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RUIDO Y SILENCIO

El último baile del siglo

5 de mayo de 2023 23:25 h

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Kurt Cobain fue un maldito con recursos que cambiaba poco de ropa; un chico atormentado por el peso de su propio éxito que acabaría pegándose un tiro en la cabeza. Nadie esperaba menos del icono de una generación que se planteaba la existencia como una putada, enfadándose a golpes con los cajeros automáticos porque no le daban más que 1000 dólares diarios. Es lo que hay. 

Su mujer, Courtney Love, aplaudía sus rabietas. Mucha culpa del peso de su éxito se debió a ella aunque de ello se hable poco y Courtney Love aparezca como personaje secundario. Porque mucho antes de que Kurt Cobain fuese Kurt Cobain, ella ya era Courtney Love, no sé si me explico pero Courtney fue muy activa en la escena contracultural de los ochenta. Tal era su posición que hasta apareció por Almería para rodar un Spaghetti Western delirante que se tituló Straight to Hell y que fue dirigido por Alex Cox y protagonizado por Joe Strummer, el de los Clash. Gracias a su actuación en la peli, Andy Warhol se fijó en ella y a partir de ese momento Courtney cogió la manía de sorber la sopa con los ojos cerrados. Campbell, por supuesto. 

Estas cosas me vienen al recuerdo ahora, cuando leo el último libro del periodista norteamericano Chuck Klosterman, una crónica cargada de anécdotas que se titula Los noventa y que acaba de publicar Península en castellano. Porque si hay una música que definió los 90, esa fue, sin duda la que dio nombre de chocolatina a un movimiento generacional: grunge; una música sucia y cantada con desgana que nació en Seattle, la ciudad del Pacífico donde una torre futurista iluminó las andanzas de aquellos grupos cuyo sonido no se diferenciaba mucho del centrifugado de una lavadora. 

Nirvana, el grupo  de Cobain, así como  Pearl Jam y Alice in Chains y Soundgarden fueron algunos de los grupos más reconocidos de la ciudad. Según cuenta Klosterman en su crónica, muchos grupos de rock se desplazaron hasta Seattle por la sencilla razón de que las discográficas grababan todo lo que salía de una ciudad que hasta la llegada del grunge era famosa por la cantidad de café que se bebía en ella. 

Resulta curioso que el Spaghetti Western de Alex Cox en el que actuaba Courtney Love trate de una banda de delincuentes que llegan a un poblado del Oeste donde los asesinos son adictos al café. La película, rodada a finales de los 80, es un aperitivo de lo que va a ser la siguiente década, un continuo desvarío donde el corcho se hunde y el plomo flota, donde el mejor golfista -Tiger Woods- va a ser un negro y el mejor rapero -Eminem- un blanco; una década donde Internet aún no dominaba los hogares y la MTV proponía y disponía del mercado musical como si el mercado musical fuera lo que siempre ha sido: un mercado de valores. 

Al final, Cobain consiguió manchar la década con la misma suciedad de sangre que manchó su camisa tras ajustarse a la cabeza el cañón de su escopeta: una Remington calibre 22. El maquillaje corrido de lágrimas de Courtney Love dio buena cuenta del impacto.