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Cuidado, que todo es machismo

Raquel Miralles

Son tiempos difíciles para la reflexión. Todo lo que excede de 140 caracteres supone demasiado esfuerzo. Pensamos en titulares, reclamamos morbo y consumimos noticias falsas sin inmutarnos. Zygmunt Bauman afirmó que si antes el conocimiento se construía igual que una casa, ahora se parece más a un tren que pasa sobre los raíles y no deja ninguna huella en la tierra. “Nada es estable”, ni absoluto.

En este paradigma de la desinformación, vemos como se vende la cosificación como símbolo de empoderamiento y toda crítica a una mujer, como machismo. Pero igual que no todo es feminismo, no todo es machismo. Es cierto que vivimos en una sociedad patriarcal y que, por lo tanto, el machismo forma parte del sistema y de nosotros mismos, gracias a la educación y a la cultura, pero creo sinceramente que ante toda la vorágine que estamos viviendo en los últimos meses, distinguir los matices es fundamental.

No estaría mal que nuestros dirigentes asistieran a una clase práctica de actitudes y comentarios machistas y dejaran de utilizar el feminismo, un movimiento que lucha por la igualdad, para embarrar todavía más el terreno político. Por ejemplo, que Roger Torrent se dirija a la número dos del Gobierno como vicepresidenta Soraya, sin apellidos, es machista y que Xavier García Albiol compare las urnas del 1 de octubre con el cesto de la ropa sucia “de su mujer”, también. Hasta aquí ningún problema. Parece claro que el paternalismo, la condescendencia, la superioridad y el continuo escrutinio al físico y a la vestimenta de las mujeres es machismo puro y duro.

Ahora bien, ¿son machistas, tal y como afirmó en Twitter María Dolores de Cospedal las acusaciones de corrupción contra Cristina Cifuentes? ¿Es machista, según denunció Isabel Bonig, que un diputado de Les Corts valencianas “se encare” a ella para espetarle que “no tiene vergüenza” a cuenta de la financiación de una infraestructura? Claramente, no. Lo que convierte un comentario o una actitud en machista no es que el receptor sea una mujer, sino que se sustente en la creencia de que las mujeres somos el segundo sexo.

No podemos usar el machismo como arma de destrucción masiva, ni participar de esta campaña propagandística de confusión porque deslegitima el feminismo y es contraproducente para la consecución de los objetivos. La desigualdad de género, que se ha cobrado más víctimas que la banda terrorista ETA, es una cuestión lo suficientemente grave como para ser un tema de Estado. Dejen de retorcerla y utilizarla para sacar un puñado de votos y al menos, sepan distinguir lo que es machismo de lo que no.

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