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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Tres libros para tumbar el mito de la tierra prometida

A diferencia de los escritores exiliados, al expatriado le cuelga la etiqueta de frívolo aventurero. Aquel que pudo luchar en su país por cambiar las cosas y decidió hacer las maletas en busca de la tierra prometida. Este discurso no tiene nada de nuevo, pero en las últimas décadas ha tomado fuerza con la generación de la crisis. Libros como Volveremos ponen de manifiesto el desarraigo y la soledad que muchas veces no se cuenta por respeto a los que se quedaron y no les fue mejor.

Tanto si la marcha es voluntaria como si es cuestión de supervivencia, a estas historias les une la pérdida del sentido de pertenencia. El concepto de hogar se queda levitando en un limbo que no entiende de fronteras geográficas, sino emocionales. Gracias a los que se fueron y se atrevieron a contarlo sabemos que el “capricho aventurero” muchas veces no es tal, y que no es más valiente quien se queda en territorio conocido que el que busca un lugar fuera.

Los autores de los sucesivos títulos representan tres casos muy distintos de expatriados. La primera es una acomodada joven nigeriana que decidió contar la historia de su país tras comprobar cómo la distorsionaban en el Nuevo Continente. Los tres siguientes huyeron de la Inglaterra homófoba de los años 30 para buscar su vergel en Portugal, donde descubrieron las contradicciones de su propia ideología. La última es medio francesa medio vietnamita, pero su cerebro sigue arraigado al Hanói que conoció hasta los 10 años.

Con sus evidentes diferencias, los tres relatos muestran las ventajas de viajar, ver y sentirse de otro lugar para eliminar prejuicios y sublimaciones. Una lección que los protagonistas muchas veces aprenden a golpes en su paraíso de acogida.

Americanah (Literatura Random House)Americanah

Chimamanda Ngozi Adichie

“Yo vengo de un país donde la raza no era motivo de conflicto; no pensaba en mí como negra, y solo me convertí en negra cuando llegué a Estados Unidos”, dice la protagonista de Americanah en uno de los pasajes.

Ifemelu, como su autora, es una chica nigeriana de clase alta que llega a Norteamérica para completar sus estudios y buscar nuevas oportunidades. Grandes expectativas que se desvanecen en cuanto pone un pie al otro lado del charco y empieza a sufrir el escarnio por su color de piel.

Quizá lo que cuenta Adichie resulte una obviedad en plena era del Black Lives Matters, pero su personaje principal consigue hacer palpable un testimonio que a veces suena demasiado lejano. La ventaja de esta novela, que se sitúa por primera vez en los años 90, es que aporta un contexto moderno y reconocible. Ifemelu crea un blog en el campus donde desgrana algunas de las situaciones más incómodas. La autora no tuvo que recurrir demasiado a la imaginación, ya que ella misma las sufrió en primera persona cuando llegó a Filadelfia con una beca para la universidad.

Su compañera de habitación no se podía creer su fluidez en inglés (idioma oficial de Nigeria), que conociese a Beyoncé o que supiese utilizar el menaje de la cocina y el baño. Una de las grandes críticas de Americanah es, más allá del racismo agresivo, el desconocimiento de un país que todavía cree que en Africa viven en tribus y no llevan zapatos.

Adichie no se olvida de la cultura nigeriana, el otro gran centro de gravedad de la novela. La escritora se prometió no volver a silenciarla desde que fue consciente de su altavoz en otros continentes. Una máxima que, como defendió en su famosa charla TEDx, evita el peligro de individualizar los testimonios de todo un continente.

Diario de Sintra (Gallo Nero)

S. Spender, C. Isherwood y W.H Auden

En 1935, W. H. Auden, Christopher Isherwood y Stephen Spender, los tres escritores ingleses más importantes de su generación llegan a Sintra. Su idea es alquilar una casa grande donde poder vivir todos juntos para siempre. El hijo del último se ha encargado de publicar unos diarios que muestran mucho más que la relación entre este clan de intelectuales. A través de cartas, los tres expatriados describen sus percepciones ante la inminente Guerra Mundial y la Civil española, que se libra en la frontera contigua.

Algunos de ellos huyeron cansados de “la estupidez del establisment”, otros por la claustrofobia de vivir en un país donde la homosexualidad aún era ilegal. En el diario privado que escribieron en la localidad lusa, Cristopher se percata de algunas diferencias irreconciliables con sus compañeros y su actitud hacia la patria que han dejado atrás: “Estamos divididos por la secreta conciencia mutua de nuestras intenciones”.

El libro bucea por la psique de unos hombres que descubrieron su verdadero yo gracias a la desinhibición en su exilio, pero que también sirvió para mermar su relación. En aquella casa afloró el choque de ideologías, los prejuicios de clase y las debilidades que no habían mostrado antes en Inglaterra. Al final, ese “para siempre” fue un tiempo muy limitado del que al menos perduran sus fantásticas reflexiones políticas y humanas.

El despertar (Alianza Literaria)

Line Papin

El despertar narra las andanzas existenciales y sentimentales de cuatro expatriados jóvenes en Hanói. A diferencia de los dos casos anteriores, ellos no huyen de Francia a la capital vietnamita por necesidad ni se encuentran con un ambiente hostil a su llegada. Las emociones afloran como un torbellino entre el ambiente caluroso y húmedo de Asia, donde los cuatro protagonistas deberán a aprender a gestionarlas y a madurar desde su torre de marfil.

La novela que nos ocupa es la ópera prima de Line Papin, una joven de 20 años que se alzó como la última revelación del Premio Literario Vocación. Esta estudiante de Historia del Arte en la Sorbona comenzó a escribir El despertar a los 16, cuando los recuerdos de su Vietnam natal aún eran nítidos.

Aunque la historia relaciona a los personajes entre ellos más que con su entorno, también quedan resquicios de la cultura local, su tumulto, sus rumores y el olor de sus calles. Una decisión que está lejos de ser inconsciente. Papin muestra con ello la dualidad de sus dos culturas, el recurrente conflicto de identidad y pertenencia, y la lucha por conservar unos recuerdos borrosos que forman parte de su propia identidad.

A diferencia de los escritores exiliados, al expatriado le cuelga la etiqueta de frívolo aventurero. Aquel que pudo luchar en su país por cambiar las cosas y decidió hacer las maletas en busca de la tierra prometida. Este discurso no tiene nada de nuevo, pero en las últimas décadas ha tomado fuerza con la generación de la crisis. Libros como Volveremos ponen de manifiesto el desarraigo y la soledad que muchas veces no se cuenta por respeto a los que se quedaron y no les fue mejor.

Tanto si la marcha es voluntaria como si es cuestión de supervivencia, a estas historias les une la pérdida del sentido de pertenencia. El concepto de hogar se queda levitando en un limbo que no entiende de fronteras geográficas, sino emocionales. Gracias a los que se fueron y se atrevieron a contarlo sabemos que el “capricho aventurero” muchas veces no es tal, y que no es más valiente quien se queda en territorio conocido que el que busca un lugar fuera.