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Amuda Goueli: Tres viajes y un destino

Amuda Goueli.

Gumersindo Lafuente

La Casa de España en El Cairo, una taberna en Madrid y una buhardilla en Lavapiés sirvieron a Amuda Goueli para dar tres saltos definitivos en su vida. Su espíritu viajero, un padre visionario y un poco de fortuna hicieron todo lo demás: “Tuve suerte, si nazco diez años más tarde probablemente estaría en el monte Gurugú esperando para saltar la valla de Melilla”.

El fundador de Destinia, una de las mayores agencias de viaje por internet, con flamante oficina en la Gran Vía madrileña y casi doscientos trabajadores, nació en Aswan, a orillas del Nilo, en la región de Nubia, un territorio a caballo entre Egipto y Sudán. Muy pronto, con nueve años, viajó a El Cairo, donde ya vivían su padre y dos hermanos. Allí, además de estudiar, fue recadero, limpiabotas, vendedor de antenas, pero sobre todo y de la mano del padre librero de un amigo, empezó a interesarse por la lectura. Los cómics fueron su primera ventana al mundo. Cervantes y El Quijote la puerta que le abrió el camino al futuro.

Cuenta Amuda que un día llegó a sus manos un libro sobre literatura latinoamericana escrito por un libanés, “hablaba de don Quijote, de Cervantes… y me puse a buscar El Quijote pero no lo encontraba”. Al final no solo encontró el libro. En el Centro Cultural de España en El Cairo se cruzó en su vida el castellano: “La primera vez que escuché hablar en español me enamoré del idioma y me apunté a un curso con el único objetivo de leer El Quijote”.

Aprendió castellano, su padre le empujó a estudiar una ingeniería (que a él no le gustaba), participó a mediados de los 80 en las manifestaciones contra Mubarak, pasó tres meses en la cárcel y ya en la calle decidió irse de Egipto: “No quería perjudicar a mi familia con mi militancia política”. Una beca Cervantes le trajo a Madrid con el proyecto de estudiar márketing, publicidad, diseño… pero muy pronto, con su tarjeta de residencia como estudiante en la mano y los bolsillos vacíos, emprendió un viaje por Europa, solo, trabajando en lo que podía, saltando de un país a otro a bordo de camiones, “con la solidaridad de conductores negros”. Una aventura viajera sin aparente destino que acabó convirtiéndose de alguna manera en su profesión.

Regresó a Madrid rozando la década de los 90 y empezó a trabajar en La Venencia, una taberna andaluza de la calle Echegaray que aún hoy conserva el encanto de los primeros años del siglo pasado. Entre finos y mojama, en el sótano de La Venencia trasteaba Amuda con un ordenador 486. Pronto se convirtió en un amante de la programación y como ya sabía algo de diseño cambió los vinos generosos por un puesto en una agencia de publicidad. Pero ese no era su destino. Conoció a Ian Webber (que aún sigue siendo su socio) y en una buhardilla de la calle Tres Peces, en el corazón de Lavapiés, enganchados a Goya, el primer proveedor de Internet español, descubrieron la Red. A mediados de los 90 internet era aún un misterio para casi todos, empezaba a hablarse de algo que iba a cambiar el mundo, pero casi nadie sabía lo profunda que iba a ser esa revolución.

Amuda y su socio experimentaron con páginas de cocina, guías de hoteles… Probando descubrieron los secretos de Internet. Servidores, conexiones, programación, usabilidad… y se subieron al boom. Ya todo el mundo hablaba de sus maravillas, aunque en realidad muy pocos lo utilizaban. Ganaron mucho dinero con publicidad hasta que estalló la burbuja. Con lo aprendido, en 2001, empezaron a hacer reservas de hotel por Internet (en realidad también usaban el teléfono) y en plena depresión, crearon Destinia. Y les fue bien.

“¿Cuanta riqueza he generado para Egipto y cuánta para España?”, se pregunta Amuda. “Soy el mismo aquí, que allí. Soy rentable para España y Egipto se lo ha perdido”. Si hablamos de los migrantes para él no hay dudas. “El ser humano ha crecido siempre con las migraciones y nunca nadie ha conseguido pararlas. Es ley de vida”. Si le cito a Donald Trump, tampoco: “Si tienes que protegerte de los demás, es el principio de tu decadencia”. Y si le pregunto por las vallas también lo tiene claro. “Están poniendo parches que generan mucho dolor. Los muros se pueden saltar, no son la solución”.

Destinia es hoy mucho más que una agencia de viajes, en realidad su negocio es la tecnología. La mayor parte de sus trabajadores son ingenieros y el big data es su materia prima. Desde las tripas del nuevo ecosistema Amuda advierte: “Hay que poner reglas de juego éticas. La tecnología va más deprisa que los políticos. Facebook sabe lo que vamos a pensar, no lo que estamos pensando. Las fake news pueden llevarnos a una guerra”. Suelta las frases como disparos, sin peder la sonrisa, desde la experiencia y el conocimiento profundo de un mundo que gobierna cada vez más nuestras vidas.

Han pasado muchos años desde que Amuda aterrizó en Madrid. Habla un perfecto español, estudió ingeniería empujado por su padre aunque no le gustaba, ha viajado por el mundo -primero haciendo auto stop y ahora en business-. También ha sufrido el racismo en su vida cotidiana: “Deja el paquete allí” le dijeron en la recepción de Torre Picasso un día que iba a entrevistarse con la directora general de Google España. Le van bien en los negocios y en la vida, es discreto y reconoce su suerte. Y al final de nuestra charla, en la que no logro arrancarle el año de su nacimiento, a cambio me confiesa otro secreto: “Tengo el Quijote en casa, pero nunca he llegado a leerlo”.

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