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La empleada de la limpieza abre el cubo de la basura y Ricardo III, sin miramientos, coge un muñeco con la cabeza de Franco, lo dobla, lo tira y se va. Un sátrapa menos en su camino hacia el poder.
Esta es solo una de las vueltas de tuerca que Miguel del Arco y Antonio Rojano han dado al texto de Shakespeare, Ricardo III, en su propuesta escénica estrenada este jueves en el Teatro Kamizake de Madrid. La cruel batalla familiar –los York y los Lancaster– que retrató el bardo inglés ha pasado por la batidora de la actualidad política española –y mundial– y los autores no se han dejado apenas nada. Eso sí, sin citar explícitamente a nadie. De Franco a Villarejo. De los máster y tesis plagiadas a la corrupción con ecos de los papeles de Bárcenas. De los safaris y amigas alemanas de Juan Carlos I a los rifirrafes entre la reina Letizia, la infanta Leonor y la emérita Sofía. De los asesores maquiavélicos y la Transición “pactada” a la propaganda partidista en las redes sociales. Y, como dice el actor Israel Elejalde, convertido en el rey tiránico, nada más empezar la obra: a quien no le guste que se haya estrujado de esta manera el texto shakesperiano, ahí tiene la puerta.
El miércoles fue el ensayo general, que comenzó con un tropezón técnico que obligó a Del Arco a parar la obra cuando llevaba algunos minutos. Las imágenes que se superponen en el escenario –un ejercicio visual muy bello y potente– no se veían. Elejalde había comenzado a dar vida a Ricardo III y a anunciar al público que esta no iba a ser una obra de reyes y batallas, sino algo más próximo en el tiempo: las guerras también existen ahora, y el egoísmo, y el afán por los sillones y el poder. Lo que ocurre es que las armas ya no son las espadas. “Ricardo ama a Ricardo”, señalaba Elejalde. Y el famoso verso “mañana en la batalla, piensa en mí” se convertía en “mañana en la batalla pienso en mí, en mí”. ¿Y el bien común? A la basura también.
Del Arco, director y adaptador, que ya jugó con Shakespeare en Hamlet –aunque respetó más el libreto original– ha elaborado una propuesta que busca impactar con la escenografía –el trabajo coreográfico de los actores es bellísimo– y con el texto. Los actores, desde Elejalde a Manuela Velasco, Álvaro Báguena, Chema del Barco, Alejandro Jato, Verónica Ronda y Cristóbal Suárez, le siguen a la perfección. La obra sube de nivel sobre todo en los picos dramáticos –también es cuando Shakespeare está más presente– y en los diálogos entre Ricardo III y su esposa Ana (Verónica Ronda) y su cuñada la reina Isabel (Manuela Velasco).
El humor revolotea también por toda la obra, si bien en algunos casos alcanza el brochazo grueso. Es divertido ver cómo dos sicarios, uno de ellos con la gorra 'villarejiana', matan a Jorge, uno de los hermanos de Ricardo por orden de este, y lo tratan de esconder como si fuera un suicidio. La sonrisa también aparece en la escena de los pequeños príncipes herederos, que acaban de perder a su padre–otra matanza de Ricardo– principalmente cuando la infanta niña –trasunto de Leonor cruzada con Greta Thunberg– canta una serie de verdades que no quieren ver los adultos. Pero hay otras propuestas algo más fallidas, como esa especie de Sálvame televisivo que se queda en chiste de sitcom en su pretensión de criticar la carroña y el amarillismo de la televisión actual.
La obra es un puñetazo a los hiperliderazgos y los egos, hoy tan presentes. Se repite constantemente que la mejor manera de liderar y mandar es actuar sin conciencia. Si hay empatía es imposible el triunfo. Como afirma Del Arco, “Ricardo III habla del narcisismo e individualismo bestia”, y por eso tampoco duda en interpelar al público –se rompe varias veces la cuarta pared–, “para que mida cuánto de cerca está de ese monstruo”. El director señala que al ser humano le gusta mucho la maldad y son extrañamente excitantes los tipos que no sienten ninguna empatía. “Aquellos que solo piensan en su haber partidista y no en construir algo; que quieren algo y lo quieren ahora, y eso tiene mucho que ver con lo que está pasando ahora”, explica. De hecho, hasta ganan elecciones.
No queda claro quién podría ser Ricardo III. Cada espectador tendrá a un líder en su cabeza, pero Elejalde sí ha desgranado en quien se fijó para recrear al personaje: Donald Trump. De él ha captado sus formas, su pelo, su media sonrisa, su manera de gobernar mediante tuits y su amor por el poder. También hay trazas, ha asegurado, de Bruno Ganz como Hitler en El hundimiento. El trabajo físico del actor es impresionante.
La cara buena de la historia, que tuvo presente Shakespeare, es que los tipos malos también caen. Todo el mundo necesita en algún momento un caballo para batallar y no siempre aparece. A veces también fallan las encuestas y todo el trabajo de los asesores se cae como un castillo de naipes. Si se estira la cuerda de la maldad se puede acabar perdiendo. Quien avisa no es traidor, parecen sugerir los adaptadores del texto y el propio dramaturgo inglés que ya lo vio venir hace 500 años. Ricardo III, sin duda, dará que hablar.
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