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“Toda la población de Yemen está sufriendo los terribles efectos de la guerra, pero aún resiste”

Gobernación de Saada en Yemen, Haydan, marzo de 2018. Niños de la familia Ghani posando frente a la entrada de su casa, bombardeada durante la guerra de Saada, entre 2004 y 2010.

Arunn Jegan

Coordinador de terreno de MSF en Taiz (Yemen) —

Violencia sin sentido, anarquía, un pueblo resistente pero ya cansado de conflictos y una nación en medio del caos: a grandes rasgos, eso era lo que esperaba encontrarme en Yemen antes de poner rumbo hacia allí

Mi destino era la ciudad de Taiz, la tercera ciudad más grande del país; un lugar considerado por muchos como el último bastión para mantener las esperanzas de paz. Taiz está dividida por un frente de guerra y sus habitantes están expuestos permanentemente a la violencia. El sonido de los bombardeos y de los disparos es constante durante todo el día y hace tiempo que se ha convertido en norma durante la noche. En enero llegamos a estar durante dos semanas enteras escuchando una media de cinco explosiones por minuto. “Si Taiz cae, también lo hará el futuro”, me decían muchos yemeníes por aquel entonces.

El problema principal para los habitantes de Taiz sigue siendo la inseguridad. Conviven a diario con el temor a ser alcanzados por una bala perdida o de perecer bajo los bombardeos. El miedo a que sus familiares no vuelvan a casa después de una jornada de trabajo es generalizado.

La libertad de movimientos está muy restringida. Los puntos de control repartidos por todas partes impiden hacer vida con normalidad y, como resultado de esto, muchos sufrirán secuelas psicológicas devastadoras que arrastrarán incluso después de que termine la guerra.

El sistema de atención sanitaria especializada se ha visto colapsado por completo en todo el país y en MSF hemos denunciado abiertamente esta situación una y otra vez. Por ejemplo, llevamos reiterando desde hace tiempo que los trabajadores de los hospitales públicos llevan casi dos años sin apenas recibir salario. Y es obvio que si no pagas a los médicos durante todo ese tiempo, por muy buenas intenciones que estos tengan, el sistema de salud público no puede funcionar.

Lo que más me ha impactado es ver la estrecha relación que hay entre muchos de nuestros trabajadores y los pacientes. Es común que parte de nuestro equipo lo formen antiguos empleados públicos yemeníes que han perdido su empleo. Por ejemplo, algunos maestros trabajan con nosotros en puestos de administración o de logística, ya que el sistema educativo también ha desaparecido casi por completo.

Recuerdo el día en que fui con nuestro logista a visitar uno de los hospitales que apoyamos. Al entrar en la sala de urgencias, mi compañero, que es uno de esos antiguos profesores que ahora trabaja con nosotros, reconoció a algunos de sus antiguos alumnos entre los pacientes. Le sorprendió bastante verlos en ese estado. En su mente, me decía, aún perduraba el recuerdo de todos aquellos chicos cuando aún estaban sanos y en buena forma.

Los estudiantes reconocieron inmediatamente a su maestro y charlaron durante bastante tiempo con él sobre los tiempos pasados. Más tarde, me confesaba que todas las conversaciones fueron bastante tristes porque en todas se vislumbraba un futuro sombrío. Los chicos ya no iban a la escuela y echaban de menos los días en los que el colegio era su única preocupación. “¡Añoran incluso a los maestros más estrictos!”, me decía con media sonrisa.

Uno de los jóvenes, que estaba bastante enfermo, contaba que sus padres estaban teniendo muchas dificultades para conseguir alimentos para la familia. Se mostraba agradecido por recibir atención sanitaria gratuita, pero le preocupaba no poder satisfacer todas las demás necesidades básicas.

Este fue un momento revelador para mí. Me hizo darme de frente con la cruda realidad y me permitió entender de inmediato que no solo los heridos y sus familiares han visto alteradas sus vidas, sino que toda la población está sufriendo, de un modo u otro, los terribles efectos del conflicto.

Cada yemení tiene una historia que contar. En la mayoría de los casos, cabría esperar ver a personas rotas tras años de olvido, de no poder pagar los alimentos y de no tener atención sanitaria. Pero los habitantes de Taiz aún resisten. La gente continúa haciendo todo lo posible para sacar energías y hacer frente a la situación a pesar de que la guerra y el miedo a la muerte es una realidad cotidiana.

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MSF administra un hospital materno infantil en Al Houban y apoya a tres hospitales en la ciudad de Taiz. Llevamos ofreciendo atención médica para los heridos de guerra y atención pediátrica y de maternidad desde hace casi dos años. En la guerra, la cirugía supone una parte importante de nuestro trabajo, pero también existen grandes necesidades de servicios médicos de calidad para niños y embarazadas.

Unas 2.000 mujeres han recibido atención por parte del personal de MSF en la ciudad de Taiz. Mujeres, que de otra forma, no habrían tenido acceso a estos cuidados especializados. También, hemos tratado a niños desnutridos y con infecciones respiratorias graves. Así como a menores con enfermedades comunes que se complican a causa de la falta de suministros.

Lamentablemente, en Taiz no existe infraestructura para la gestión de los residuos urbanos. La situación es igualmente extrema en el acceso al agua potable y en lo que se refiere a las estructuras de saneamiento de agua, lo que contribuyó sin duda a que el número de casos de cólera se disparase el año pasado. En pocas semanas, con la llegada de las lluvias, tememos que puedan aparecer nuevos brotes.

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