La crisis de los refugiados resucita a Bertold Brecht

¿Es posible contar una crisis humanitaria tan desgarradora sin caer en la lágrima fácil? Roberto Cerdá lo ha conseguido con Éxodo, basada en testimonios reales, sin arrancarle toda su carga de dolor.

El truco para conjugar estos elementos es una técnica más popular que las palomitas saladas: el distanciamiento brechtiano. Para Bertold Brecht, el teatro requiere contar historias desde un distanciamiento emocional para evitar que los espectadores se despisten y alcancen la catarsis.

Cerdá se aplica muy bien el cuento en esta producción coral, escrita por Julio Salvatierra y a cargo de la compañía 181 Grados y Mutis Aescena, y que narra las desventuras de un grupo de niñas y niños procedentes de una población deslocalizada que bien podría ser Siria, Bosnia, Irak o Etiopía. Ninguno pasa de los 15 años. Y puede que nunca encuentren el camino correcto en un peligroso mar de ilusiones, incertidumbres y miedos.

59 millones de almas errantes

La crisis de los refugiados es una realidad difícil de ignorar, incluso para el teatro. Según datos de ACNUR, hay 59 millones de personas arrancadas de su tierra, la cifra más alta jamás registrada. Todas transitan con el peso de su propio cuerpo abatido, sobre el que descansa una cabeza llena de fantasmas. Pelean contra sí mismos en una senda de muerte que se traga siempre a los más débiles: la chica muda de espanto, la que perdió una pierna en una mina. “Huimos como ratas [...], somos cuerpos sin perfil”, murmura uno de los personajes, encargado de poner blanco sobre negro los conflictos de identidad que provocan estos procesos.

“Lo que ahora estamos viendo es mucho más terrible que el escenario que dibujaba Brecht en su poema”, decía Roberto Cerdá a propósito del espectáculo en una entrevista reciente. Se refiere a La cruzada de los niños (1970), obra del autor alemán y fuente de inspiración para el director. “Leí el poema [sobre la huida en 1939] con 17 años y en el 2000, tras bucear en Éxodos (2000) de Sebastián Salgado, conecté a los dos autores y me decidí a crear la obra”.

Las fotografías de Salgado bañan a los 12 actores con una evocadora narrativa visual. De cuando en cuando, una actriz sale de la diégesis y se dirige al público, pero las miradas de la sala oscura se concentran magnéticamente en las instantáneas del artista brasileño proyectadas al fondo en tamaño XXL.

Después llega un momento que rompe la cuarta pared y coge de los pelos al espectador -embelesados más de la cuenta- con la irrupción en escena de un rockero. Viene acompañado de unas cuantas chicas ligeras de ropa que se manosean entre sí del mismo modo que los países poderosos magrean y manipulan a las regiones más desfavorecidas con una única bandera: la de sus intereses.

El cantante se burla del 'Yes, we can' y comenta lo mucho “que se parte el alma con el sufrimiento, pero no el dinero”. Su aparición pone en evidencia las fisuras en los modos de actuar y la hipocresía -potencialmente europea- en la actual crisis de refugiados que toca a su puerta blindada.

Compromiso sí, pero no con el género

Hace falta hilar fino para detectar las brechas de la obra. Pero hay una grieta que sin duda destaca sobre todas las demás: la perspectiva de género. Todas las menores refugiadas son mujeres. El único niño, que termina enrollado con una de las niñas, se cuelga la medalla de conseguir pescar para, a modo de padre protector, procurar que las pequeñas indefensas puedan echarse algo a la boca.

No es el único personaje que ejerce ese rol, tan bien descrito por George Lakoff en No pienses en un elefante. Entre los protagonistas hay un padre de familia, padre de dos de las niñas refugiadas y responsable, por los poderes que otorga el patriarcado divino, de tomar todas las decisiones que conciernen a la supervivencia de su familia. Constantes también son las referencias a las personas a través del uso del término 'hombres'. Detalles que chirrían en una producción con una vocación muy clara de compromiso social.

'Éxodo' puede verse de jueves a sábado hasta el próximo 6 de febrero en la Sala Cuarta Pared (Madrid).jueves a sábado