Al principio de Los testigos de Putin, la mujer de Vitaly Mansky (Leópolis, antes URSS, hoy Ucrania, 1963) vaticina la pesadilla del presente 20 años antes de que suceda: “Estoy desconsolada. La 'mano dura' que tanto quería este país ha llegado. El mundo está conmocionado y volverán a tenernos miedo”. Es Nochebuena de 1999 y el presidente de Rusia, Boris Yeltsin, acaba de anunciar su retirada del poder nombrando como sucesor a un discreto Vladímir Putin.
Mansky logró acompañarlo antes y después de las elecciones de marzo de 2000, que Putin ganó por goleada, asistiendo con su cámara a la metamorfosis del presidente: de perfil técnico y casi afable al autoritario que eliminó cualquier atisbo de modernidad en Rusia. “Vamos a recordar la etapa de Yeltsin como una utopía”, continúa la esposa.
“Lo que dice la mujer de Mansky lo pensamos todos aquella noche”, reconoce Tania, la intérprete rusa de la entrevista con Vitaly Mansky, pues solo las ofrece en su idioma materno. El documentalista pasó de ser parte de su séquito a uno de los principales opositores de Putin en el país, lo que le forzó a emigrar a Letonia, desde donde ofrece este encuentro.
Los testigos de Putin (disponible en Filmin y Prime Video) se estrenó en 2018 y fue censurada en Rusia. Supone un testimonio esencial para entender los inicios del megalómano que hoy invade Ucrania y muestra en directo cómo rechazó y hasta eliminó a quienes le ayudaron a ascender. Putin comienza el documental prometiendo una Rusia moderna y respetuosa con los derechos humanos y termina reponiendo el himno nacional soviético, apelando a una nostalgia peligrosa y demostrando que lo peor aún estaba por llegar.
¿Cómo definiría a Putin en las distancias cortas? ¿Cambiaba al apagar las cámaras?
En 2001 pensé que no había restricciones hasta que surgió el tema de su familia, que resultó un tabú absoluto para él. Pero aparte de eso no me pareció una persona reservada ni encerrada en sí mismo. Mis impresiones son de hace 20 años, también hay que tenerlo en cuenta.
Destacaría sobre todo una cosa: Putin tiene diferentes círculos. Uno de ellos son los oligarcas, conocidos internacionalmente, y con los que se porta de una manera. Pero su grupo más cercano era el de sus guardaespaldas y con ellos tenía una relación muy peculiar. Al salir del Kremlin se iban directos al gimnasio, donde luchaban y hacían deporte durante horas. Tiene mucha más confianza con ellos que con los altos funcionarios, a los que no respeta y de los que no se fía.
En ese momento usted ya era un documentalista reconocido. ¿Cómo termina haciendo una película para la campaña de relaciones públicas de Putin en 1999?
Yo ya era bastante conocido y además trabajaba de director de la programación documental en una cadena estatal. Como todo el mundo en Rusia, supe que Putin iba a convertirse en presidente ese 31 de diciembre. Estábamos en vísperas de unas vacaciones largas y todos los altos funcionarios estaban fuera. Así que encargué a mi equipo que buscasen a personas que conocieran a Putin de los años previos al poder.
Para el final de esas vacaciones ya tenía bastante material, incluida una emotiva entrevista a su profesora de alemán, pero aún no le conocía personalmente. Le mandé la parte de la profesora para que la viera y pasados pocos días, nos invitó a mí y a los directivos de mi cadena al Kremlin. Fue la primera vez que pisé el despacho y la oficina del presidente del país. Me preguntó sobre mis anteriores trabajos y le confesé que quería hacer una película sobre él. Le dije que debía estar dispuesto a ser perseguido por las cámaras, se lo pensó un par de días y finalmente aceptó.
La película se llama Los testigos de Putin y dice que usted mismo fue tratado como un testigo. ¿A qué se refiere?
Es una sensación bastante compleja. Un testigo de un crimen que se calla, se vuelve cómplice. Estoy profundamente convencido de que todos los ciudadanos rusos somos cómplices de los crímenes de Putin porque dejamos que sucedan delante de nuestras narices. Yo me incluyo más que a nadie, porque estaba cerca y no era una profesora de una ciudad provinciana de la Rusia profunda, como su maestra de alemán. No. Yo estaba ahí y fui un testigo callado.
¿Cómo consiguió terminar el documental? ¿El Kremlin intentó pararle los pies o censurarlo de alguna manera?
El Estado ruso no participó. La película la financió la productora de mi mujer y la cadena en la que trabajaba entonces contribuyó solo con 15.000 dólares, lo que es una suma ridícula. Los derechos de todas las imágenes pertenecían a la productora. Tenía derechos de exhibición en todo el mundo salvo en Rusia. De no haber sido así, el Estado ruso me habría destruido usando la ley europea de derechos de autor.
Putin me pareció una persona normal y corriente, sin mucho poder político y que gestionaría bien el país. Esa impresión desapareció en dos o tres semanas
Los tecnócratas de Putin lograron reconstruir su imagen y dulcificarla durante esa campaña. ¿En algún momento, cuando le entrevistaba, creyó que podía llegar a ser un buen presidente?
Reconozco que conocía a la gente que estaba “creando” a Putin y confiaba en su elección. Además, Putin me pareció entonces una persona normal y corriente, y pensé que sabían por quién apostaban. Que podía ser un presidente técnico, sin mucho poder político y que gestionaría bien el país. Nunca pensé que tuviera ambición política. Esa impresión desapareció al cabo de dos o tres semanas. Y para las 'así llamadas' elecciones de marzo del 2000, mi confianza se resquebrajó completamente.
“Las así llamadas elecciones”. Se ha demostrado que a partir de 2004, en todas las elecciones rusas ha habido injerencia del Gobierno. ¿No piensa que las del año 2000 fueran legítimas?
No fueron corruptas, como las otras. Pero tampoco creo que fueran elecciones. Fueron, en el mejor de los casos, un referéndum sobre si Putin debía tomar el relevo del anterior presidente, Boris Yeltsin. Anunciar la llegada de un sustituto temporal de Yeltsin, como se dijo al principio, fue una jugada de tecnocracia política para adelantar la campaña de Putin, que legalmente debía empezar seis semanas antes de las elecciones. Cuando los demás candidatos quisieron hacer su campaña, ya estaban completamente eclipsados por él.
En el documental dice no creer que el FSB (Servicio Federal de Seguridad) ni el Gobierno estuvieran detrás de los atentados a dos edificios de viviendas de Moscú en 1999, en los que murieron 300 personas y que derivaron en la guerra de Chechenia. En estos años han salido a la luz evidencias contradictorias, además de sucesivos asesinatos y ataques a opositores e invasiones militares. ¿Sigue pensando igual?
En la película digo que no me lo puedo creer. Ahora, sí. Por supuesto no sería Putin el que pondría el plan en marcha ni colocaría los explosivos, sino un sistema de subordinados. En aquel entonces no imaginaba que existiera semejante cadena que fuera capaz de cometer un crimen de lesa humanidad de aquella magnitud. Pero cuando escuché la llamada telefónica de Navalny con el agente que le envenenó, y la voz sosegada con la que admitía el atentado, el mundo se me vino abajo. Envenenar era su rutina.
El cenit del documental sucede cuando Putin decide volver a establecer el himno soviético como himno nacional. Usted le rebate en privado y le dice que no comparte su opinión. “Pues deberías”, responde. Da un poco de miedo. ¿Le alarmó esa transformación? ¿Cree que llevarle la contraria entonces le pasó factura?
En absoluto pasé miedo, porque estaba totalmente convencido de que tenía todo el derecho del mundo a expresar mi opinión. El clima social de 2001 lo permitía. Quizá no el clima del Kremlin, donde las personas que lo rodean están acobardadas por complejos, miedos, ambiciones e intereses. Después las cosas cambiaron: en 2004 dejé el trabajo en la cadena estatal rusa, en 2012 me pasé a la oposición y en 2014, tras la anexión de Crimea, tomé la decisión de emigrar.
¿Qué le hizo pasarse a la oposición en 2012? ¿Ha temido por su integridad o la de su familia en estos años?
La gota que hizo rebosar el vaso fue el trueque de la presidencia entre Putin y Dmitri Medvédev. Como a todo el mundo que se rebeló como opositor, me amenazaron y sufrí represalias. Pero comparado con lo que está sucediendo ahora mismo en Ucrania no fue nada y da hasta vergüenza hablar de ello. Soy una persona normal y por supuesto tengo todo el espectro de sentimientos: del amor al miedo. Amo la vida y quiero ver esta serie hasta el final y participar en sus últimos episodios. Sí que temo y tomo medidas de seguridad por mi familia. Pero es el miedo rutinario para todos los opositores.
Europa ha empezado a tomar represalias también contra la cultura rusa. ¿Considera justo que los artistas, cineastas, músicos y bailarines paguen por lo que está haciendo su presidente?
Para empezar, creo que las sanciones actuales no son suficientes. No pueden parar los tanques en Ucrania y no están parando la guerra. Lo único que detiene los tanques y los proyectiles son los tanques y los proyectiles.
Y no pasa solo con los artistas, sino que el pueblo ruso está perdiéndolo todo y sufriendo las sanciones. Pero lo que estamos perdiendo no es suficiente, es poco. Y me incluyo, aunque sea opositor. Es nuestra responsabilidad mientras Putin sea presidente: tenemos pasaporte ruso, debemos sufrir sanciones y las debemos sufrir más porque somos responsables. Si en Moscú saliesen un millón de personas a la calle, sería el fin de Putin. Pero solo salen unos cuantos miles.
Después de haber conocido el Kremlin desde dentro, incluso en los años del conflicto de Chechenia, ¿hasta dónde es capaz de llegar Putin en esta guerra?
Va a llegar hasta el final. Yo me tomo muy en serio sus palabras sobre la guerra nuclear que destruiría el mundo. “No necesitamos un planeta en el que no existe Rusia”, dijo Putin. Muy desgraciadamente la mayoría de los rusos están convencidos de que es una guerra justa, de que Putin no podía evitarlo y de que lo hizo porque la OTAN está cercando a Rusia para invadirla, conquistarla y doblegar al país. No pretendo defender a esa gente, pero hay que tener en cuenta que llevan 20 años escuchando ese discurso sin parar. Hay que ser una persona muy lúcida y brillante para no creer en tanta propaganda. Es algo que no está al alcance de una persona normal.
¿Echa de menos Moscú?
Quiero volver a Rusia, pero no cuando acabe la era de Putin, sino mientras haya personas que lo estén derrocando. Quiero que Rusia convalezca y creo que es posible. Pero la convalecencia empezará solo después de que la gente destruya al dictador.