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Tres libros de utopías, distopías y pesadillas soviéticas

Algo cambió en la literatura fantástica a lo largo de la primera mitad del siglo pasado. Varios autores comenzaron a explorar territorios más alejados de la tradición de las aventuras colonialistas y sus guerras heroico-divertidas. Quizá porque las matanzas ya no se veían desde tan lejos: las dos conflagraciones mundiales encharcaron de sangre las tierras europeas.

Un centenar de millones de muertes sirvió de terrible anticuerpo contra la confianza en el futuro. El progreso tecnológico y científico mostró su reverso en forma de artillería pesada, gases letales y bombas atómicas. En paralelo, se vivió el auge de los totalitarismos.

De todas estas decepciones partieron las principales distopías de la época. H. G. Wells, un socialista avanzado a su tiempo en diversos aspectos, hizo su aportación con Cuando el durmiente despierta, donde desarrollaba una premisa que recordaba a un cuento propio y también a la novela más popular del socialismo utópico estadounidense: El año 2000, de Edward Bellamy.

En realidad, Wells cabalgaba entre la utopía y la distopía, a veces de manera algo desconcertante. En A modern utopia o The shape of things to come, por ejemplo, mostraba autoritarismos clasistas de manera benévola. De manera no del todo voluntaria, su obra escenifica que ambos tipos de fantasía mantienen una relación más compleja que el simple antagonismo.

Otros siguieron ese camino de manera mucho más consciente: los escritores de ciencia ficción tenderían a abrazar el desencanto y a defender que toda utopía incorpora el germen de una distopía.

Uno de ellos fue Evgeni Zamiatin, un bolchevique decepcionado con el rumbo de la Rusia posterior a la revolución. Su Nosotros, un texto serio y burlón (según sus propias palabras), influyó fuertemente en Un mundo feliz y 1984. De un foco de las esperanzas del socialismo internacional, la URSS, emergió una advertencia literaria, compleja y poliédrica, sobre los recortes de libertades.

La obra fue censurada en el país de origen de Zamiatin, quien sufrió críticas tras la publicación de la novela en Inglaterra en 1924. Terminaría exiliándose a regañadientes, siempre tanteando el camino de regreso.

El ingeniero Menni: antes de la utopía y del desencanto

El ingeniero Menni

Alexander Bogdánov, un científico y literato que en formó parte del entorno de Lenin, ya publicó una novela utópica en 1908. Estrella roja trataba de la visita de un estupefacto terrestre a un planeta Marte harmónicamente socialista.

El resultado conserva un cierto aire decimonónico, con protagonistas que sufren vahídos y sienten amores sublimes. Poco después, Bogdánov firmó El ingeniero Menni (Ediciones Nevsky), una especie de precuela que explica la forja de esa sociedad ideal.

A pesar del socialismo del autor, su libro no deja de ser una historia de linajes ilustres y forcejeos por el poder. El Menni del título es el talentoso heredero de un rey caído, una persona de capacidades sobrehumanas que impulsa una gigantesca obra para doblar la superficie habitable de un planeta árido. La trama incluye amores fugaces, ironías del destino y otras pinceladas algo melodramáticas, además de ambiciones indecibles que requieren de la soledad del poder. El héroe es incorrompible pero también algo incomprensible.

De alguna manera, el resultado acaba escenificando una cierta cooperación entre opuestos: ese Menni que conserva dejes aristocráticos y es furibundamente antisindical acabará colaborando con el proletariado para desbancar a una burgesía corrupta. A diferencia de la protonazi Metrópolis de Thea Von Harbou, eso sí, no se fantasea con una superación de los conflictos de clase: la paz social es representada como una idea reaccionaria. El resultado es una entretenida novela de aventuras y debate que transmite confianza en la ciencia, en una ciencia diáfana y accesible, como elemento de cohesión social posterior a la revolución obrera.

Nosotros: la agridulce victoria de la suma sobre la cifra

Nosotros

Si El ingeniero Menni podría entrar dentro de la categoría de una literatura fantástica algo apolillada pero entrañable, Nosotros (Hermida Editores) parece una aportación artística de primer orden a la modernización del género.

Trata la historia de D-503, un hombre felizmente situado en la sociedad científica del denominado Estado Único, basado en la unanimidad, el desapasionamiento, la severidad (“bromear implica mentir con una intención poco clara”, afirma el narrador), el culto a la máquina de la URSS hiperindustrializadora... y un poliamor organizado y sin espacio para los celos.

El protagonista no es precisamente un paradigma del héroe clásico, sino una figura azotada por los conflictos internos, impulsados por una especie de librepensadora sensualísima. Cosa que, en el contexto de la novela, resulta de alguna manera equivalente a una mujer fatal. Aprovechando que la narración toma la forma de escritura en primera persona, Zamiatin deja algunos interrogantes en el aire.

A pesar de que Zamiátin acabó sus días en París, defendió las tesis bolcheviques en años previos. Su novela no plantea una dicotomía nítida entre una individualidad triunfal y una colectividad alienante, sino que explora (quizá con más ironía de la que muchos lectores imaginamos) las tensiones entre lo que consideramos civilizado y lo que consideramos salvaje, entre un libre albedrío que puede desembocar en violencia y un orden que intenta eliminar el conflicto de manera despiadada.

Aunque su obra proyecte recelo hacia tecnocracias también muy vigentes ahora, Zamiátin no deja de poetizar la tecnología y lo matemático. En un momento dado, el narrador dice estar escribiendo, a su pesar, una novela de aventuras. Pero la suya no es una historia de liberación épica, sino de angustia e incertidumbre. Por el camino, encontramos un dardo posible: nunca hay una revolución última, por muchos fines de la historia que intente escenificar cualquier sistema político que se sienta victorioso, sea la URSS o el capitalismo posterior a la caída del muro de Berlín.

Mil millones de años hasta el fin del mundo: un thriller kafkiano

Mil millones de años hasta el fin del mundothriller

“Aquello no tenía ni pies ni cabeza”, dice en un momento dado el narrador de Mil millones de años hasta el fin del mundo (Sexto Piso). Realmente, esta novela de los hermanos Arkadi y Borís Strugatski (autores de Qué difícil es ser Dios o de Pícnic extraterrestre, que inspiró el filme Stalker) transmite esta sensación de desconcierto, de pesadilla.

Se trata de un fascinante y breve thriller kafkiano protagonizado por un matemático que está a punto de hacer un descubrimiento... hasta que comienza a sufrir constantes interrupciones en forma de llamadas y también de visitas, tanto erotizantes como rigurosas y policiales.

La sugerente premisa puede remitir tanto al mencionado Kafka (más aun con cuerpos burocráticos sobrevolando la narración) como a Ionesco, y a referentes cinematográficos como las intrigas desconcertantes de Roman Polanski o incluso la reciente Mother! Poco a poco se va desarrollando una trama explicable a través de hipótesis diversas. Todas ellas remiten a una elección: ¿un individuo debe luchar contra unas fuerzas que le trascienden claramente, o puede optar por rendirse?

El talante abstracto de la amenaza, a pesar de que sus personajes acaben asumiendo una explicación de los acontecimientos, permite diversas lecturas en clave tanto filosófica como política.

El desasosegante relato remite a varios temas de la mencionada Nosotros, como la lucha entre entropía y orden o el sufrimiento que puede suponer el ejercicio del libre albedrío. Y admite, también, una lectura alegórica sobre la vida bajo sospecha y vigilancia constante propia de un Estado paranoico. De hecho, el prestigioso realizador Alexander Sokurov propuso una adaptación fílmica, bastante libre, de esta historia: Días de eclipse.

Algo cambió en la literatura fantástica a lo largo de la primera mitad del siglo pasado. Varios autores comenzaron a explorar territorios más alejados de la tradición de las aventuras colonialistas y sus guerras heroico-divertidas. Quizá porque las matanzas ya no se veían desde tan lejos: las dos conflagraciones mundiales encharcaron de sangre las tierras europeas.

Un centenar de millones de muertes sirvió de terrible anticuerpo contra la confianza en el futuro. El progreso tecnológico y científico mostró su reverso en forma de artillería pesada, gases letales y bombas atómicas. En paralelo, se vivió el auge de los totalitarismos.