“¿Por qué se suicidó Waldo (de los Ríos)? y ¿por qué motivos cayó en el olvido de manera exprés tras su muerte?”. Esas son las preguntas a las que trata de contestar el periodista Miguel Fernández en su libro “Desafiando el olvido”, que recupera la figura del compositor argentino 43 años después de su fallecimiento.
De los Ríos (1934-1977), afincado en España desde 1962 y del que Kubrick dijo que era “un compositor con mucho talento”, fue un referente musical de su época y un personaje muy conocido, pero hay muchas incógnitas que rodearon sus últimos años de vida.
Recopilar toda la información para elaborar esta biografía no ha sido un trabajo sencillo, sino más bien todo lo contrario, como si de un “juego de mesa se tratara donde avanzas una casilla y retrocedes dos”, apunta el periodista (Granada, 1962) en una entrevista con Efe.
Le ha llevado “cerca de tres años recopilar la información”. “Iba saltando de un lado a otro según lo que iba encontrando porque en este país se guarda poca información de esos años y luego muchos de sus amigos han muerto o son mayores”, explica.
Nacido en Buenos Aires, en el seno de una familia musical (hijo de la famosa cantante Martha de los Ríos), De los Ríos estudió en el conservatorio de música y artes escénicas de la capital y, con solo 14 años, consiguió el título de profesor.
Se casó con la actriz y escritora Isabel Pisano, con la que en 1962 se trasladó a vivir a España, y donde empezó a trabajar como arreglista y director orquestal. Pocos años después se pegó dos tiros en la cabeza. Era el 28 de marzo de 1977 y tenía 42 años.
“¿Por qué se suicidó De los Ríos?”. Esa pregunta se la hace todo mundo. Era un músico de prestigio, famoso, lo tenía todo… Entonces, ¿por qué lo hizo? Para responder a este interrogante, el autor del libro sitúa al lector en los últimos meses de vida del compositor. Describe a De los Ríos como agotado y preso de una depresión.
Las dietas de adelgazamiento, la represión de su homosexualidad, el miedo al olvido, el pensar que su era ya había acabado o la presión por parte de su madre. Problemas que, sumados a la ingesta de somníferos y alcohol, le llevaron a quitarse la vida con una escopeta.
El libro, que comienza con la diligencia judicial de su muerte, trata de esclarecer lo ocurrido aquella noche de 1977, ya que en su día se especuló que podía haber sido un asesinato.
“El sensacionalismo cayó sobre su figura tras la muerte. Fue un auténtico espectáculo mediático. Se habló, se inventó, se manipuló, se hizo de todo, Waldo fue un poco víctima de su muerte”, afirma el escritor.
Por esa razón, Fernández decidió empezar la memoria con la diligencia oficial. “Yo he trabajado de una manera rigurosa y veraz sobre lo acontecido. En ningún momento he buscado el sensacionalismo, al contrario, quería reconstruir un hecho, un tiempo y una figura que fue importante para el país y la memoria de mucha gente”, aclara.
El título escogido para la biografía tampoco es coincidencia. De los Ríos estaba obsesionado con el olvido y no paraba de repetir constantemente que él estaba desafiando al olvido. “Se hacía fotos, se grababa en vídeo, guardaba su música y recortaba todo lo que salía en los periódicos sobre él, tenía miedo que el olvido le tapara por completo, así que no paraba de repetir una y otra vez esa frase”.
Leyendo el libro, se conozca o no a De los Ríos, es fácil preguntarse qué es lo que no hizo como músico o en qué canción conocida de la época no intervino. “Tenía un ego muy fuerte- admite Fernández- le gustaba estar en todos los lados, desde platós de televisión hasta en las bandas sonoras de películas”.
Era un prodigio, o como a Fernández le gusta llamarle, un “todoterreno musical”. Trabajó con orquestas, actuó ante la reina de Inglaterra, puso banda sonora a películas y series de Chicho Ibáñez Serrador – “La residencia” o “Historias para no dormir”- y le dijo a Kubrick que no iba a componer la música de “La naranja mecánica”.
“Yo creo que Waldo fue el primer compositor global, lo mismo te podía hacer una banda sonora, que el arreglo de una canción, que la cabecera de un programa de televisión o ahondar en el folclore argentino y español. Él hacía de todo y casi para todos, tenía una multitud de registros, por eso llegó a tanta gente”, aclara Fernández.
Aunque, sin duda, su consagración llegó con el álbum “Sinfonías”, en particular con la Sinfonía número 40 de Mozart, y, pegó el “boom” con el arreglo del cuarto movimiento de la 9º Sinfonía en re menor de Beethoven, conocido como “Himno a la alegría”, que este 2020 cumple 50 años.
“Esta canción, cantada por Miguel Ríos, llegó a ser número uno de muchas listas de música mundiales -declara el autor- de hecho, ahora con la pandemia en muchos son balcones que han rescatado esta canción”.
Genial, prodigio, precoz, reprimido, obsesivo, tierno. Así fue Waldo de los Ríos, el hombre que, como dice el autor, “pudo ser el Mozart del siglo XX”. Un talento brillante que tuvo la desgracia de morir joven.
Silvia García Herráez