Cayetana Guillen Cuervo como Agripina, el artista de moda en todo el mundo Okuda San Miguel interviniendo el espacio escénico, Laila Ripoll, una de las grandes autoras de teatro, a la escritura; y la gran “musa escénicx no binarix”, como se autodefine la bailarina chilena La Merce, son algunos de los mimbres en los que se ha apoyado el coreógrafo Chevy Muraday para crear su nuevo espectáculo, Pandataria. Una obra que es un canto a la diversidad y que hunde sus raíces en el sometimiento de la mujer en la Roma patriarcal para hacer un viaje hasta el presente a través de la danza y la palabra.
Muraday, además, ha llamado a uno de los grandes de la escena del rap nacional, Elio Toffana, ese madrileño que hila raro y da en la diana con letras como “mi Carmina Burana es la heroína de Madrid / brote psicótico en una tarde gris, son las lágrimas que después escribí”, o que suena a barrio cuando canta “la gran verdad es que todo es mentira, pásame el porro de hash, seguiremos con vida”. El espectáculo ya tiene una larga gira contratada, más de sesenta bolos que comenzarán en septiembre en Santander en el Palacio de Festivales y que llegará a Madrid en febrero a los Teatros del Canal.
'Pandataria' quiere decir en griego la isla de las cinco bestias. Un islote perdido en el Mar Tirreno frente a la ciudad de Nápoles, hoy llamada Ventotene, un Perejil de un escaso kilómetro y medio cuadrado de superficie. Una nada donde acabaron las grandes mujeres de Roma que se hacían incómodas al poder, y donde acabaron los presos políticos antifascistas bajo el yugo de Mussolini antes de que explotase la Segunda Guerra Mundial. Una isla metáfora. Chevy Muraday recuerda que hace dos años, cuando le propusieron trabajar para el Festival de Mérida, se puso a estudiar y bucear en el la cultura grecolatina. “Después de bastante estudio, encontré esta historia fascinante de una isla que utilizaron varios césares tras la promulgación de norma Lex Iulia de Adulteris, por la cual se penaba gravemente el adulterio, para desterrar a las mujeres que les hacían sombra”, recuerda.
“Me asombró que cuatro generaciones de la misma familia, influyente, esposas y madre de los césares, acabaron allí deportadas. Mujeres que luego fueron borradas de la historia. Y me pareció bueno poder darles la palabra. Así comenzó el proyecto”, explica Muraday sobre Julia la Mayor hija del emperador Augusto, a la que por conveniencia obligaron a tener descendientes con un marido mucho mayor, Agripa. Tuvieron a Calígula, que luego sería emperador, y a Agripina, que fue acusada de adultera y se dejó morir en la isla de inanición. Antes Agripina tuvo a otra hija: Julia Livila, que fue primero desterrada a la Isla y que cuando volvió a Roma fue acusada de adulterio con Séneca y sentenciada a muerte por inanición.
Ursula Hirschmann, la madre de Europa
“Al seguir estudiando sobre la Isla me encontré que allí mismo, otro césar, en este caso el dictador Mussolini, también mandó a los disidentes antifascistas allí presos. Fue cuando descubrí la historia de Ursula Hirschmann, una de las fundadoras de la idea de Europa. Ahí entendí de qué iba la obra en la que me había embarcado, de ese viaje desde el viejo Imperio Romano hasta la Europa de hoy. Es un viaje por esas mujeres que se convierte en una pura defensa de la diversidad y de la comprensión hacia el otro”, afirma Muraday.
Una obra para la que Muraday llamó a Laila Ripoll, autora de textos fundamentales del teatro contemporáneo como Atra bilis (2000), Los niños perdidos (2005) o Santa Perpetua (2010). Escritora y directora en su compañía Micomicón, es un referente de un teatro político y de la memoria de la escena. “Es la primera vez que he trabajado de este modo, ha sido un proceso muy nuevo para mí”, reconoce Ripoll, que iba enviando partes del texto a Muraday y este después de probarlos en escena se los devolvía con acotaciones para ir adaptándolo a los parámetros del espectáculo. “Es otra manera de trabajar, el texto está en función del movimiento, al final lo escrito va teniendo un mismo aroma donde no hay que argumentar ni explicar todo como hacemos en el teatro”, cuenta Ripoll sobre este espectáculo para el que Muraday ha llamado al veterano Mariano Marín para componer la música y en el que las luces corren a cargo de David Picazo.
Esta obra es un viaje por esas mujeres que se convierte en una pura defensa de la diversidad y de la comprensión hacia el otro
La autora también revela a este periódico cómo el proceso de documentación fue muy laborioso tanto para la época romana como la del siglo XX. “Cuando me puse a rascar en la figura de Ursula Hirschmann me di cuenta de que aquello era un filón. Ursula es la madre de Europa”, detalla Ripoll sobre esta apátrida judía de origen alemán que se casaría con Eugenio Colorni, un joven socialista filósofo que fue preso a esa misma isla. Fue allí donde, junto con Ernesto Rossi y Altierio Spinelli, publicó el Manifiesto de Ventotene, uno de los documentos fundacionales del pensamiento federalista europeo.
“Es un manifiesto hermoso, que nada tiene que ver con la Europa que tenemos hoy pero que sí sueña con una Europa sin fronteras, más igualitaria. Ese manifiesto lo escriben en papel de fumar y es Ursula quien lo saca de allá y lo lleva a la península itálica para publicarlo. La historia de Ursula es tremenda, a su marido en el 44 una patrulla fascista lo golpea casi hasta la muerte para luego rematarlo con tres disparos, ella acaba ya mayor afásica, sin poder hablar, lo que provoca que no puede terminar las memorias que estaba escribiendo. Nos pareció que esa mujer, esa imagen de Ursula ya mayor con toda la lucha detrás y sin poder hablar era el nexo perfecto con las mujeres romanas, con toda la historia de la mujer en Europa”, dice la autora.
“Por eso en la obra Agripina y Ursula son la misma persona, por eso en la obra Agripina dice a Séneca: 'Tus palabras me duelen como una paliza, como un chocar de huesos, como los golpes que conducen a la muerte'”, apunta Ripoll. “Todo el texto está lleno de esas ventanitas que el espectador tampoco tiene que conocer pero que van acumulándose y aunándose con el lenguaje de la danza que es poesía pura”, concluye.
El museo imaginario
Agripina, Ursula, es Cayetana Guillén Cuervo. “Este es el primer teatro que yo pisé en mi vida”, recuerda a este periódico, “tenía cinco años, hacía de paje en un montaje de Julio César junto a mi madre”. Más tarde, Cayetana volvió a estar en este espacio en una versión del Rudens de Plauto en 1987 y ya en el 2013 bajo la dirección de Josep María Pou con Fuegos, aquella obra en la que Margarite Yourcenar declaraba su amor neurótico y no correspondido por su editor a través de los mitos griegos. Cayetana confirma a este periódico que en la obra también baila, que está encantada del viaje con Chevy Muraday, “es un genio en lo suyo, un super dotado”, y destaca la diversidad del elenco, la mezcla de disciplinas sobre el escenario, las palabras de Ripoll: “Me parece una preciosidad necesaria que grita por la diversidad, por el amor, por la empatía. Su única bandera es la inclusión”.
Andrex Malraux, el autor antifascista y luego ministro de Francia bajo gobierno del General de Gaulle, hablaba en su libro Le Musée imaginaire, de la capacidad de mutación del arte. Ponía como ejemplo las estatuas griegas, como el paso del tiempo: cuando se crearon eran policromadas, había cambiado su capacidad estética y su significado. Pandataria se comenzó a gestar hace dos años, pero en las últimas semanas todo parece estar tomando otras resonancias. La injerencia política en la cultura y la negación de la violencia machista y las políticas de género han sido dos de los caballos de batalla de la campaña electoral.
El equipo de Pandataria lo sabe. “Hemos hablado mucho entre nosotros sobre ello estos días”, reconoce Muraday. “La historia no está cogida al azar, quería hablar sobre esto. El elenco, con un musulmán, un bailarín negro y una trans no binaria, tampoco es casual”, argumenta. “La obra no está politizada, eso es algo que nunca me ha interesado, pero es verdad que el domingo cuando nosotros estemos bailando se estará llevando a cabo el recuento de votos. Va a ser una función especial”, reconoce Muraday.
Al preguntarle a Guillén Cuervo sobre esto mismo, su respuesta es más distante. “La obra no tiene intención ideológica, no es una respuesta a nada, quizá estos días resuene de otro modo, pero la obra se comenzó a gestar hace dos años, no quisiera que se ubicase en ningún entorno político”, afirma. Al pedirle su opinión ante una posible regresión de la sociedad española en temas que trata la obra como son la diversidad y los derechos de las mujeres, Cayetana responde incrédula: “De verdad que quiero pensar que tenemos que avanzar, que la Constitución y nuestra democracia son fuertes. Cuando alguien pisa este país, se quiere quedar a vivir. Somos abiertos, hospitalarios, divertidos, amables. Tenemos muchas horas de sol, más bares que nadie… De verdad, no puedo pensar que vamos a retroceder, no me lo puedo creer”.
Laila Ripoll recuerda que ya en una de las primeras conversaciones que tuvo con Muraday y con Cayetana se habló de hacer un canto a la diversidad, pero que “ahora mismo hablar de diversidad se ha vuelto revolucionario. Estamos al borde de un precipicio muy jodido y peligroso. Todo ahora cobra otra dimensión. Por eso el teatro es lo que es, por eso el teatro es un arte político como no hay otro”, argumenta. “En teatro pasa eso, estás hablando de una cosa y de repente cambian las circunstancias y eso mismo coge una dimensión que no pensabas cuando lo creaste. Pensábamos que había cosas que teníamos todas asumidas y estamos viendo que no”, concluye.