Poder competir en Europa, el sueño que perseguía el medallista yemení ahogado en una patera en Melilla
—Era muy divertido, siempre me hacía reír. Confiaba en mí y me llamaba mi 'gran hermano'.
Akram recuerda abatido a su amigo Helal Al-Hajj a las puertas del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla. Le resulta doloroso seguir adelante sin él. El joven trató de cruzar la frontera española en seis ocasiones. A la sexta, perdió la vida en las aguas que separan España y Marruecos.
Al-Hajj había abandonado Yemen, su país, a pesar de ser cuatro veces campeón nacional de Wushu, un deporte de contacto derivado de las artes marciales. Tras ganar una medalla de bronce en los Juegos de Solidaridad Islámica en Azerbaiyán en 2017, viajó a Egipto y más tarde a Argelia, desde donde atravesó a Marruecos por la frontera de Oujda.
Permaneció un mes en Nador, pagando cinco euros cada día por una habitación de hotel, esperando el momento para atravesar la frontera con España. Quería, dice su amigo, “trabajar y competir” en Europa.
En ese empeño, intentó entrar a Melilla por la valla en cuatro ocasiones frustradas por la altura de la alambrada y el control fronterizo en la frontera, de acuerdo con Akram. También intentó colarse una vez por la frontera de Farjana, donde la Policía marroquí lo detuvo y lo encerró cinco horas en la comisaría. Solo le quedaba una última salida: cruzar en una embarcación.
Se puso de acuerdo con el que también fue su compañero de viaje, Akram, y pagaron por dos pasajes en un bote de madera con motor. Únicamente para ellos “por seguridad”, precisa el superviviente a eldiario.es. “Nos pusieron en contacto con el conductor otros yemeníes”, confiesa.
El largo y costoso viaje terminó en tragedia. El 16 de septiembre, Helal, de 24 años desapareció a 30 metros de la costa española. Dos días después, la Guardia Civil localizó el cuerpo en el fondo del mar.
A diferencia de otras personas migrantes que confiesan a eldiario.es haber pagado este verano hasta 3.000 euros por diez minutos de travesía entre Marruecos y Melilla, Halel y Akram quedaron en entregar 500 euros cada uno a otro hombre a la llegada a la ciudad española. De hecho, tras la tragedia, Akram se encontró en la puerta de la escollera al cobrador. Le explicó que no encontraba a su amigo y este lo tranquilizó. “Me dijo que iba a buscar ayuda pero no apareció nunca”, lamenta el joven.
En principio, la ruta era de diez minutos, y además, creían que los dejaría a la orilla de la playa, en la arena. “No sabíamos que tendríamos que nadar, así que íbamos con pantalones largos y botas”, detalla Akram. A 30 metros de la llegada, el patrón del barco los empujó a saltar. “Primero se tiró Helal y después yo. Luché por mi parte para seguir vivo, y él luchó por su lado para vivir… Luché contra la muerte, nadé y llegué a las rocas, mi garganta estaba muy seca, no sentía nada; conseguí gritar su nombre Helal, Helal, Helal, pero no pude encontrarlo”, susurra mirando al infinito en el lugar donde ocurrió la tragedia, el puerto de Melilla.
De madrugada, caminó durante tres horas hasta que se encontró con unos migrantes procedentes de África Subsahariana que le llevaron al CETI. “No sabía lo que era, y si te digo la verdad, no me gusta”, susurra durante la entrevista.
Este joven de 25 años es ingeniero. Estudió en la misma residencia universitaria que Said Al-Hajj, el hermano de la víctima, químico de formación. Llegaron juntos desde Yemen. Hace un año se les unió Helal, que había estudiado ciencias del Deporte en su país. A pesar de haber conseguido varios galardones en competiciones en países árabes y asiáticos, “nadie le apoyaba, nadie le prestaba atención”, lamenta su amigo. Tras su muerte, Helal se convirtió en un héroe en su país.
De momento, se desconoce el resultado de la autopsia que se practicó antes de que las autoridades españolas entregasen el cuerpo a la embajada de Yemen en Madrid. Sin embargo, Akram mantiene que “se dio contra una roca porque él sabía nadar”. Según explica “las olas eran enormes” y él mismo tuvo “dificultades para conseguir salir del agua”.
La embajada de Yemen en Madrid acusa en un comunicado al ministerio de Exteriores de su país de no responder a los procedimientos de transporte del cuerpo del deportista ahogado, lo que revela, dicen, “la indiferencia y la corrupción reinante en el ministerio”. La propia embajada se encargó de repatriar el cuerpo a Sana, la capital del país, junto a su familia. Primero aterrizó en Jordania, donde esperaba Said, que confiesa que “es una pérdida para nosotros como familia y una pérdida para Yemen en su conjunto”.
“En Yemen no tenemos ni electricidad”
Las ONG vienen comprobando cómo han aumentado las llegadas a Melilla de personas de Yemen, Palestina y Eritrea por vía marítima. El cierre de la frontera no permite acceder a la oficina de asilo a personas que se ven “obligadas a tomar otras vías menos seguras”, recuerdan a eldiario.es desde el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM).
El caso de Al-Hajj es similar al del periodista deportivo yemení Mohamed Al-Ahdal, quien se ahogó el pasado marzo después de que un bote con decenas de jóvenes de diferentes nacionalidades árabes se hundiera frente a las costas argelinas intentando migrar a España. Organismos especializados como Acnur y las ONG exigen la apertura de vías legales y seguras de entrada a los Gobiernos europeos para que quienes huyen de la violencia y la miseria puedan llegar al continente sin necesidad de arriesgar sus vidas en el mar.
El joven fallecido también huía de la situación del país. Desde marzo de 2015, Arabia Saudí entró en el conflicto e inició una devastadora campaña de bombardeos aéreos en Yemen contra los rebeldes hutíes. Antes de la guerra, ya era el país más pobre de la región. Pero cuatro años de contienda han colapsado la economía, con una inflación disparada y escasez de todo tipo.
Las cifras se cuentan por millones. Los civiles son los más afectados, con 22,2 millones de yemeníes que actualmente necesitan asistencia humanitaria, según cifras de Acnur. “El presidente de Yemen vive en Arabia Saudí, y nosotros no tenemos electricidad, ni agua ni buena comida. No tienen interés en los ciudadanos, y la guerra no va a parar porque se conocen unos a otros, y están enrocados”, se queja Akram.
Casi cuatro años de guerra han dejado a 24,1 millones de niños, mujeres y hombres con necesidades urgentes de alimentos, vivienda, atención médica y educación. “Se está desarrollando una catástrofe humanitaria en Yemen, mientras millones huyen de sus hogares para escapar de un conflicto devastador”, denuncia Acnur.
—Asedian las ciudades. ¿Qué hay de nosotros, que queremos vivir una vida normal?—se pregunta con pocas esperanzas Akram
—No podemos continuar —responde él mismo.
Sin embargo, detrás de toda esa tristeza y dolor que reflejan sus ojos, consigue esbozar una sonrisa para homenajear a Halel, “su mejor amigo, su escudo”. Su 'gran hermano'.