sólo 160.000 llegaron a las salas y a las compañías. Además, el total de ayudas que reciben estos locales –y no todos- al año es de 215.000 euros.
“Nosotros nos vamos a casa porque no queremos traicionarnos, no queríamos renunciar a unos salarios dignos ni a hacer una programación más comercial. La dignidad de las condiciones era uno de los puntos fuertes de la sala, pero eso te impide subsistir”, insiste Ortiz.
Ni siquiera un crédito, que ya tenían pedido, ha podido salvarles, ya que tenían que pagar unos meses de fianza que consumían la mitad de este préstamo. “Esto era un proyecto a medio y largo plazo, y todavía no teníamos suficiente músculo financiero”, añade este programador.
Con este cierre Madrid pierde parte de este tejido teatral hilvanado en plena crisis. Y, posiblemente, no sea el último.