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Viñetas y cultura popular: Los mundos de Pura Campos

Pura Campos / WIKIPEDIA

Elisa McCausland

Una de mis compañeras de trabajo se llama Esther, gracias a la influencia que tuvo sobre su madre el personaje de cómic dibujado a lo largo de dos décadas por Pura Campos. No creo que haya una anécdota más cercana para dejarme claro hasta qué punto la creación en 1971 de Campos y el guionista británico Philip Douglas Esther y su mundo influyó en varias generaciones de niñas y adolescentes españolas. En su momento de mayor éxito, las aventuras cotidianas de Esther llegaron a cientos de miles de lectoras –y lectores– europeos, poniendo de manifiesto el potencial de la cultura popular para subvertir el mundo que nos rodea: editadas en principio como Patty’s World, pues las historietas de Douglas y Campos tuvieron como objetivo inicial al público británico, su impacto particular desde 1974 entre las adolescentes españolas ya con el nombre de Esther Lucas en las páginas de la revista Lily, se debió a que sus planteamientos argumentales y estéticos chocaban de frente con la rancia atmósfera cultural del tardofranquismo, ampliando los horizontes de los imaginarios costumbristas con los que las lectoras estaban familiarizadas. El hechizo popular de Esther y su mundo pasó además por debajo del radar oficialista de la época, al tratarse de una historieta para chicas y al carecer el cómic por aquel entonces de legitimidad para la esfera intelectual y mediática.

La paradoja reside en que también Pura Campos tardó en descubrir el valor de su obra, más aun, que ella misma tenía el potencial de ser Esther. Nacida en Barcelona en 1937, los primeros intereses artísticos de Campos pasaron por la interpretación, el dibujo y el diseño de moda: su madre era modista y ella recogió a su manera el testigo de esa labor. Parte de estas inquietudes se materializan cuando estudia Bellas Artes en la Escuela de Artes y Oficios de la Lonja y cuando se incorpora, ya a finales de los años cincuenta, al equipo de artistas de la editorial Bruguera, la más importante de cuantas se han dedicado a la historieta en nuestro país. Una ocupación que le procuró una carrera discreta en revistas para chicas como Blanca, Sissi o Dalia y en la famosa Can Can, en paralelo a la que llevaban a cabo en otras cabeceras colegas como Víctor Mora, Francisco Ibáñez o Manolo Vázquez. Hasta que Creaciones Editoriales, la agencia internacional de Bruguera llevada por Luis Llorente desde Londres, le ofrece dibujar Patty's World para la revista británica Princess Tina. Campos no podía sospechar que lo que empezó como oferta de trabajo para un año se extendería durante veinte.

Al tratarse Patty's World de una historieta para el mercado foráneo, Campos abraza ilusionada un proceso de documentación que le permite asomarse a la vibrante cultura pop inglesa de la época y hacer de la moda una de las bases de su estilo como dibujante. De este modo, más allá del mimo en la plasmación del vestuario de los personajes, la formulación de la viñeta y la estructura narrativa de la página son deudoras de una concepción elegante y a la vez dinámica del trazo. Así, Campos hacía justicia además a la sensibilidad del guionista Philip Douglas –o su esposa, que, según reconoció Douglas, le aportaba las ideas– a la hora de aproximarse a la psicología adolescente en las sagas románticas que escribía. Aunque Esther siempre fue la protagonista indiscutible de dichas sagas, también tenían relevancia en las mismas su mejor amiga, Rita; su amor platónico, Juanito; su hermana mayor, Carol; su nueva hermana, Laurita; y su némesis, Doreen.

Todos ellos contribuyeron a conformar un mosaico dramático que alternaba los clichés del folletín con un retrato fiel de lo cotidiano. En palabras de la investigadora Ruth Bernárdez, en Esther y su mundo y obras coetáneas similares pueden rastrearse “desde la amistad verdadera, a veces sin moralina ni condescendencia, hasta historias con buenas dosis de misterio e incluso con una violencia que va más allá de la rencilla fraternal, de las peleas sin importancia, para llegar a los rencores que incitan al odio y la maldad”. Bruguera llegaría a modificar para el mercado español una viñeta en la que una ensoñación de Esther desembocaba en el asesinato a hachazos de Doreen. En cualquier caso, como subraya Bernárdez, “el denominador común de este tipo de narraciones siempre fue la fuerza de sus personajes para superar las situaciones que salían a su encuentro”.

Este espíritu luchador de la ficción reflejaba al fin y al cabo la filosofía como dibujante de Pura Campos, que fue la de toda una generación integrada también por Ángeles Felices, Trini Tinturé y otras muchas autoras: una labor marcada por la excelencia y la profesionalidad, y un ejercicio de la misma en equipo, primero con Philip Douglas y más tarde con Andries Brandt en Tina (1975) –producida para el mercado holandés–, su marido Paco Ortega en Gina (1978), y Carlos Portela en Las nuevas aventuras de Esther (2006). Esta resurrección del personaje adaptado a los nuevos tiempos es el signo más evidente de una valoración pública inédita de Campos como autora de cómic, que pasa también por una recuperación del pasado de Esther llevada a cabo por Joan Navarro en la editorial Glénat, y por la visibilización de un fandom que era fiel a la autora desde hacía décadas y que encuentra en Internet el espacio idóneo para compartir su entusiasmo por la dibujante en foros y clubs de fans. Campos obtiene sucesivamente en este siglo el premio Haxtur a la Autora que Amamos de la revista especializada El Wendigo (2004), la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (2009) y el Gran Premio del Salón Internacional del Cómic de Barcelona (2013).

Desde el Colectivo de Autoras de Cómic, también quisimos rendir homenaje a la labor profesional e incansable de Pura Campos al entregarle hace justo ahora dos años nuestro premio honorífico, que recibió en Madrid de manos de Mar García, una de las más apasionadas lectoras de Esther y su mundo que he tenido el honor de conocer. La emoción del evento nos transportó a ese tiempo y lugar que es la adolescencia, en el que un tebeo leído en la soledad de tu habitación te salvaguardaba del mundo y, lo que es más importante, te proponía otros diferentes. Mundos a los que se asomaron asimismo lectores como Hernán Migoya, seducido entonces y ahora por un “ser quinceañera” que le liberaba de sí mismo y le permitía ser otra. Migoya celebraba el galardón del Colectivo de Autoras de Cómic con un “ahora nos toca homenajear a Purita Campos, pero sobre todo leer sus tebeos” que, en el contexto del fallecimiento de la autora, tiene todavía más sentido: lamentemos que Pura Campos no está entre nosotras, pero sepamos apreciar que sus cómics nos acompañarán siempre.

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