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Los abusos escondidos detrás de la caída de las llegadas irregulares a Italia que elogia Feijóo ante Meloni

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Sfax (Túnez) —

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En el puesto de control había cuatro agentes con el uniforme verde de combate de la Guardia Nacional de Túnez. Cuando los vio alineados en la carretera, Marie intuyó que la situación podía ponerse fea. Le pidieron que abriera el bolso. “No tenía nada, solo un poco de ropa”, dice Marie, que llevaba semanas cruzando el Sáhara y estaba a 5.000 kilómetros de su hogar. A solo unos minutos de su destino, la costa norte de África, Marie temió no llegar nunca a él.

Un agente armado se abalanzó sobre ella y otro la agarró desde atrás levantándola en el aire. En la carretera a las afueras de la ciudad tunecina de Sfax, la joven de 22 años estaba siendo agredida sexualmente a plena luz del día. “Estaba claro que iban a violarme”, relata la marfileña con voz entrecortada.

La salvaron sus gritos, que pusieron en alerta a un grupo de refugiados sudaneses que pasaba por allí. Los agresores se retiraron a un coche patrulla. Marie sabe que tuvo suerte. En los últimos 18 meses, miembros de las fuerzas de seguridad de Túnez han violado a cientos de mujeres migrantes subsaharianas, según los datos de Yasmine, fundadora de una organización de asistencia sanitaria en Sfax. “Hemos tenido muchos casos de torturas y de violaciones con violencia por parte de la policía”, explica.

Marie, que viene de la ciudad marfileña de Abiyán, conoce a otras personas violadas por miembros de la Guardia Nacional de Túnez. “Nos violan a montones, nos lo quitan todo”, dice. Tras la agresión, Marie se dirigió a un campamento improvisado en unos olivares cerca de la ciudad de El Amra, al norte de Sfax. Tras ser cercados por la policía, y según el testimonio de varios expertos en migraciones, son decenas de miles los migrantes y refugiados del sur del Sáhara que viven allí en condiciones “terribles”. Un campamento al que no pueden acceder ni las ONGs, ni las agencias estatales de ayuda, ni los miembros de la ONU.

Lo que le ocurrió a Marie en mayo tiene relevancia más allá del continente: la Unión Europea (UE) está financiando directamente a la fuerza policial de la que formaban parte sus agresores. De acuerdo con el relato de Marie y de otras personas que hablaron con el periódico The Guardian, la UE está financiando a fuerzas de seguridad cuyos miembros cometen actos de violencia sexual generalizada contra mujeres vulnerables.

Son las acusaciones más atroces en torno al polémico acuerdo firmado en 2023 por Túnez y Bruselas para impedir que los migrantes llegasen a Europa. En virtud del contrato, la UE se comprometía a entregar 105 millones de euros a Túnez para financiar actividades relacionadas con la migración. Según documentos internos, grandes cantidades parecen haber ido a parar a la Guardia Nacional.

Aunque el acuerdo se refiere a la lucha contra las personas que lucran con el tráfico de migrantes, una investigación de The Guardian dejó al descubierto la colaboración entre traficantes y agentes de la Guardia Nacional para organizar los viajes en barco de los migrantes.

El acuerdo también compromete a Túnez a “respetar los derechos humanos” pero según el testimonio de contrabandistas y de migrantes, los miembros de la Guardia Nacional roban, golpean y abandonan sistemáticamente en el desierto a mujeres y niños sin comida ni agua.

Fuentes de alto nivel en Bruselas admiten que la UE es “consciente” de las acusaciones por abusos en torno a las fuerzas de seguridad de Túnez. Dicen que se hace la vista gorda por el desesperado intento, liderado por Italia, de externalizar la frontera sur para llevarla de Europa a África. De hecho, los planes incluyen el envío a Túnez de una cantidad de dinero superior a la admitida públicamente.

A pesar de la preocupación creciente por la violación de Derechos Humanos, el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo se ha reunido este jueves con la presidenta de extrema derecha Giorgia Meloni para destacar la reducción de las llegadas irregulares a Italia en el último año, una caída que el líder de la oposición español destaca constantemente en su discurso para atacar la política migratoria del Gobierno de Pedro Sánchez. También el ministro británico Keir Starmer manifestó este lunes su interés por el modelo por el que Túnez recibe pagos a cambio de impedir la llegada de personas a Europa.

Donde sigue aumentando el número de refugiados y migrantes es en las cercanías de El Amra. Según las estimaciones de un analista de movimientos migratorios con residencia en Sfax, allí puede haber al menos 100.000 personas. Hay quien cree que Kais Saied, el cada vez más autoritario presidente de Túnez, está propiciando deliberadamente que se congreguen en la zona como una forma de amenaza, para que la UE entienda lo que podría pasar si no sigue enviando dinero. “Si Europa deja de enviar dinero, él mandará los migrantes a Europa, es sencillo”, dice el analista, que pide no ser identificado.

Un dilema que abre cuestiones en torno a la voluntad de Europa de renunciar a su compromiso de proteger los Derechos Humanos si a cambio frena la inmigración desde el Sur. ¿Cuántos abusos a migrantes como Marie pasará por alto Bruselas antes de dedicirse a revisar el acuerdo de los pagos a Saied?

Nueve de cada diez mujeres son torturadas

Moussa casi podía sentir el sabor de la libertad. Sobre el agua delante de él brillaban los reflectores de los guardacostas italianos que lo llevarían a Europa. Pero la Guardia Nacional Marítima de Túnez se acercaba a toda velocidad por detrás. El sueño de Moussa no tardó en hacerse añicos.

De 28 años y natural de la ciudad de Conakry, en la República de Guinea, Moussa viajaba en una de las cuatro embarcaciones que en la noche del 6 de febrero fueron interceptadas frente a Sfax. Los ocupantes fueron desembarcados en la ciudad tunecina, esposados y subidos a autobuses. Entre hombres, mujeres, y niños, había unas 150 personas.

Los autobuses llegaron en torno a las 2 de la madrugada a una base de la Guardia Nacional cerca de la frontera con Argelia. Poco después, relata Moussa, los miembros de las fuerzas de seguridad tunecinas empezaron a violar metódicamente a las mujeres.

“Había una casita fuera, y más o menos cada hora se llevaban a dos o tres mujeres de la base para violarlas allí”, dice Moussa. “Se llevaron a muchas mujeres; las oíamos gritar y pedir ayuda; no les importaba tener a cien testigos”. Tras ser violadas, algunas apenas podían andar, cuenta. A otras las devolvieron con sus bebés. Con otras se ensañaron golpeándolas.

“A una mujer embarazada la golpearon hasta que le empezó a salir sangre de entre las piernas y se desmayó”, susurra Moussa en el piso de arriba de una cafetería de Sfax. En esta ciudad no son bienvenidos los medios de comunicación extranjeros. Apostado por fuera de la cafetería, un vigía anda pendiente de la posible aparición de la policía.

Las organizaciones que en Sfax trabajan con migrantes del sur del Sáhara corroboran el relato de Moussa. “Hemos tenido muchos casos de mujeres violadas en el desierto, se las llevan de aquí y las agreden”, explica Yasmine. Su organización asiste a las supervivientes para que se curen de las lesiones físicas provocadas por las agresiones.

Para evitar que la arresten, Yasmine también pide el anonimato. Por el número de casos que vemos, dice, “nueve de cada diez” de todas las migrantes africanas detenidas en los alrededores de Sfax han sufrido “tortura” o violencia sexual por parte de miembros de las fuerzas de seguridad.

En otro café del duro barrio de Haffara, el traficante de migrantes Youssef dice haber presenciado una agresión sexual por parte de la policía. “Era de madrugada y la Guardia Nacional empezó a registrar a las mujeres buscando dinero, pero en verdad estaban registrando sus partes íntimas, fue muy violento”, dice.

El también traficante Khaled habla de las mujeres migrantes víctimas de agresiones sexuales que se encuentra en el desierto. “Muchas veces recojo a mujeres llorando y diciendo que las han violado”, cuenta Khaled, que ha hecho más de 1.000 viajes trasladando a migrantes desde Kasserine, cerca de la frontera con Argelia, hasta Sfax.

Aparentemente, las palizas físicas son tan rutinarias como la violencia sexual. Al keniata Joseph, de 21 años, se lo llevó la Guardia Nacional durante una redada en el campamento de El Amra el pasado septiembre. “Nos esposaron y nos metieron en un autobús; la policía golpeaba con porras a todo el mundo, niños, mujeres, ancianos... a todos”, dice. “Me golpearon muchas veces”, añade señalando una cicatriz sobre su ojo izquierdo.

A otros les fue peor. Un guardia descargó un proyectil de gas lacrimógeno sobre la cara de un amigo de Joseph. “Le colgaba el ojo de la cuenca y además la policía le había roto la pierna, así que tenía que dar saltos para caminar”, dice. La Guardia Nacional confiscó el dinero, el teléfono y el pasaporte de Joseph y lo dejaron cerca de Argelia. “Vete allí [a Argelia], y no vuelvas, me dijeron tras golpearme con un palo”. Con todo el caos de la situación, Joseph perdió de vista a su amigo de la pierna quebrada. Nunca volvió a verlo.

"La Guardia Nacional está en la organización de los barcos del Mediterráneo; los ven entrar en el agua, luego cogen el barco y el motor y nos los vuelven a vender", explica el traficante Youssef.

El desmantelamiento de las “redes criminales de traficantes de inmigrantes” ocupa un lugar central en el acuerdo de Túnez. La UE sostiene que su intención es mejorar el código de conducta de la policía de Túnez, con medidas como la formación en Derechos Humanos, pero los contrabandistas de Sfax que hablaron con The Guardian afirman que su relación con la Guardia Nacional se rige por una corrupción generalizada y sistemática. “La Guardia Nacional está en la organización de los barcos del Mediterráneo; los ven entrar en el agua, luego cogen el barco y el motor y nos los vuelven a vender”, explica el traficante Youssef.

La escasez en Sfax de motores de 2.000 libras [unos 2.400 euros] suele significar que la Guardia Nacional es la única que los vende, dice Youssef. “Los contrabandistas llaman a la policía para pedir motores de recambio; un contrabandista puede comprar cuatro veces el mismo motor a la Guardia Nacional”, explica.

Facilitar la persecución de los contrabandistas es otro elemento central del acuerdo entre Túnez y la UE. Ante una consulta de The Guardian sobre el número de condenas, la Comisión Europea declinó compartir el detalle de la información. Según la msima, Túnez y Europol (la agencia de policía de la UE) están buscando una forma de trabajar de manera conjunta para luchar contra los traficantes. Europol dice no tener ningún acuerdo de trabajo con Túnez.

30.000 migrantes desaparecidos

Desde lejos, parecía un balón de fútbol flotando en las aguas frente a Sfax. Más de cerca, al pescador Ahmed se le hizo evidente la espeluznante verdad. Era una cabeza humana con los ojos devorados por los peces. Probablemente, un barco le había pasado por encima separándola del resto del cuerpo.

La última captura de Ahmed ocurrió el 15 de julio. Otros días, en su red de pesca había piernas y, en alguna ocasión, brazos. Por lo general, cadáveres enteros y de personas jóvenes. Siempre, subsharianos. Esa mañana los pescadores recuperaron un cuerpo. Luego, otro y otro más. Finalmente, un cuarto cadáver: el de una mujer joven y de pelo largo. Ahmed los llevó a todos a tierra pero casi ninguno fue identificado. A algunos los enterraron en tumbas sin nombre. Solo un letrero: “africano”.

Como parte de un proceso “fundamental para su protección”, la ACNUR suele registrar a los recién llegados, pero el gobierno tunecino le ha prohibido la entrada a Sfax. La agencia de la ONU para los refugiados tiene registrados a 12.000 solicitantes de asilo en el país, pero las propias autoridades admiten que ese número representa solo una “fracción” del total de inmigrantes en El Amra.

Según las estimaciones de Abdel, que en Sfax dirige una ONG para la protección de los niños migrantes, los refugiados son como mínimo 100.000. La falta de datos actualizados en la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU hace temer que haya un número elevado de migrantes sin registrar. “Los individuos desaparecen como si nunca hubieran existido”, dice Abdel.

La policía ha "limpiado" los barrios de migrantes y a los dueños de los cafés los detienen si son pillados sirviéndole un café a un inmigrante. Las "brigadas de secuestro" de la policía recorren barrios como el de Haffara en busca de los migrantes perdidos que quedan en la ciudad.

Cada día llegan más. “En todo África, todos se dirigen hacia aquí”, dice Ali Amami, de la Liga Tunecina de Derechos Humanos, en un bar lleno de humo de Sfax. Con esta ciudad como epicentro, Túnez fue el año pasado el punto de partida más transitado por los migrantes que llegaban a Italia.

Ahora Sfax ha dejado de ser una posibilidad. La policía ha “limpiado” los barrios de migrantes, obligándolos a trasladarse hasta El Amra, y a los dueños de los cafés los detienen si son pillados sirviéndole un café a un inmigrante. Las “brigadas de secuestro” de la policía recorren barrios como el de Haffara en busca de los migrantes perdidos que quedan en la ciudad.

“Solo las mujeres tienen el coraje para ir de compras”, dice Mohamed, de Guinea. La valentía es necesaria. El mes pasado, una amiga de Mohamed se desplazó hasta el centro de Sfax para hacer la compra. Embarazada de siete meses, la policía la detuvo en un puesto de control, la metió en una furgoneta y se la llevó a la frontera con Argelia. “Pasó días mendigando agua para ella y para su hijo por nacer”, relata Mohamed. A mediados de agosto su cadáver apareció boca abajo, en la arena, cerca de Kasserine.

Mohamed calcula que la Guardia Nacional ha secuestrado en Sfax hasta a cincuenta de sus amigos para arrojarlos al desierto. Cinco de ellos han desaparecido o aparecido muertos. Otros diez cruzaron a Argelia.

A pesar de las crudas condiciones del desierto, muchos lo prefieren al campamento de El Amra. Alimentada por las diatribas del presidente Saied, la represión contra los inmigrantes ha implicado el cierre de organizaciones que los ayudaban en El Amra. A las personas que los ayudan los interrogan o los detienen.

Tras ser intimidada por la policía, Yasmine clausuró en julio su organización de asistencia a migrantes. En la red social Facebook publicaron imágenes de compañeras de Yasmine, reprendiéndolas por ayudar a los migrantes. “No pudimos salir de casa durante días”, cuenta.

Para los migrantes, esto ha significado que al campamento ya no llegan comida ni agua. “Comen animales muertos, animales atropellados, cualquier cosa que encuentren”, dice Youssef. Yasmine explica que en el campamento, privado de toda asistencia sanitaria, abundan enfermedades como la tuberculosis, el VIH, la sarna y la sífilis. La tasa de mortalidad infantil es cada vez más preocupante. “Los bebés nacen a 40 grados de calor, sin asistencia médica, vacunas ni alimentos. ¿Cómo pueden sobrevivir?”, dice.

“He visto a mujeres dar a luz en los arbustos; necesitan ir al hospital pero, en vez de eso, mueren”, cuenta Youssef. En los alrededores de El Amra hay tumbas sin nombre de inmigrantes “por todas partes”, explica. Cuenta que hace poco un agricultor de olivos encontró dos cadáveres en una fosa de poca profundidad.

Al traficante Khaled también le preocupa el número creciente de cadáveres. Recuerda haber sido perseguido por la policía mientras una mujer embarazada gemía en el asiento trasero de su vehículo. “Al fin en Sfax pude darme la vuelta, ¡y había un bebé! Me eché a llorar”, cuenta. La madre metió al bebé en un bolso, dice, y caminó hacia El Amra bajo un calor de 35 grados.

Los que mueren cruzando el Mediterráneo son muchos más. La cifra oficial para los últimos diez años es de 30.000 migrantes desaparecidos en el Mediterráneo pero muchos creen que el número real es muy superior.

Pocos conocen los crecientes peligros de esta ruta mejor que Youssef. El número de personas hacinadas es cada vez mayor; y las embarcaciones, cada vez más peligrosas. Montadas a toda prisa con barriles de metal, flotan solo uno o dos centímetros por encima del agua. “La capacidad debería ser de 10 personas, pero llevan a 50”, dice

Youssef. “Por mi experiencia como contrabandista, sé que han muerto muchos más de los que lo han conseguido”.

Financiado por la UE

En Sfax lo llaman “la ratonera”. “Permites que los ratones crucen la frontera pero cierras el mar; atrapados ahí, su número se dispara” explica Abdel desde su oficina, cerca del casco viejo de Sfax.

A bordo de lanchas patrulleras proporcionadas por la Unión Europea, la Guardia Nacional Marítima de Túnez ha evitado este año que más de 50.000 personas cruzasen el Mediterráneo, provocando una caída abrupta en el número de personas que llegan a Italia y despertando esta semana el interés de Starmer.

“Están pagando a Túnez para que se convierta en el guardacostas de Europa”, dice Amami, de la Liga Tunecina de Derechos Humanos. Se trata de un trabajo bien remunerado. Por lo que parece, también para su presidente. La Comisión Europea ha sido acusada de transferir 150 millones de euros directamente a Saied, como parte de un acuerdo más amplio sobre desarrollo y controles migratorios. Tras una consulta al respecto, la Comisión Europea comunicó que el pago se hizo después de que Túnez cumpliera con “condiciones mutuamente acordadas”.

También se ha cuestionado que la Comisión no encargara un estudio evaluando el impacto que el pacto con Túnez tendría sobre los Derechos Humanos, y que el acuerdo no haya estado sometido al control del Parlamento Europeo.

La Defensora del Pueblo Europeo, Emily O'Reilly, descarta por completo que la UE desconozca el maltrato repetido que en Túnez sufren los migrantes por parte de la policía. “No podrían desconocer la situación en Túnez”, dice. Aun así, no parece que haya habido ningún intento de suspender las transferencias al país norafricano.

O'Reilly publicará el próximo mes las conclusiones de su investigación sobre el pacto con Túnez, lo que posiblemente suscite nuevos cuestionamientos en torno a la moralidad del acuerdo. “La UE sigue comprometida con la mejora de la situación sobre el terreno”, dijo un portavoz de la Comisión Europea sobre los informes de abusos cometidos en Túnez por miembros de la Guardia Nacional.

De acuerdo con documentos oficiales, la Guardia Nacional de Túnez ya ha recibido pagos de la Unión Europea. El plan de acción difundido en diciembre detallaba la “entrega” de 25 millones de euros para patrulleras, formación y equipamiento de la Guardia Nacional Marítima. Según informes, la UE ya está considerando ampliar en hasta 165 millones de euros los fondos para las fuerzas de seguridad de Túnez durante los próximos tres años.

Las autoridades de Túnez han rechazado las alegaciones de The Guardian, que consideran “falsas e infundadas”, y sostienen que sus fuerzas de seguridad actúan con “profesionalidad para defender el Estado de derecho en nuestro territorio, respetando plenamente los principios y normas internacionales”.

Según un comunicado oficial, las autoridades tunecinas “no escatiman esfuerzos” para satisfacer las necesidades básicas de los migrantes, combatir las redes delictivas que “explotan la vulnerabilidad” y enfrentar la migración irregular cumpliendo con la legislación internacional sobre Derechos Humanos.

Como confirmó esta semana el encuentro de Starmer con Meloni, el acuerdo entre la UE y Túnez es cada vez más el modelo a seguir para abordar las migraciones en Europa, un tema que la creciente influencia de los partidos de extrema derecha ha vuelto más relevante. Con Mauritania y Egipto ya se han firmado pactos similares, y se esperan que haya más con otros países.

En Túnez ya están en marcha los preparativos para las elecciones presidenciales de octubre y Saied está seguro de su victoria. Su coronación confirmará el derrumbe del experimento democrático que el país inició con la revolución de 2011. “En 2011 soñábamos con la libertad, ahora se trata de sobrevivir”, dice Yasmine.

Europa sigue siendo el sueño de Marie, pero es un sueño que parece cada vez más lejano. En un mensaje de voz que envió hace poco desde El Amra, parece aterrorizada: “Aquí están pasando muchas cosas, tengo mucho miedo, estamos atrapados en el infierno”.