La sal de todos los olvidos es la novela número 27 de Yasmina Khadra y la 32 de Mohammed Moulessehoul. El escritor argelino con nombre de mujer se despide de la literatura con esta obra y otras dos más que ya están listas para ver la luz. “No estoy cansado, pero quiero marcharme porque estoy harto de vivir en ambientes insanos”, admite en videollamada con elDiario.es. Se refiere al sector editorial y mediático de Francia, al que califica de “racista” sin que le tiemble la voz. Según Mohammed, los franceses llevan años haciéndole el vacío y por eso prefiere charlar con periodistas extranjeros y ajenos a su país de acogida.
Pero la promoción de su última novela ha coincidido en España con un fenómeno que le ha pillado por sorpresa: Carmen Mola. La revelación de los tres guionistas que se escondieron tras un seudónimo femenino ha vuelto a poner sobre la mesa su caso personal.
Yasmina Khadra ha sido la piedra de toque con la que comparar el truco editorial de Carmen Mola. Y nadie mejor que él para explicar las diferencias. La primera es que sus últimas novelas tienen una foto del propio Mohammed en la portada, para que no haya lugar a dudas.
“¿No son buenas las novelas de Carmen Mola?”, se pregunta. “Bueno, es lo que hay hoy en día”, continúa sin esperar a la respuesta. “No es una buena época para el genio, sino para el engaño. No es una época para la generosidad, sino para el oportunismo. No es la época de la sabiduría, sino de las falsas maniobras”, reflexiona. Aunque se proclama como un firme defensor de la obra frente al autor, reconoce que él estuvo lejos de elegir un nombre femenino como estrategia para favorecer sus ventas: “Lo mío era una cuestión de vida o muerte”, desvela.
Mohammed nació en 1955 en el desierto de Argelia. Su madre era una mujer nómada y su padre un enfermero del ejército que con apenas nueve años le matriculó en una academia militar. Su primera novela, Houria, la escribió en el cuartel con 18 años, pero no la publicó hasta pasada una década, en 1984. Para 1989 ya había escrito cinco libros bajo la escéptica mirada de sus superiores.
Las autoridades del ejército han considerado siempre a los escritores como amenazas subversivas
“En aquella época yo era el único escritor del ejército argelino y jamás vi a un militar oficial abrir un libro. La lectura no estaba en la tradición del ejército y, en general, las autoridades habían considerado siempre a los escritores como subversivos”, desvela. Todos sus manuscritos debían ser revisados por un comité militar sin ninguna formación ni interés literario. Este comité no solo decidía si pasaba la criba o si censuraba ciertas partes, sino que podía dictaminar que Mohammed era una amenaza para la estabilidad nacional. Pero dejar de escribir no era una opción porque la literatura era su “único refugio”. Fue entonces cuando creó a Yasmina Khadra. La idea se la dio su mujer, cediéndole sus dos apellidos de soltera.
La frase que pronunció ella entonces ha dado la vuelta al mundo: “Tú me has dado tu nombre para la vida y yo te doy el mío para la posteridad”, repite él. Mohammed lo define como un acto de “amor y respeto” mutuos y como una forma de vincular a su esposa “con aquello a lo que tenía más apego: la escritura”.
La primera novela como Yasmina Khadra fue El loco del bisturí (1990). En ese mismo año sacó La Foire des Enfoirés y Los califas del apocalipsis (1991). Las tres cosecharon escaso éxito de lectores hasta que llegó Morituri un lustro después, la primera entrega de la trilogía del comisario Brahim Llob. “Quizá uno de los motivos de mi falta de éxito fue el seudónimo femenino, sobre todo en el mundo árabe”, reconoce.
Cuando fueron aumentando las ventas y se complicó la posibilidad de mantenerse en el anonimato, Mohammed decidió salir a la luz y revelar quién era Yasmina Khadra. Corría 2001. Un año antes había conseguido licenciarse del ejército argelino, viajar a México y después asentarse en Francia. En El escritor (2001), aprovechó su propia historia para escribir sobre el seudónimo y empezar a dar entrevistas como Mohammed Moulessehoul, aunque decidió seguir firmando las novelas como Khadra.
“Una obra solo existe cuando se habla de ella. Y la prueba es que durante tres años he sido boicoteado por la prensa y mis libros no han funcionado tan bien en Francia. La promoción es importante, sobre todo en una época en la que el talento no hace el éxito sino el ruido de alrededor”, dice. Pero ¿por qué elegir un nom de plume de mujer?
Quizá uno de los motivos de mi falta de éxito en un inicio fue el seudónimo femenino, sobre todo en el mundo árabe
Poca reivindicación feminista
“Si solo hubiera querido protegerme habría escogido un nombre cualquiera”, dice sin entrar más en detalle. En cambio, reconoce que “ha sido un placer cambiar algunas mentalidades”. Asegura que, en un mundo “machista como el árabe-musulmán”, algunos hombres han empezado a firmar como mujeres pensando que “quizá iban a convertirse en personajes célebres”: “No entienden que no es el feminismo lo que consigue la celebridad de su autor, sino su talento”.
Si bien cree que su seudónimo ha podido ayudar a que el mercado editorial se abra más a las mujeres con nombre musulmán, Mohammed niega que Yasmina Khadra haya sido un señuelo. “Creo que cuando se habla de literatura hay que hablar de la obra. El autor puede ser cualquier persona, no importa, pero la obra es única, es la que sobrevive al escritor y la que ilustra las mentes”, defiende. Para él, el seudónimo no es más que un “lifting”.
Tampoco ha intentado imprimir ningún rasgo femenino en sus textos. De hecho, la primera novela que escribió con perspectiva de género fue La deshonra de Sarah Ikker, en 2020, que tenía como telón de fondo los abusos hacia las mujeres en el Magreb. Pero sí que ha aprovechado el anonimato para no caer en ningún tabú.
El autor puede ser cualquier persona, no importa, pero la obra es única, es la que sobrevive al escritor y la que ilustra las mentes
“Prefiero no esconder nada al lector. Yo crecí venerando la literatura y durante mucho tiempo fui incapaz de separar el escritor de su obra. Para mí, cuando una obra era hermosa, el autor también lo era. Pero descubrí que no era cierto, que la obra podía ser hermosa y el autor monstruoso”. No cree que haya engañado a sus lectores ni siquiera durante esa década de anonimato. “Ahora todo el mundo sabe que soy un hombre y los únicos ofendidísimos están en el mundo árabe, pero me da lo mismo porque le estoy muy agradecido a este seudónimo”, admite. “Me salvó la vida”.
El adiós a cuatro décadas de escritura
Con La sal de todos los olvidos, publicada por Alianza Editorial, Yasmina Khadra rememora la Argelia de su juventud a través de Adem, un profesor abandonado por su mujer que no levanta cabeza. En la novela flota una atmósfera esperanzadora de la que el protagonista es incapaz de contagiarse. “Era el momento de la independencia de Francia, cuando se produjeron muchas desilusiones y mucho desprecio. Quería narrar esa depresión nerviosa que reinaba aunque no tuviese razón de ser”, cuenta. Este paralelismo entre Adem y el pueblo argelino desvela “una especie de ruptura con todos los sueños que nos animaron durante la guerra de liberación”.
Este tipo de novela “blanca” se ha intercalado durante todos estos años con la novela policiaca y con los libros más políticos. Mohammed se ha metido en la piel de un terrorista en Khalil (2018) y hasta en la de Muamar el Gadafi en La última noche del Rais, aunque reconoce que esta es su novela más dura. “Es la que más me hizo sufrir porque fue algo más físico que mental. Gadafi se metía cada noche en mis sueños y juro que me levantaba sudando. Sin embargo, fue de las que menos tardé en escribir: unas tres semanas”, revela.
He sufrido mucho cada vez que he publicado un libro. Cuando uno es un verdadero talento, no puede vivir como un paria
A un hombre que escribe a razón de un libro al año, podría suponérsele un cierto síndrome de abstinencia a partir de ahora. Pero él lo niega. “Seguiré escribiendo, pero no publicando porque no quiero sufrir más”, recalca sobre el supuesto maltrato de los círculos literarios franceses. Ahora que apenas puede leer debido a una operación de cataratas fallida, la única relación que tiene con la literatura son sus propios textos taquigrafiados sobre una enorme pantalla de ordenador. “Me he convertido en mi autor favorito”, dice bromeando.
“Creo que he escrito excelentes libros. Nunca he hecho trampas a mis lectores y voy a echarlos de menos. Pero cuando uno es un verdadero talento, no puede vivir como un paria. No voy a permitir que personas que no valen nada me hagan más daño”, concluye.