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Cinco horas de viaje en un vehículo sin aseos para ocho minutos de radioterapia: tener cáncer en la España vaciada

Una ambulancia del Sacyl recorre una carretera de Castilla y León.

Ángel Villascusa

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Fabián Rodríguez tiene 70 años y desde hace dos está en tratamiento por un cáncer de próstata. Su provincia, Soria, carece del equipamiento necesario para dar radioterapia, por lo que durante un mes ha tenido que trasladarse a Burgos cada día. La suya no es la única provincia sin unidades especializadas. Lo mismo ocurre en Palencia, Ávila y en el Bierzo. Para solventarlo, la Junta de Castilla y León dispone de un servicio de ambulancias que trasladan a los pacientes desde sus casas a los hospitales de referencia. El servicio es incómodo: madrugones, horas en la carretera, ambulancias sin aseos y ausencia de personal sanitario durante un trayecto que puede alargarse más de cinco horas.

La Junta de Castilla y León defiende que esta dispersión no afecta a la calidad de la atención sanitaria, porque todos los ciudadanos de Castilla y León, independientemente de la provincia en la que vivan, tienen acceso a tratamientos. La dispersión, que se produce porque la falta de pacientes hace inviable desarrollar estas unidades, tiene un coste añadido que sufren los enfermos que tienen que ir en ambulancia. Durante el mes que ha durado la radio, Fabián ha tenido que recorrer cerca de 300 kilómetros diarios hasta Burgos. “Dos horas y media de viaje para ocho minutos en la máquina”, se queja.

En coche, el trayecto no supera la hora y cuarenta y cinco minutos, pero en la ambulancia la duración se multiplica. El viaje no es directo: tienen que seguir rutas y recoger a otros pacientes de los pueblos, en su mayoría personas mayores que no disponen de vehículo. Con todo, Fabián tuvo “suerte”, explica. Pasaban por la puerta de su casa a las siete de la mañana, pero hay pacientes que tienen que cogerlo a las cuatro de la madrugada, lo que supone pasar más de 10 horas al día en una ambulancia. La consejería de Sanidad carece de los datos de tiempo y distancias medias en las ambulancias porque desde el punto de vista asistencial “no tiene ninguna trascendencia”.

La ambulancia que ha llevado a Fabián es en realidad una especie de minibús medicalizado que lleva a alrededor de seis pacientes desde los municipios hasta los hospitales. Todos ellos enfermos de cáncer. “El viaje era muy duro”, recuerda Fabián como queriendo mostrar entereza. Terminó el tratamiento la semana pasada y ahora está a la espera de los resultados. Se encuentra bien y es optimista. La radioterapia no le produjo más molestias que la quimio, pero el desgaste extra del viaje le afectó al carácter. Por primera vez en muchos años tuvo que cerrar su taller de joyería en Soria.

“Siempre ha sido una persona fuerte, pero el tratamiento y sobre todo el hecho de tener que trasladarse cada día le estaba empezando a afectar. Su vida era ir a Burgos, volver a casa y acostarse”, explica Elena, una de las hijas de Fabián. Preocupada por su padre, decidió acompañarle en la ambulancia. El viaje la horrorizó. “Fue durísimo”, cuenta. “Teníamos que parar cada 15 minutos porque los pacientes se mareaban y tenían que bajar a vomitar o a hacer sus necesidades”.

Paradas en mitad de la carretera para orinar

Si el trayecto se alarga, además de porque hay que recoger y dejar a varios pacientes, es porque la ambulancia no dispone de aseos, así que los viajeros tienen que parar a hacer sus necesidades en mitad de la carretera. “La imagen es terrible”, cuenta Elena emocionada. Independientemente de la época del año, tienen que pedir a los conductores que detengan el vehículo. Antes de la radioterapia, los pacientes tienen que beber mucha agua para mantenerse hidratados. Sumado a que casi todos son personas mayores, obliga a que tengan que detenerse muy a menudo. “En uno de los viajes tuvimos que parar hasta quince veces”, recuerda Fabián.

En uno de los trayectos que hizo acompañando a su padre, Elena coincidió con una mujer que iba con su madre, una anciana que rozaba los noventa años. La paciente sufría cáncer de colon. La radioterapia, al aplicarse en zonas muy concretas del cuerpo, puede provocar molestias, y en el caso del cáncer de colon, ganas de hacer de vientre. “Su hija llevaba un fular atado al cuello para cubrirla mientras hacía sus necesidades en medio del campo. Es insoportable”, recuerda Elena emocionada.

A veces, los pacientes bajan en grupo. Otras, en solitario. Los conductores, que son “encantadores y comprensivos”, dice Fabián, intentan hacer paradas en estaciones de servicio. Pero a veces las rutas discurren por carreteras alejadas de la red principal, donde los restaurantes y gasolineras escasean. “Yo no tenía problemas para miccionar en la carretera, pero las señoras... Es otra cosa”, dice Fabián. Cuando no es la vejiga, es el estómago, que se suma al ayuno, los líquidos, o las inclemencias del clima castellano y leonés, helador o abrasador según el momento del año.

Aunque Fabián ha terminado el tratamiento, su familia ha puesto en marcha una petición en la plataforma change.org para pedir la puesta en marcha de equipos de radioterapia en todas las provincias de Castilla y León y en otras de España como Teruel, que tampoco dispone de hospitales de referencia. Elena vuelve a emocionarse al pensar en lo “injusto” de la situación. “No hay derecho a que en momentos de esa fragilidad, que pueden ser los últimos, tengan que pasarlos en una ambulancia”. Fabián recibirá los resultados este viernes. Y espera dejar atrás la radioterapia, más por el desgaste psicológico y físico que por el tratamiento en sí. “Nos dicen que no es rentable tener una unidad de radio en Soria porque no hay pacientes suficientes en Soria”, dice resignado.

El presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, prometió, como ya había hecho su antecesor Juan Vicente Herrera desde 2007, una unidad de radioterapia en Segovia y otra en Ávila, que deberían ponerse en marcha pronto. Pero no hay respuesta para Palencia, Soria o el Bierzo. Ante esta situación, Elena, la hija de Fabián, se pregunta si de verdad la de Castilla y León es una de las mejores sanidades de España, como se encargan de decir los líderes autonómicos. “Yo no sé de números ni nada. Aquí estamos hablando de la dignidad de las personas”.

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