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RUIDO Y SILENCIO

La última cerilla

El compositor, saxofonista y clarinetista navarro Pedro Iturralde. EFE/Emilio Naranjo/Archivo

Montero Glez

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A principios de los años sesenta, Madrid seguía arrastrando cierta vocación neoyorquina. El asunto llevaba manifestándose desde tiempo antes, cuando en la Gran Vía aparecieron edificios como el Carrión, más conocido como el Capitol, o el Edificio España, también conocido como el Taco. Sobre todo lo demás, reinaban las copas y combinados del famoso Chicote, abierto desde antes de la guerra. Pero faltaba la arquitectura sonora, es decir, a Madrid le faltaba el jazz.

El vacío lo vino a poner el Whisky&Jazz, un club situado en la calle Marqués de Villamagna, en el barrio de Salamanca, muy cerca de la embajada estadounidense. Su propietario, Jean Pierre Bourbon era un amante del jazz y de los locales íntimos al estilo de las cuevas bohemias parisinas; ladrillo visto, luces tenues y distancias cortas y propicias para el secreteo carnal. A su gusto, Jean Pierre Bourbon montó un club que no tardó en convertirse en referencia de la noche madrileña; un local de música en directo donde nunca se reservaba el derecho de admisión, siempre y cuando no tuvieras el dinero justo para necesitar mucho más, claro está.

Era un sitio caro donde la golfería más fina de Madrid se mezclaba con los soldados de la base de Torrejón, y también con los pied noirs argelinos que habían escapado de su país por pertenecer a la OAS, organización de extrema derecha que atentó contra la autodeterminación de su propio país. Entre este selecto público se movían señoras de sucios andares que dejaban a su paso un buen número de casquillos. La música la ponía un navarro que tocaba el saxofón como si se hubiese criado en la Quinta Avenida. Respondía al nombre de Pedro Iturralde, y sus notas te llevaban a beber copas del nueve largo, mientras la brasa del último cigarrillo te servía para encender el siguiente.

Una de aquellas noches, o mejor, una de aquellas madrugadas del año 1968, el pianista Hampton Hawes recaló en el Whysky&Jazz para dejarse acompañar por el cuarteto del navarro y grabar un disco que hoy es un clásico. Interpretaron piezas de toda la vida como “My Funny Valentine” o “Autumn Leaves”, junto a piezas de cosecha propia como “Black Forest Blues”, donde Pedro Iturralde se lo hace con la flauta travesera, mientras el ritmo del contrabajo lo marca un sobrio Eric Peter que es quien mantiene el músculo del disco.

Es un trabajo valiente que junto a ese otro grabado con la guitarra de Paco de Algeciras y titulado “Jazz Flamenco”, conforman la base discográfica de todo coleccionista de música que se precie. Así es. Porque Pedro Iturralde abrió muchos caminos, y lo de grabar una sesión en un club, a pelo y del tirón, fue uno de ellos. El de fusionar el jazz con flamenco dando a conocer al que con el tiempo sería Paco de Lucía, fue otro de los caminos abiertos por Pedro Iturralde, y también su mayor logro.

El otro día nos dejó para siempre. Con su partida no sólo muere un gran músico, sino un referente de aquellas tempranas noches de Madrid en las que la madrugada se confundía con el último sorbo de una copa del nueve largo, y los casquillos de bala anunciaban que en el lecho de un hotel de la Gran Vía siempre esperaba una mujer con los ojos entreabiertos y un cigarrillo sin encender en la boca. Pedro Iturralde fue el hombre del saxofón, pero también el que mejor sabía encender una cerilla.

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