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La insondable vida de Montserrat Roig

Montserrat Roig por Pilar Aymerich
7 de julio de 2016 20:08 h

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Hay muertes tan dolorosas que generan una pérdida total, insondable, que queda congelada en el tiempo. Para la cultura catalana, la muerte de la escritora Montserrat Roig en 1991 implicó un agujero en el corazón tan enorme que su retrato en blanco y negro sonriente quedó suspendido durante décadas. La elegía ante una muerte prematura a los 45 años fue tan sonada que probablemente ofuscó su obra narrativa. Pero, sobre todo, ofuscó la narrativa de su propia vida. Sus allegados quedaron sumidos en un duelo total y profundo y de ella quedaron solamente sus obras y alguna anécdota que no doliese demasiado.

Hasta ahora. La escritora Betsabé García desgrana en Con otros ojos, la biografía de Montserrat Roig (Roca Editorial) la vida y la obra de Roig en un ejercicio muy poco habitual en la edición en España: una biografía minuciosa, de corte clásico, con pocas concesiones a la innovación -salvo algún salto temporal- que ayuda a poner en su lugar a una escritora completa.

Toda biografía necesita de una buena tesis, y la de García es la siguiente: la historia de Montserrat Roig es indisoluble a su tiempo, y Roig es, precisamente, producto de este. Roig es el resultado de una Barcelona ya desaparecida pero recordada aún por alguno de sus habitantes. Roig proviene de una unión culta: la de un padre de tradición liberal -al que Roig bautizaría más adelante como “el último gran conservador del siglo XIX”-  y una madre dicharachera y feminista que criaron a sus hijos en la tradición literaria del momento. Es decir: el Ateneu -símbolo burgués por excelencia-, los Jocs Florals  de la intelectualidad del momento y el amor por los clásicos Narcís Oller y Eugeni d'Ors, entre otros.

La primera parte de la vida de Montserrat Roig se ve marcada por la pobreza del racionamiento, inevitable incluso para una familia sin estrecheces como la de los Roig Fransitorra. Los años cuarenta huelen a col hervida, a poca leche y a pasear las Ramblas arriba y abajo en busca de algún libro en catalán, que tímidamente empiezan a aparecer en alguna esquina. Es el momento de la reivindicación del catalanismo religioso del que partía su padre, Tomàs, denunciado y castigado arbitrariamente por la dictadura por hablar catalán. Montserrat no olvidará jamás esta anécdota en la que Tomàs se libró de la cárcel por los pelos, y hará de su lengua materna la bandera de una identidad literaria.

Su infancia católica en un colegio de monjas será el escenario de Aprendizaje sentimental (su primer libro de narraciones -Molta roba i poc sabó (Edicions 62)- que ganó el premio Víctor Catalá, mientras que El tiempo de las cerezas, es en parte, el recuerdo de la casa familiar del Eixample derecho, y de los pequeños objetos que guardaba su abuela.

Roig apegó su narrativa a sus recuerdos infantiles y juveniles, pero también a su lucha política. Su temprano amor por el teatro en la adolescencia supuso una apertura emocional e intelectual. Con quince años se matriculó en la Escuela d'Art Dramàtic Adrià Gual, fundada por Maria Aurelia Capmany, en el antiguo Coliseo, que mantuvo presupuestos marxistas de solidaridad y personalidad colectiva. Su entrada tras el bachillerato en la Facultad de Letras no hizo sino reafirmar un ansia de libertad propia de su tiempo.

Es el momento del PSUC, de Pere Portabella, del primer Vázquez Montalbán, del proceso de Burgos y de la primera independencia, comprometida pero alegre. Es la época de transitar los bares que no cierran, de viajar a Londres, de teñirse el pelo.

En ese momento, en 1966, participó en la famosa caputxinada, como se conoció a la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona, en el convento de los Capuchinos de Sarriá. Pese a su creciente amor por el existencialismo frances, por Sartre y por Simone de Beauvoir, más tarde afirmaría:  “Yo no soy hija del Mayo del 68 porque soy hija de la caputxinada y de los ideales de la República”.

Como escritora de su tiempo vio claro que el camino para ganarse la vida era escribir por dinero. Roig fue, como otras mujeres de la época, abriéndose paso en un mundo machista como un buque rompehielos, a golpe de fuerza: colaboró en las fundacionales revistas en lengua catalana: Serra d'Or, L'Avenç, Cavall Fort, entre muchas otras y  y en el diario Avui. También colaboró, en lengua castellana, en Destino, Mundo, Cuadernos para el Diálogo, La Calle y Jano.  Formó parte de la redacción de las revistas Arreu, Triunfo y Vindicación Feminista y fue columnista de El País.

Siguió la estela de la escritora Maria Aurelia Capmany en el feminismo en Catalunya, de la que fue una pieza clave desde el antifranquismo en adelante. Montserrat Roig, desde finales de los sesenta, fue inabarcable, y esa es la titánica tarea a la que se enfrenta Con otros ojos.

Realizó reportajes históricos sobre la memoria ante el horror nazi, fue invitada a la Unión Soviética para escribir un reportaje sobre Leningrado, intentó entrevistar a Fidel Castro, editó libros para Grijalbo, presentó programas en televisión -dónde su rostro se hizo habitual y muy querido-. Y, en medio de todo eso, escribió libros. La hora violeta, El tiempo de las cerezas, La veu melodiosa, entre otros.

Y de repente, el hiato, del que no se recuperó nadie. Desde entonces, la prosa de Roig sigue siendo leída, más allá de su tiempo, mientras la cara y los ojos de una mujer de su tiempo miran más allá. Siempre congelados.

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