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CRÍTICA

Una versión libre de 'La gaviota' de Chéjov, un hito del teatro independiente argentino que se representa a un metro de distancia del público

Representación de 'Gaviota', de Guillermo Cacace
7 de octubre de 2024 22:02 h

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Este fin de semana ha comenzado la nueva edición de Temporada Alta, el gran festival catalán del otoño teatral que hasta diciembre contará con más de cien espectáculos. Un fin de semana que cogió temperatura con la presentación del director argentino Guillermo Cacace que aterrizaba por primera vez en la península. Lo ha hecho con un montaje del teatro off de Buenos Aires, una versión libre del clásico de Antón Chéjov La gaviota (1896). El público, alrededor de una mesa, pudo contemplar, hombro con hombro, a cinco grandes actrices acometer una versión libre, despojada y de gran densidad emocional. Puro teatro porteño y una experiencia teatral difícil de olvidar.

La historia de Cacace es larga y prolija. Estrenó en 2014 una pieza de un joven autor croata, Ivor Martinić, Mi hijo solo camina un poco más lento. Lo hizo en el espacio que el director tiene en el barrio bonaerense de San Telmo, Estudio Apacheta, un bajo donde las funciones tenían lugar los sábados y domingos por la mañana.

Autor desconocido y extranjero, difusión mínima de un espacio independiente y funciones matinales. Aun así, la obra acabó convirtiéndose en todo un fenómeno. El montaje resistió diez años en cartel, este pasado abril tuvo sus últimas diez funciones para las que el gran Teatro Presidente Alvear abrió sus puertas en la Avenida Corrientes. Un montaje que es ya uno de los hitos del teatro independiente de la gran capital mundial del teatro en español.

En aquella obra actuaban cuatro de las actrices de esta impresionante Gaviota: Clarisa Korovsky (Masha), Muriel Sao (Kostia), Romina Padoan (Nina) y Paula Fernández Mbarak (Arkádina). Para completar el elenco se incorporó la actriz y conocida guionista Marcela Guerty, que compone uno de los Boris Alekseevic Trigorin, ese escritor de éxito y depredador de mujeres que Chéjov dibujó con la máxima de las distancias, más desalmados que uno haya visto.

Después de aquel éxito y de proyectos en teatros más grandes con figuras como Luis Machín o Julieta Venegas, Cacace quiso volver con Gaviota a una producción sin ningún apoyo y construida a base del compromiso del equipo. Entre medias llegaría la pandemia. Pero después de un largo proceso, la obra se estrenó en febrero de 2023 en el pequeño estudio de Cacace.

Un cuadrilátero para el rito y la interpretación

En torno a una mesa, incluso con algunos espectadores sentados en ella, el público se sienta a menos de un metro de distancia de los actores. Antes de comenzar la función suena el Más que nada de Jorge Ben, pero en versión de Sergio Mendes y la banda Black Eyed Peas; todo está hecho para acoger y acercar a un público que no sabe todavía el tobogán emocional que va a atravesar.

La gaviota de Chéjov comienza con el estreno en el jardín de la casa de campo de Arkádina de la nueva obra de teatro de su hijo, Kostia, estreno donde interviene una nueva actriz de quien el hijo anda enamorado, Nina. Cacace, buscando el ritual y la cercanía, juega a meter al público dentro de la trama y lo invita a vino y algún refrigerio mientras Masha, la criada, al igual que en la obra de Chéjov repite, “la función va a empezar pronto. Ya va a comenzar”. Ya todo está preparado para el ritual.

Ahí comienza un viaje donde se irá a la esencia del universo emocional y existencial de los personajes de Chéjov. La versión libre, gozosamente libérrima, de Juan Ignacio Fernández, se centra en los diferentes dramas de los personajes principales, que realmente es uno solo: la infelicidad y el fracaso del amor entre los hombres. Para ello, lo primero que hace esta versión es reducir la obra de doce personajes a cinco, incluso personajes centrales como Sorin y Medvedenko desaparecen. Lo segundo que hace es suprimir todas las digresiones de la obra. Se centra esta versión en los diálogos en que esa infelicidad, ese deseo del otro que acaba en frustración, circula entre los personajes.

Una circulación de gran densidad emocional que Cacace trabaja con las actrices enfrentadas en esa mesa que se convierte en cuadrilátero, un espacio mínimo donde se miran, se comunican con el gesto prisionero del que está sentado y miran al público intentando comunicar aquello que hay en el ser humano cuando toda convención social ha acabado. El espectador se convierte así en el espejo del alma de esa actriz, personaje y ser humano que le mira y escruta, algo que provoca un ambiente de intimidad sobrecogedor. Si van a ver la obra y tienen la suerte o condena que Romina Padoan, Irina, clave su mirada en sus ojos, agárrense a la silla.

El trabajo de Cacace a nivel actoral es intenso, muy arraigado en la corriente argentina donde la energía es desbordante y de absoluta fisicidad. Un registro donde entra lo desmedido que no es farsa y sí afloramiento de los subtextos de la obra del ruso. La escena de la madre de Koltia, gran actriz de éxito en Moscú, desdeñando la nueva pieza de teatro de su hijo es de una incomodidad que estremece. Paula Fernández Mbarak es capaz de mostrar con fiereza descarnada el rostro de una madre decidida a asesinar a su amado hijo.

Además, la versión está estructurada con gran inteligencia para permitir que no haya escenario, localización de la acción, ni prolegómenos o interludios que centren el conflicto dramático. Es pura palabra dicha de actor a actor, tan solo Masha, una estupenda por sobria Clarisa Korovsky, ejercerá como narradora distanciada que va permitiendo el avance de la obra.

La propuesta está intervenida por una música que incide en el tobogán anímico. Sonará Damien Rica, la gran Lhasa de Sela o Ginamaría Armando, entre otros. Algo arriesgado, que bordea el efectismo, pero que ya metidos y subyugados por la propuesta no juega en contra y permite elevar la densidad emotiva. En la última parte, cuando suena el aria de Los pescadores de perlas de Bizet, Je crois entendre encore, y finalmente el amor entre Nina y Kostia se trunca para siempre el nivel de tensión dramática era tal que mucha gente del público acabó en llantos que no podían controlar.

También podría decirse que ciertas maneras de interpretación de gran intensidad dramática, o el final trastocado de la obra de Chéjov, buscan la salida fácil hacia la emoción, pero no se puede estar en misa y repicando. Y en esta función se repica y repica sin cesar sobre la fragilidad y la soledad de las almas humanas.

Quedan desdibujados en la propuesta ciertos parlamentos archiconocidos de una Nina vejada y utilizada por Boris, pero no estamos en un teatro que busque la arqueología teatral. No hay que buscar en esta obra fidelidades, la apuesta es otra. Hay una rescritura profunda de cada texto. Si uno quiere ver una propuesta más canónica, de respetuoso repertorio, puede asistir al montaje que ha abierto la temporada del Teatre Lliure, La gavina, dirigida por el nuevo director del teatro, Julio Manrique. También el Centro Dramático Nacional estrenará otro montaje de la misma obra este 9 de octubre conformado por un elenco de actores ciegos y con baja visión.

Es significativa la supresión del determinante en el título de esta obra, Gaviota. Precisa su voluntad de ir a la esencia y, por otro lado, deja de apuntar a esa Nina que, abandonada, en gesto romántico hoy un tanto trasnochado, firma cartas con ese seudónimo. Gaviota es una experiencia de puro teatro y actuación que en breve pasará por el Auditorio de Tenerife (del 11 al 13 de octubre), los Teatros del Canal de Madrid (15 y 16 de octubre), por el Festival Iberoamericano de Cádiz (18 y 19 de octubre) y por Kulturkrik, el Festival de Vitoria (24 de octubre). Una gran oportunidad para ver la potencia y capacidad del teatro argentino hecho desde la periferia del mercado y la industria cultural.

Un apunte curioso para terminar. Guillermo Cacace estrenó en Buenos Aires en 2009 el primer trabajo que pudo verse en el cono sur americano de Angélica Liddell, un texto desconocido para los españoles que Liddell le entregó, Todo cuanto hace es viento.

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