—¿Desde el principio querías salir del país y venir a España?
—La verdad es que no me preguntaron. Me dijeron: “Tú te vas”. Y yo: “Vale”.
Su madre despertó a Marta a primera hora del 24 de febrero, ella le pidió un ratito más de sueño. “Tienes que coger tus cosas y prepararte, Rusia nos ha bombardeado y puede pasar algo aquí”. Aún adormilada, la adolescente de 16 años no llegaba a entender sus palabras e intentó dormir un poco más. Poco después ya tenía listas las mochilas de emergencia. En la primera metió algo de ropa, el pasaporte y la cartera. En la segunda, libros.
La guerra ha pillado a Marta en segundo de bachillerato. A finales de mayo tenía programados los exámenes de acceso a la Universidad, unas pruebas equiparables a la selectividad española. En los últimos 19 días, la adolescente ha vivido el inicio de la guerra en su país, ha ayudado a tapar con tela negra las ventanas del sótano de su casa –ubicada en un pueblo próximo a Leópolis– para convertirlo en refugio improvisado, ha dormido en la misma cama que sus padres ante el terror de las primeras noches de la guerra y ha viajado sola a España en un largo viaje organizado por su familia, para encontrarse con su hermana mayor en Madrid. Pero Marta sigue estudiando. Quiere ser informática.
Desde su llegada a España, cada mañana abre los ojos y mira el móvil. Busca comprobar, a través de los canales de Telegram de las autoridades ucranianas, si los bombardeos rusos han alcanzado la ciudad de Leópolis o el cercano pueblo donde viven sus padres, quienes aún siguen en su país. Luego, estudia.
Desde la semana pasada, empezó a cumplirse uno de sus mayores miedos: los ataques del Kremlin llegaron al oeste del país. Su voz cada día suena más preocupada, pero cada mañana abre sus libros, cumple con sus tareas, y enciende el ordenador para conectarse a clases on line. Sus profesores siguen en Leópolis.
Lo hace sin saber con certeza cuándo podrá examinarse, si habrá alguna forma de graduarse desde aquí o si podrá hacerlo en su país: “Parece que están buscando una manera para que no perdamos el año. Espero que retrasen los exámenes, para que tengamos un poco más de tiempo, pero que los podamos hacer”.
—¿Cuáles son tus planes?
—Quería estudiar en la Universidad de Kiev, pero ahora... [risa nerviosa]
[Edición vídeo: Nando Ochando]
Dos días después de su llegada a España, en una cafetería del municipio madrileño de Móstoles, Marta y su hermana Oksana cuentan paso a paso a elDiario.es la huida de la menor del país y estos primeros días “raros” en España. “Estoy mejor que allí. Un poco mejor, pero también me preocupo porque siento mucha tensión porque, como han atacado en distintos puntos del país, y a Leópolis todavía no han llegado, aunque es una de las más importantes del país, tengo la impresión de que están preparando algo gordo”, dice la adolescente. Pelo rizado oscuro y ojos color miel, la chica parece reservada, pero sus palabras evidencian seguridad en sí misma: “Desde que estoy aquí siento mucha rabia porque nos quieren echar de nuestro país, rompería algo, tengo ganas de romper algo. Tengo mucha impotencia”.
Clases en línea desde un país en guerra
Aunque su concentración ha bajado, el conflicto no le impidió durante la primera semana de guerra continuar desde Polonia sus clases particulares de preparación para la selectividad ucraniana, mientras los institutos y colegios del país habían cerrado desde el inicio de la invasión rusa. Este martes, su instituto ha reactivado las clases oficiales en línea. En la distancia, Marta se encontró con compañeros que no veía desde el 24 de febrero. Ahora, la mayoría son desplazados por la invasión rusa. Algunos se conectan desde España, otros desde Polonia, otros desde zonas rurales del oeste del país.
“Parece que las autoridades están buscando alguna vía para que nos graduemos y hagamos nuestros exámenes”, explica la adolescente. “Todo es extraño, pero ya lo habíamos hecho en la pandemia. Sentí que recuperaba un poco el rumbo de mi vida y me olvidé un rato de lo que estaba pasando”, dice después de su primer día de clases oficiales. Recupera una parte de la rutina truncada por la guerra, mientras a su teléfono siguen llegando los mensajes de alerta del Ayuntamiento de Leópolis. Nos lo muestra. “Recomienda qué hacer en caso de resultar herido por un bombardeo...”.
“No sabemos qué va a pasar, pero es importante que siga estudiando”, añade su hermana. La pequeña también acudirá todos los sábados por la tarde a uno de los colegios ucranianos de Madrid, donde un día a la semana dan clases desde hace años a estudiantes de Ucrania residentes en España para mantener sus raíces o preparar exámenes oficiales del país del Este. Mientras su hermana nos lo cuenta, Marta hace una mueca. No le apetece mucho: “Es en fin de semana y tampoco me gusta mucho conocer gente nueva”. En esos dos primeros días en España, la menor prefería estar en casa, mientras su hermana se esfuerza en buscar actividades que la empujen a salir y estar entretenida.
Unos días después, agradece haber ido a las clases del fin de semana: “Conocí a gente de mi país y me distraje”.
“Aquí no estoy mal del todo, pero ha sido todo muy repentino... En una poco más de una semana, empezó la guerra, he estado en Polonia con mi prima y ahora aquí... Mis padres están allí. Se me hace todo muy raro. Todo ha venido muy de golpe”.
Preocupadas por sus padres
A menudo escribe a sus padres, pero no siempre le dan toda la información que a ella le gustaría: “Les he dicho que cómo están y me han dicho 'bien'. Insistí en que cómo van las cosas. 'Bien'. No sé, no hablan mucho...”, dice Marta, en un buen español, tan solo un poco oxidado después de un tiempo sin practicar. “Creo que están nerviosos y prefieren no decirnos nada para no agobiarnos. ¿Sabes cuando no te dicen algo para no ponerte nervioso y tú te pones nervioso porque no te dicen nada?”, añade la hermana mayor.
En algunas de sus videollamadas, las hermanas tratan de descifrar la preocupación de sus padres en cada gesto, en cada frase, aunque apenas hablen de la guerra: “Nunca habíamos visto a mis padres tan, tan abrazados. Mi padre ha estado más sentimental con nosotras en las últimas videollamadas”.
Su padre, quien se ha unido como voluntario a la Guardia de Defensa Nacional, aprovechó para aconsejarlas sobre qué hacer a partir de ahora, cuando ya están juntas, a salvo. “Oksana, tienes que construir tu vida. Marta, tú tienes que estudiar, tienes que centrarte... Porque estés allí no dejes de estudiar, no lo dejes de lado”.
“Creo que están preocupados porque no saben lo que va a pasar, no sabe si les vamos a volver a ver... Se preguntan qué va a ser de nosotras aquí, estando ellos aquí”, reflexiona la hermana mayor con los ojos vidriosos. Oksana logra frenar sus lágrimas en varios momentos de la entrevista. Los primeros días de guerra, vividos desde la distancia, fueron los más dolorosos: “Me derrumbé por la impotencia, pero ahora voy asimilando todo y estoy más tranquila, así puedo aportar más”.
Marta cuenta momentos difíciles, pero no se emociona en ningún momento. Algunos de sus silencios hablan más que sus palabras, pero a menudo tira de humor para afrontarlo: “He tenido momentos malos... Pero yo estoy contenta por estar aquí y poder cuidar de mi hermana. Para ella estar alejada de mí y estar sola es muy difícil”. Ambas se miran con complicidad de hermanas, y se ríen. “En realidad he venido por ella”, dice con ironía.
El viaje
Antes de su llegada, desde Leópolis, su madre, llamada también Oksana, describía cada día a elDiario.es la principal de sus preocupaciones: sacar a la niña de Ucrania de manera segura. Su idea era acercarla a la frontera el segundo día de conflicto, pero los accesos estaban colapsados. La menor debía atravesar el paso fronterizo a pie. “Es muy peligroso. No quiero que la niña esté tanto tiempo allí, sola, con el frío que hace y toda la gente que hay...”, decía su madre, que ha vivido durante más de una década en España y ahora teletrabaja como programadora para una empresa española desde Ucrania.
Ella, que fundó el colegio ucraniano en Madrid y siempre ligada a movimientos asociativos, ha decidido no abandonar su país. Además de cumplir con sus turnos de teletrabajo, en ocasiones interrumpidos por los sonidos de las alarmas antiaéreas, se ha organizado junto a las mujeres de su pueblo para resistir la ofensiva rusa, ayudando cada una a su manera. Mientras hacía todo esto, su mente seguía inquieta por sacar a Marta del país. El tercer día de conflicto supo que habían habilitado un tren directo a PrzemyÅl (Polonia).
“El tren paró en medio del campo, antes de llegar a la estación, para que subiesen primero mujeres y niños. Mi madre estaba asustada porque le daba miedo que luego en la estación nos hiciesen salir”, recuerda Marta. El vagón estaba atestado de personas. La menor muestra imágenes en las que viaja con dos niños sobre sus rodillas. “En un sitio donde había siete sillas, estábamos 14. Con los niños, con maletas debajo de los pies, porque no había hueco para el equipaje”.
24 horas en tren
El caos se apoderaba por momentos del convoy. Una madre que no encontraba a su hijo. Un niño con gorra blanca perdido, solo, en busca de su madre en el vagón equivocado. Mujeres que se gritaban unas a otras porque sus hijos no dejaban de llorar. Bebés que sollozaban aún más por las voces de los mayores. El viaje, que habitualmente dura cuatro horas, se alargó 24 horas exactas. “Yo no podía dormir por la noche porque tenía un niño sobre un hombro y otro sobre otro hombro”.
Durante las largas paradas arbitrarias en descampados, voluntarias y voluntarios ucranianos aprovechaban para entregar bocadillos y agua a través del estrecho espacio que dejaba la apertura de las ventanillas. “Yo tenía comida en la mochila, pero no podía comer, no podía beber, no tenía ganas de nada. Estaba sentada esperando a llegar”. En el primero de sus destinos, un voluntario polaco desconocido se ofreció a llevarla. No le conocía, pero se fue con él. “Era muy amable. Había preparado comida por si acaso y estuvimos hablando en inglés. Me llevó a casa de mi prima, a unas tres horas en coche”.
Desde Leópolis, su madre Oksana se quedaba tranquila. “Ahora estoy muy aliviada, sabiendo que ya está con mi sobrina. Como ella trabaja por las mañanas, Marta va a intentar estudiar un poquito porque está en segundo de bachiller”, insistía su madre a este medio el 27 de febrero. En aquella casa de Cracovia también se respiraba la tensión del conflicto. Su tío trabaja en Suecia, en el sector de la construcción, pero decidió volver a Ucrania para alistarse como voluntario. Antes pasó unos días en Polonia para despedirse de su hija: “Mi prima mantenía la compostura mientras estaba su padre, pero cuando salió por la puerta se derrumbó por el miedo de que tu padre a lo mejor va a morir”.
El sábado 2 de marzo, Marta aterrizó, con sus dos mochilas, en el aeropuerto de Madrid. Allí la esperaba su hermana Oksana. “Fue un momento de alivio, pero a la vez muy raro. Tenía miedo de que llegase y nos pusiésemos a llorar, pero fue tranquilo”. La mayor escribió a sus padres. Ya estaban juntas.
“Es un alivio. Sé que estarán bien y eso me da fuerza. No quiero ni imaginar, que los rusos pueden llegar a atacar España. Tenemos que parar esta guerra aquí”, dice su madre a elDiario.es dos días después de la llegada de Marta. Cuando estuve en España, era voluntaria en un centro social de Alcorcón, dando apoyo de Matemáticas a los niños de familias con dificultades. Conocí a una familia de Siria. Decían que, después de Siria, los rusos atacarían Ucrania. No me lo creía“.