El pasado 23 de enero, mientras desembarcaba de un avión recién aterrizado en Tánger, la activista Helena Maleno notó algo de fresco en la ciudad marroquí. Pensó, recuerda, en las ganas que tenía de llegar a casa. Se quedaría todo el fin de semana con la niña, imaginaba, y ya pensaba en sentarse al lado del sofá, en el suelo, con los animales. En su camino al control fronterizo, le daba vueltas a qué películas vería esos días y a las tareas que tenía por delante tras un viaje de trabajo en España. No se le pasó por la cabeza que no llegaría a entrar nunca más en su hogar. Poco después de su aterrizaje, le ordenaban sentarse “de malas maneras” en otro avión rumbo a Barcelona.
Marruecos, el país donde nacieron sus dos hijos y donde ha construido una vida dedicada a la defensa de las personas migrantes a lo largo de los últimos 20 años, la había deportado.
Allí, como parada en el tiempo, se ha quedado esa casa a la que tanto ansiaba llegar, desde la que, pegada al teléfono, ha salvado miles de vidas por sus llamadas a los servicios de rescate españoles y marroquíes: “Allí están todas mis cosas. Mi casa de 20 años, el altarcito con las fotos de mi madre, la mantita de cuando mis niños eran pequeños, los jerséis que mi madre le hizo a mi niña. Todo, todo, todo...”, describe su hogar de vez en cuando a lo largo de la entrevista, sin aún asimilar del todo lo que ha dejado atrás.
Al otro lado de la frontera, se quedó su hija menor de edad durante 32 largos días de separación. Helena Maleno recibía, ya en Barcelona, los mensajes de la pequeña, extrañada por su retraso. Su madre, para evitar preocuparla, le explicaba que había sido contacto de un positivo por coronavirus y no podría volver ese día. No quería asustarla. La activista aún seguía “en estado de shock”: había sufrido, aunque matiza que en una posición de privilegio, una de las deportaciones que tantas veces ha denunciado como defensora de las personas migrantes.
Casi tres meses después, ha decidido contarlo públicamente, bajo la recomendación de las expertas en procesos de criminalización de defensoras de derechos humanos, para exigir al Gobierno de España una “protección eficaz” y la reparación después de hostigamiento y persecución en Marruecos, a raíz de un informe policial sobre su labor enviado por España a las autoridades marroquíes. La activista ve en esta investigación, archivada en ambos países, el origen de la expulsión del que consideraba su país. Pero su labor, asegura, no se verá perjudicada por estar lejos de casa. “En estos años hemos creado una red muy fuerte. Seguiremos trabajando igual que siempre”.
¿Cómo está?
Tengo sensaciones muy extrañas. Yo pensé que nunca llegaríamos a tener que contar que me han expulsado, porque pensé que se arreglaría. Después de un shock como el que yo tuve, después de tanta violencia, hacer todo esto público te revictimiza. Contar algo de mi vida personal no me gusta, pero tenía que hacerlo. Así que estoy agotada y decepcionada, por un lado, por haber tenido que dar este paso, porque quiere decir que los compromisos en mi protección y la de mi familia no se han cumplido por parte de los estados. Pero, por otro lado, siguiendo el consejo de las organizaciones internacionales, soy consciente de que contarlo también me protege.
¿Qué pasó el pasado 23 de enero cuando llegó al control de pasaportes en el Aeropuerto de Tánger?
Me acerqué al control de pasaportes tranquila. Me habían dicho desde Exteriores que no pasaría nada, que todo estaba bien, que podía cruzar de forma segura. Pienso que será como siempre, porque desde que empezó el procedimiento judicial siempre que paso la frontera, salta una alerta policial. Nunca me han explicado por qué ocurre, pero pensé que estaba dentro de lo normal y esperé como me dijeron.
De repente, un policía me llama y aparecen varios agentes vestidos de paisano. Me llevaron de un lado a otro. Yo preguntaba, pero nadie me hablaba, nadie me contaba absolutamente nada. Estaba un poco mareada. Les pedí por favor que me dieran agua, que iba a beber. No me dejaron. Tenía que tomar una medicación, no me dejaron. Les pedía ir al baño, tampoco. Empecé a ver, por los movimientos, que me mandaban a otro avión con destino a Barcelona [donde no tiene casa ni familia, mientras en Madrid sí podía reunirse con su otro hijo]. Me dio tiempo a mandar un mensaje para avisar de que me deportaban allí.
Mis documentos estaban en manos de la policía y no sabía dónde estaba mi maleta. Una vez en el avión, pregunté por mis cosas a una persona de la compañía. “Siéntate y cállate. No tienes derecho a hablar”, me dijo. Le pedí agua y me dijo que no tenía derecho a beber agua. Y así pasé el vuelo.
¿Qué pasó al llegar a Barcelona?
Recuerdo estar muy mareada. Me dijeron que me sentara, que tenía que salir la última. Al salir, me encuentro a la policía española en la misma puerta del avión. Veo que tienen mi documentación y me dicen que les acompañe. La policía me preguntó que qué hacía allí, que si había hecho algo. Y yo les dije que no lo sabía qué hacía allí, pero que no había hecho nada. Me explicaron que me tenía que montar en un coche patrulla y que me tenían que llevar a la comisaría a hacer todo el proceso de la deportación.
Mi niña me decía: ¿Mamá, cuándo llegas? Le dijimos que había estado en contacto con un positivo de COVID para no asustar a mi gente. En ese momento, me di cuenta de que no estaba bien de salud. No había tomado la medicación y me había descompensado. Luego supe que sufrí un shock postraumático. Llevo acumulada mucha violencia...
Ha denunciado que, antes de la deportación, percibió un aumento de los ataques, sobre todo tras la publicación de su libro 'Mujer de frontera', en el que detalla los efectos del procedimiento judicial abierto contra su labor.
Después del archivo de la causa, seguí recibiendo muchos ataques. Todos los tengo documentados, como me recomiendan las organizaciones internacionales. Yo aguantaba y aguantaba, pero se acumulaban los ataques, seguían las amenazas de muerte, seguían los seguimientos. Yo iba a recoger a mi hija al colegio y, de repente, veía a dos personas con toda la pinta de policías que me miraban para que supieran que estaban allí. Habían entrado dos veces a casa y, hace dos días, entraron por tercera vez.
Lo hacen sin forzar la cerradura y sin robar, sino para llevarse algunos documentos, para dejarme toques de atención para aterrorizarnos. Lanzan el mensaje de que no estás segura ni siquiera en tu casa. ¿Sabes cuál es la sensación de no estar segura ni siquiera en tu hogar, de que pueden entrar en lo más profundo de tu vida? Es una manera de decirte: “Podemos entrar y salir de tu vida cuando queramos”.
Una de las veces que entraron, nos encontramos muy mal a los animales. Creemos que los drogaron. No se podían tener en pie, fue horroroso. Además, es difícil de denunciar, no se han llevado nada de valor económico, pero dejan todo removido. Se llevaron, por ejemplo, algunos móviles viejos, documentos o el cronograma de las actividades extraescolares de mi hija. Es un terror tan grande...
¿Cree que las autoridades marroquíes intentaban que usted y su familia se fuesen de Marruecos por miedo?
Yo creo que todo lo que han hecho es para que nos callemos. Y no sólo para que me calle yo, también otras personas. Todo lo que han hecho forma parte del terror que se vive en la frontera. Es como en Canarias, cuando los migrantes que están en una situación tan terrible piden que los devuelvan, porque no pueden más. Es ese terror. Quieren que nos callemos y cada vez van ir a más los ataques a defensores de derechos humanos. Porque la extrema derecha ha llegado para quedarse, pero los partidos que se llaman de izquierdas también son cómplices de lo que está pasando en la frontera, dado que es un negocio.
Esta vez pensaba que, si no me callaba, podían llegar a matarnos. Igual que pasa con otras compañeras, como Berta Cáceres, en los lugares donde el interés de las empresas es tan grande y está tan metido en los gobiernos, que te asesinan. Pero luego me respondía: “No, ya nos está matando. Porque miles de personas están muriendo en el mar”. El precio de no callarse es altísimo, pero el de callarse también.
¿Se planteó callarse?
No. Hablé en el libro y mira a dónde hemos llegado. Ahora he vuelto a hablar, y no sabemos qué va a pasar pero hay que seguir hablando y hay que seguir trabajando mucho. Nunca he pensado callarme. Creo que es el momento en el que tenemos que estar más compactas, más fuertes, con más red. Seguir fuertes juntas y no callarnos ninguna.
No responsabiliza solo a Marruecos de su expulsión. También señala al Gobierno español. Mucha gente quizá no lo entiende, al tratarse de una decisión de las autoridades marroquíes. ¿Cómo lo explicaría de manera sencilla a quienes no han seguido el proceso de criminalización que ha vivido?
Mi calvario, mi criminalización, comenzó con un informe elaborado por la Policía Nacional –en concreto la Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales (UCRIF Central)– en colaboración con la Agencia Europea de Fronteras. Estos informes y esa colaboración policial fue lo que empezó todo. Fue la policía española quien pedía a Marruecos que yo fuese condenada a cadena perpetua. Cuando ganamos en esos procesos judiciales, ambos cuerpos policiales han seguido operando en forma conjunta, con alertas policiales, sin restablecer mis derechos y han continuado castigándome tanto a mí como a mi familia.
Eso no lo ha hecho solo Marruecos. Lo ha hecho la colaboración policial entre los dos países, en el marco de lo que ellos llaman control de fronteras. Por eso el Estado español es responsable. Además, se supone que yo soy una ciudadana española y el Estado español tiene responsabilidad internacional en la defensa de sus defensoras de derechos humanos. Debería protegerme de forma activa. Y eso tampoco lo ha hecho. Lo ha intentado, pero no lo ha conseguido. Y lo he intentado hacer solo una parte de este Gobierno [los ministerios de Exteriores y Derechos Sociales].
Y esa otra parte que considera que no la ha protegido es principalmente el Ministerio del Interior, según ha explicado. En la rueda de prensa ha dicho que tiene miedo del Estado español. ¿Por qué?
Tengo miedo del Estado español porque, si Interior sabía que la deportación iba a producirse y se iba a producir con esa violencia, ¿por qué no se me protegió? ¿por qué no se informó a Exteriores? Tengo miedo porque siguen las alertas policiales vinculadas a mi documentación, que tenían que haber cesado hace mucho tiempo. Tengo miedo porque las personas que impulsaron investigaciones contra mí y sus informes policiales falsos, siguen siendo trabajando en el Ministerio del Interior. Tengo miedo porque no se han depurado responsabilidades, porque el Estado español no ha buscado quién hizo esos informes, ni ha pedido explicaciones ni ha dado una orden clara de dejar de hacer ese tipo de persecuciones contra mí y contra otras defensoras. Porque no me ha protegido.
No creo que el Estado español esté en condiciones de protegerme, sino que hay personas que siguen persiguiendo de forma activa mi labor y la de mis compañeras. Sigo confiando en que se reintegren los derechos. Sigo confiando en que se depuren responsabilidades. Y sigo confiando en que el hablar de esto también haga que dentro de la propia policía frenen este tipo de actuaciones.
¿Cómo era ese informe elaborado por la Policía Nacional? ¿De qué la acusaba?
El dossier tenía varias partes. La primera incluía fotos y datos de los DNI y residencias de presuntas parejas mías, entre ellas una mujer, y también de los padres de mis hijos. Algunas eran personas con las que sí he mantenido relaciones y otras no sabía ni quiénes eran. En el caso de la mujer, por ejemplo, incluían la dirección de su madre en España. Querían decir: “Esta mujer se ha acostado con toda esta gente y tienes dos hijos”. Mi vida personal era lo primero que aparecía.
Después, había un resumen sobre cómo operan las mafias en el norte de Marruecos, con un montón de datos, nombres y teléfonos de gente presuntamente mafiosa. En el siguiente apartado, se pasaba a hablar de mí otra vez, pero no incluían ningún dato para ligar a esas mafias conmigo. En el documento, de hecho, decían que yo no me he lucrado, pero que al llamar a Salvamento Marítimo, formaba parte de esas mafias. Que yo era traficante, pero sin ánimo de lucro.
También hacían entrevistas a personas migrantes. Les preguntaban: “¿Conoces a Helena Maleno?”. Y había respuestas locas, como uno que decía que sí, que un día me vio por un barrio de Tánger caminando. Toda esas páginas y páginas de morralla acababan con una conclusión que la policía española trasladaba a la policía marroquí: yo había violado la Ley, y merecía ser condenada a la pena máxima. Lo que significa cadena perpetua en Marruecos.
Dice que los agentes que elaboraron este informe siguen en la Policía Nacional. ¿Sabe quiénes son?
Sí, sabemos quiénes son. A una parte de esa gente a veces la vemos hasta en la televisión, limpiando su imagen como salvadores de otras mujeres [víctimas de trata] o haciéndose fotos incluso con ONG. Cuando yo sé lo que escribieron en mi dossier policial. Pero yo no voy a señalar a nadie. Creo que eso es responsabilidad del propio Estado.
Tras su deportación, su hija menor se quedó en Marruecos. Pasó 32 días allí hasta poder sacarla, ¿por qué no pudo viajar antes?
Ella tenía que salir en condiciones de seguridad, porque sabíamos que ella tenía vigilancia también. Teníamos miedo porque sabíamos que estaban siguiendo a la niña en Marruecos. La relatora para las Personas Defensoras de Derechos Humanos de las Naciones Unidas estaba al tanto del caso y estaba al tanto del riesgo que corría mi hija por ser mi hija. Había un compromiso del Ministerio de Asuntos Exteriores en su protección. Le pedimos al Ministerio que saliese en unas vacaciones a través de un barco de repatriación de la Embajada y que fuese acompañada. Y así fue.
Lo preparamos todo bastante bien porque teníamos miedo de que en frontera, al relacionarla conmigo, pudiese pasar cualquier cosa. Fue muy angustioso, porque lo intentamos una vez y no pudo ser. A la segunda lo conseguimos. Ella estaba muy nerviosa. Yo le dije que vendría en vacaciones… pero sabíamos que seguramente no podría regresar a casa.
¿Cómo lo está llevando ella?
Ha sido muy valiente. Ha tenido que dejar de golpe su colegio y todas sus cosas personales. Ha tenido que alejarse de sus amigas y del país en el que ha vivido toda su vida. Todo eso lo ha tenido que hacer como castigo de la labor de su madre. Es muy importante entender que a las mujeres defensoras se nos persigue y criminaliza a través de nuestra sexualidad -como yo vi en el expediente policial-, pero también se nos criminaliza a través de la persecución de nuestros hijos y de nuestras hijas. El movimiento feminista debería también visibilizarlo: las mujeres que defienden derechos pagan también a través de todo lo que nace de sus cuerpos.
¿Por qué cree que las autoridades marroquíes la querían fuera del país?
No es que me quieran fuera de Marruecos, es que quieren hacerme daño y ellos saben que yo he hecho mi vida allí. Ellos saben que mis hijos son también marroquíes, que se sienten marroquíes, que ese es su lugar. Esa es una forma de hacernos daño a las personas defensoras de derechos humanos. Yo he aprendido con otras compañeras que el objetivo siempre es quitarles todo lo que tienen. Los Estados piensan: “¿Qué te podemos quitar? Te podemos quitar tu hogar, te podemos quitar las referencias de tus hijos, te podemos quitar las amigas de la infancia de tu hija, podemos sacar del colegio a tu niña en la segunda evaluación...”.
Ha denunciado centenares de veces los efectos de las deportaciones, ese desarraigo que sufren tantos migrantes expulsados tras vivir años en España y que ahora ha sufrido usted en su propia vida.
Daniela Ortiz decía en un tuit: “Esto es lo que te pasa por traicionar la blanquitud”. Y es verdad. También mis compañeras migrantes con las que estaba trabajando en aquel momento en el procedimiento judicial me dijeron: “No te van a perdonar nunca, porque tú les has traicionado. Tenías que estar en ese lado, con ellos, y les has traicionado y eso no te lo perdonarán nunca”.
Es muy perverso hacerme pasar por los mismos dolores que siempre he denunciado. Aunque sigo teniendo una posición de privilegio, porque muchas compañeras migrantes no pueden hacer la rueda de prensa que yo he hecho hoy, ni pueden tener el equipo maravilloso de seguridad que tengo yo.
¿Qué tendría que hacer el Gobierno español para que se sintiera protegida?
Yo le pido al Gobierno español que dé la orden a todas las personas que están en el Ministerio del Interior que siguen hostigándome a mí y a mi familia, para que frenen esa criminalización. Y que depure responsabilidades. Que investigue quiénes son las personas que están haciendo ese tipo de investigaciones. Se lo pido al presidente del Estado español. Y, por otro lado, le pido al Gobierno marroquí que restablezca mis derechos también y que mis hijos puedan volver a su casa. Les pido a ambos que reconozcan lo que los tribunales han dicho ya: que defender los derechos no es un delito.