“Créanme que hoy en día hacer una película es casi un acto heroico”, dijo en su discurso el presidente de la Academia Enrique González Macho. Y en la 28º ceremonia de los premios Goya, héroes no faltaron. Ya fuera en los exteriores del hotel Auditorium -alzando pancartas en contra del ERE de Coca-Cola, los desahucios y las condiciones de los figurantes- o recogiendo al cabezudo en el escenario, hubo grandes y buenas lecciones. La más premiada fue la de Vivir es fácil con los ojos cerrados y su alegoría a la persecución de los sueños a cargo de un profesor de inglés y a ritmo de Los Beatles. Gracias a sus seis premios gordos nos regalaban unas de las mejores cosas de la noche: los discursos de David Trueba.
El cineasta y columnista perdonó las eternas dedicatorias de sus premios refiriéndose a los títulos de crédito y dedicó sus palabras a periodistas, actores y “personas”. Con respeto y humanidad se refirió a la inspiración de su película, el profesor de 89 años, Juan Cerrián. También encontró un hueco para sacar su faceta de plumilla y hacer un sentido homenaje a compañeros que ya no están, como Concha García Campoy. Se refirió al Ministerio de Cultura alegando que castigan a una industria en la que trabajan personas que votan a todos los partidos, y pronunció una de las frases más recordadas de la noche: “De vez en cuando alguno insulta. Pero, ¿qué sería de la vida si no nos insultase la gente que nos debe insultar?”.
En un año castigado por la taquilla y vapuleado por las medidas que coartan el acceso a la cultura, cinco fueron las heroicas triunfadoras. Las brujas de Zugarramurdi terminó la noche con ocho estatuillas, eclipsando en casi todas las categorías técnicas. Vivir es fácil con los ojos cerrados estuvo cerca del pleno, pero se fue con seis de los premios más golosos de la gala bajo el brazo. La herida, esa descarnada historia del trastorno límite de la personalidad, también se llevó dos de los grandes a mejor actriz y director novel. La gran familia española lideraba las nominaciones pero protagonizó el chasco, consiguiendo dos premios por su canción original y actor de reparto. Por último Caníbal se tuvo que conformar con el apartado de fotografía.
Para lección también la que dio la joven actriz revelación, Natalia de Molina, con su aplaudido “No dejes que nunca nadie elija por ti”. Enarbolando entre lágrimas y sofocos a su personaje en la ficción, daba el primero de los palos a un ministro desaparecido hasta entonces, Alberto Ruiz Gallardón. Su testigo lo recogió también Marian Álvarez después de agradecer su premio a Mejor actriz protagonista por La herida. Pese a sus alusiones, el de Justicia no eclipsó al de Cultura en el escenario. José Ignacio Wert tuvo su buena ración de críticas por la espantada.
El ministro de la anticultura
Algunos muy directos. “Ay Wert, Wert, me gustaría que me honraras con tu presencia y sin embargo me has deshonrado”, dijo Roberto Álamo. “Nestro cine está por encima de nuestro ministro de anticultura”, sentenciaba un breve Javier Bardem. Otros con humor, como el monólogo de Manel Fuentes o el Femen-momento final de los Chanantes. Otros con un discurso serio. “Seguimos con un pie en la ley de 2007”, criticaba así González Macho las muchas promesas parlamentarias incumplidas del Gobierno. Y otros de forma bastante elegante. “Si el ministro de Defensa no acudiese al desfile de las Fuerzas Armadas, estaría despedido”, añadía Mariano Barroso al recoger el premio por su guión adaptado en Todas las mujeres.
La industria no perdona y no olvida. En plenas pitadas y abucheos de los premios Forqué, Wert prometía una mejora para el cine y muchos recurrieron esperanzados a una rebaja del IVA. Ahora sin promesa y con una deuda a saldar, el ministro dejó una butaca vacía que sirvió de diana durante toda la noche.
Saldando cuentas
Otra deuda pendiente de la ceremonia era la que la Academia tenía con muchos de sus olvidados. Y cumplió. Primero con una emocionada Terele Pávez, que a sus 74 años agradecía, cabezón en mano, a Álex de la Iglesia y a su hijo. Otro “acostumbrado a perder” era el mencionado David Trueba que, a modo de débito, subió tres veces al escenario a reconciliarse con el gremio. Pero el más esperado y aplaudido de los tardíos reconocimientos fue el de Javier Cámara. Tras seis nominaciones a los Goya, por fin recogió su estatuilla alegrando la noche a sus compañeros de profesión, que incendiaron las redes sociales con mensajes de apoyo. “Lo difícil que es emocionarse cuando te lo manda un director y lo fácil que es aquí”, admitía Cámara.
Jaime de Armiñán comentó su Goya de Honor con una animada batallita en el París de los cuarenta y con el recuerdo a José Luis Borau. Protagonizó la ovación más sentida de la gala y el grito de guerra más memorable: “¡Viva Aragón, viva la jota y viva el cine español!”.