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El teatro invoca a Carmen Martín Gaite para hablar con ella de nuevo

La Tristura no ha adaptado para la escena un texto de las muchas novelas y ensayos que tiene Carmen Martin Gaite. El colectivo madrileño lo que ha intentado es crear un puente. Así hablábamos enlaza su lenguaje escénico con la autora de Caperucita en Manhattan, y a la escritora fallecida en 2000 con la generación actual que todavía no ha cumplido los treinta.

El año que viene se celebrará el centenario del nacimiento de Martin Gaite, una de las autoras fundamentales en castellano del siglo XX, perteneciente, en un primer periodo, a la Generación del 50 y que en el último cuarto del siglo pasado ganó adeptos y libertad con novelas como Lo raro es vivir (1996) o Irse de casa (1998). Una celebración que se espera solvente dada la dificultad para los lectores de encontrar hoy muchos de los títulos de esta autora que comenzó a publicar en 1957 con Entre visillos, novela ganadora del Premio Nadal.

La Tristura (compañía formada por Violeta Gil, Itsaso Arana y Celso Giménez) recibió el encargo del Centro Dramático Nacional (CDN) de crear una pieza sobre una autora relevante del siglo XX español. “Estuvimos leyendo mucho, pensamos en María Zambrano, en Rosa Chacel, en Carmen Laforet, pero con Martín Gaite sentíamos un vínculo mayor: la búsqueda de lo humano, de comunicarse con el otro, de generar grupo, eso es también muy nuestro”, explica a este diario Violeta Gil. Según palabras del director del CDN, Alfredo Sanzol, en rueda de prensa, el proyecto se enmarca en la voluntad de esta institución “de trabajar con el repertorio de grandes autoras del siglo XX”. Algo que, por otro lado, tan solo se ha abordado hasta ahora con el espectáculo que abrió esta temporada, La madre de Frankenstein, de Almudena Grandes.

Nubosidad Variable es un grupo musical

Pero la trayectoria de La Tristura no es la del teatro de repertorio. Es más, es el primer encargo que aceptan en sus 20 años de trayectoria. Todas sus obras, desde su primer montaje en 2007, La velocidad del padre, la velocidad de la madre, han sido de creación propia, colectiva, basada en procesos de producción lentos. Ahora, se han visto inmersos en un ritmo diferente, el propio del CDN, pero, lógicamente, han querido llevar el proyecto a su territorio.

En escena vemos a un grupo de música, Nubosidad Variable (título de una de las novelas de la autora), que ha sacado un primer disco conceptual con todas las letras basadas en los textos de la escritora. Les ha ido bien. Pero su líder, Sofia (que tiene el mismo nombre de la protagonista de la novela), muere a causa de un accidente. Algo que pasa en los primeros 10 minutos de obra. Estamos en el estudio de grabación, un espacio en pasarela ideado por Marcos Morau (director de La Veronal), Sofia escucha cómo dos compañeras del grupo graban una canción, se despide, oímos fuera de cuadro que ha habido un accidente y el espacio se rompe en temporalidad. Una gran tormenta de nieve asola el escenario mientras un cuerpo baila emulando la estética gótica de aquella novela rara de Martín Gaite, La reina de las nieves.

Sofia ha muerto. El grupo se desdibuja durante un año. El resto de la obra será el empeño de ese grupo en recomponerse y sacar un nuevo disco. Pero los basamentos de la propuesta están ya asentados: “No tenía sentido adaptar un texto literario al teatro y trabajarlo recuperando su ámbito histórico, sea este el de la posguerra o el de la transición, por ejemplo. No hacemos eso y además no sabríamos. Hemos trabajado los temas que a ella le obsesionaban como la pérdida, la muerte o la importancia de escuchar y ser escuchado. El espectáculo está imbuido de la atmósfera de Carmen”, explica Gil, que cuando reflexiona sobre la relación entre esta autora y las nuevas generaciones argumenta que “su universo apela claramente a nuestra generación y las siguientes: su visión sobre el amor, sobre la importancia de las relaciones, lo vital que es pasar tiempo juntos…”.

Dice la compañía que ha habido textos de la autora que han estado muy presentes durante el montaje, “sobre todo Retahílas, donde dos jóvenes pasan una noche juntos esperando la muerte de su abuela, y la compilación de artículos que se llamó La búsqueda de interlocutor y otras búsquedas”, explica Violeta.

Un aviso: ha muerto Ignacio Aldecoa

Pero tras el visionado de la obra hay un artículo de La búsqueda de interlocutor que se revela como el corazón íntimo de la pieza. Carmen Martín Gaite lo publicó en 1969, en La Estafeta Literaria. Es el que la autora dedicó a la muerte de su amigo el escritor Ignacio Aldecoa, que conoció en sus primeros años en la universidad de Salamanca y quien luego, ya en Madrid, le presentaría al círculo literario de los Alfonso Sastre, Jesús Fernández Santos y Rafael Sánchez Ferlosio. En ese artículo, titulado Un aviso: ha muerto Ignacio Aldecoa se conjugan las tres arterias del espectáculo: la muerte, el paso del tiempo y el compañerismo.

El tremendo final del artículo parece estar sobrevolando cada escena de la obra. En él, Martín Gaite dice: “El amigo más antiguo que me quedaba en Madrid y cuya muerte ha entrado a saco como un viento despiadado en el arca de estos recuerdos que parecía aún temprano para revisar. (…) Ha muerto Ignacio Aldecoa: los años cuarenta y cincuenta, lo queramos o no, empiezan a ser historia”. El viento en la muerte de Sofia al comienzo de la obra. La obsesión de La Tristura de que algo se cierra con esta obra y la sospecha de que ahora sí hay algo que empieza a ser historia. El empeño de seguir mirando esa vitalidad de compañerismo y comunidad en los más jóvenes, en este caso sus actores. Todo eso es lo que vertebra la propuesta escénica.

Pero el montaje tiene sus claroscuros. El bando más luminoso son sus actores, no por entrega y vitalidad, que se presupone, sino por talento y proyección. Encabeza el espectáculo una enorme Ede (Elena Villa) cantante que ya asombró con su primer epé y que con su disco Lucero lo ha confirmado. La artista madrileña se come la escena, interpreta con holgura y además regala en vivo uno de los temas más apreciados de su corta carrera, Tranquila. Está también la fragilidad de Gonzalo Herrero, la potencia de Belén Martí Lluch (de la compañía Mucha Muchacha), o el nacimiento de un actor por hacer, incipiente, pero que en momentos da en la diana, Marcos Úbeda. Este último, que acaba de sacar también su primer epé como Marcos Nadie, y Ede han compuesto la mayoría de la música del espectáculo.

Durante la obra, el espectador puede ver el duelo de cada personaje ante la pérdida y cómo se recomponen como grupo a partir de los añicos. El paralelismo con la trayectoria de La Tristura se abre en un juego fértil y no ilustrativo, oblicuo, que habla de la naturaleza de las comunidades afectivas que se enrolan en procesos de creación. Pero sorprende que esto es lo único que sepamos de estos jóvenes que todavía están asimilando y siendo asimilados por el sistema social, laboral y político. No se sabe de qué clase social provienen, nada se dice de sus problemas laborales o de vivienda, de sus pensamientos políticos. Queda así un retrato incompleto, que incide en escenas donde prima el parloteo y esa levedad teñida de frescura a la que La Tristura a veces tiende y que recuerda a la película que ha dirigido Itsaso Arana, Las chicas están bien, filme que opta al premio de mejor dirección novel en los Premios Goya de este año.

La obra, que estará en cartel hasta 24 de marzo, tiene una puesta en escena que sabe explotar en goce estético, un sonido impecable y una estructura sólida donde las partes van anunciándose con títulos de la autora salmantina: Lo raro es vivir, Nubosidad variable, El libro de la fiebre, La reina de las nieves. Además, actoralmente solo puede crecer. Pero ese retrato truncado de una juventud que no se sabe en qué se sustenta y la tendencia en ciertos momentos al almíbar, en los que esta compañía también suele caer, hacen que el espectáculo cimbree un tanto. La escena donde Carmen Martín Gaite habla desde el más allá gracias a un programa de inteligencia artificial será tan odiada como querida. Es lo que tienen las invocaciones fantasmales en escena.

Así hablábamos, además, suscita otra cuita. Esta de nivel institucional. La obra es producción propia del CDN. Su presupuesto de producción y exhibición asciende a 240.000 euros. Pero no está planteado que gire. Morirá el mismo 24 de marzo. Este año tan solo girarán dos montajes, La casa de Bernarda Alba, dirigida por el propio Sanzol y que se estrena este viernes, y Breve historia del ferrocarril español de Joan Yago. El presupuesto no da para más.

Pero por la naturaleza de este proyecto, que recupera el universo y la figura de una autora como Martín Gaite, se entiende poco que el montaje quede encarcelado en la capital. Mas aún cuando La Tristura es una compañía de gran proyección internacional. Sus montajes se han podido ver en los principales teatros de Francia, Alemania, Brasil o Polonia. En otras ocasiones sus obras han sido también producidas por otras instituciones nacionales. No parece muy difícil que el CDN hubiera podido colaborar con alguna de estas y haber llevado el nombre de Martin Gaite a otras provincias e incluso más allá de la geografía española.

Tras Así hablábamos, La Tristura se replanteará qué hacer. Desde hace años sus miembros están enrolados en proyectos individuales. Arana en breve estrenará como actriz nueva película con Jonás Trueba, Volveréis. Gil también está trabajando con la directora de cine Elena Pérez Riera. Y Giménez anda escribiendo dos películas, una de Gabriel Azorín, Anoche conquisté Tebas. A La Tristura los han matado ya varias veces, pero ahí siguen, y así lleva siendo 20 años. 20 años en los que han conseguido que su teatro sea fundamental para entender la escena patria del siglo XXI.