Everjoice Win (Shurugwi, 1965) lleva a sus espaldas décadas de lucha por los derechos de las mujeres dentro y fuera de su Zimbabue natal. La violencia machista, el sida o la desigualdad en el acceso a la tierra han sido algunos de sus frentes. Por eso siempre se ha declarado feminista, incluso cuando sus compañeras europeas, según asegura, le decían que era una palabra del pasado.
“En África, las mujeres hemos tenido nuestro 'Me too' durante 50 años, era el mundo occidental el que estaba dormido y necesitaba despertar”, afirma con convicción en una entrevista con eldiario.es.
Licenciada en Historia económica, ahora está al frente de Action Aid como directora de programas internacionales de la ONG, desde donde trata de ser esa pieza que conecte los movimientos sociales locales con las organizaciones extranjeras que luchan contra la pobreza y los donantes. “Solo así podemos lograr un cambio”, sostiene la activista feminista, que ha estado de visita en España para participar en los encuentros 'Mujeres y poder: liderazgo político, conectando luchas y territorios', organizados por Alianza por la Solidaridad en varias ciudades del país.
La igualdad de género es una de las prioridades de la ayuda al desarrollo en el mundo. Pero, ¿cómo se logra una cooperación verdaderamente feminista en los países de actuación?
Lo primero y lo más importante cuando hablamos de cooperación feminista es preguntarnos, antes de nada, qué voces estamos escuchando, qué experiencias estamos priorizando y qué liderazgos estamos valorando. Para mí, la respuesta está en la gente a la que le afectan directamente los problemas, tanto cuando estamos en Gobiernos como en ONG.
Se trata de cómo nos solidarizamos con estas personas, no tratar de controlarlas o decirles qué tienen que hacer. Es lo más importante: escuchar a las mujeres que están viviendo una realidad determinada y que dicen: 'Esto es lo que vemos y esto es lo que necesitamos’. Entonces, tenemos que apoyarlas para hacerlo posible. Y jugar, por ejemplo, el papel de conectarlas, porque hay mujeres que están trabajando en distintos países, pero no pueden reunirse unas con otras. Ese debe ser el rol de gente como yo, que las mujeres se conozcan, que hablen, porque las luchas son muy similares y así pueden lograr un cambio mayor. Porque los enemigos que estamos tratando de combatir están bastante conectados, a nivel global y local.
¿Cree que el sector de la cooperación internacional olvida a las organizaciones locales de mujeres? Por ejemplo, los recortes en los fondos pueden acabar afectando al trabajo de estas organizaciones.
No las olvidamos del todo, pero tampoco las escuchamos lo suficiente. Por otro lado, a menudo, no damos prioridad a las voces, al liderazgo o a los conocimientos de las mujeres que viven en las zonas rurales o que tienen un nivel educativo limitado porque no hablan nuestro lenguaje. Me refiero al lenguaje muy técnico, académico y basado en los datos. Ellas expresan sus problemas de una forma propia y muy frecuentemente no las escuchamos.
Cuando nos cuentan qué estrategias no funcionan o cuáles pueden funcionar, a menudo no escuchamos, tratamos de proporcionarles soluciones previamente diseñadas que nosotros creemos que pueden funcionar. Si algo funciona en Kenia, pensamos que va a funcionar en Guatemala, y muchas veces no es así.
Ha sido especialmente crítica con el estereotipo empleado por las ONG que representa a la mujer africana como “pobre, indefensa y siempre con niños encima”. ¿Cómo afectan estos prejuicios a las mujeres? ¿Ha cambiado en algo?especialmente crítica con el estereotipo empleado por las ONG que representa a la mujer africana
Creo que poco a poco está cambiando, y no es por la industria de la ayuda, sino por el trabajo de las feministas y de las propias mujeres que dicen: 'Nosotras no somos así, no es nuestra imagen'.
Últimamente he estado trabajando mucho en desastres humanitarios. La industria de la ayuda humanitaria ha esperado hasta 2018 para empezar a hablar de las mujeres en los equipos de primera respuesta. Las mujeres que se encuentran en primera línea de los desastres son a menudo las primeras en llegar. Ha costado mucho tiempo reconocer su liderazgo, su capacidad y su conocimiento, que podríamos apoyar.
Sin embargo, lo que hacemos a menudo es traer gente de fuera, expertos humanitarios, normalmente hombres. Y dejamos a estas mujeres a un lado, a pesar de que fueron las primeras, cuando llegaron las inundaciones o tras el terremoto, en recoger los escombros, identificar a los afectados o proporcionar comida. Desde hace poco, esta imagen está empezando a cambiar. No lo suficiente, pero sí está cambiando.
Aquí se suele usar el mantra 'Las mujeres son el motor del desarrollo de África'. ¿Qué opina de esta afirmación?
(Risas) Cuando la gente dice que las mujeres son el motor del desarrollo de África suena progresista y bonito, pero cuando ves lo que hay debajo, no es así. Lo primero, no viene desde una perspectiva que destaque los derechos humanos de las mujeres: no se les reconoce como ciudadanas, con derechos y necesidades. Con este tipo de expresiones parece que somos máquinas y herramientas para ser utilizadas.
Este es el problema y desafortunadamente no se trata solo de una imagen. Un ejemplo es la idea de que “las mujeres son la espina dorsal de la agricultura africana”. Genial. Las mujeres reciben formación para ser mejores agricultoras, pero al final del día, esto no ha cambiado la posición que ocupan: no tienen voz en la toma de decisiones, no se les escucha, sus conocimientos no se toman en cuenta, no salen en los periódicos. Por supuesto, seguro que la agricultura irá mejor, pero, al final, ¿habrán mejorado sus derechos las mujeres ? Este es el gran desafío detrás de frases como esta.
Hay voces que apuntan a que el mundo está inmerso en una cuarta ola feminista con un corazón claro: el 'Me too' [yo también], contra la violencia sexual. ¿Es este un análisis occidental? ¿Cómo se está viviendo desde África?
Es muy interesante lo que ha pasado recientemente con el 'Me too'. Creo que es fantástico y que ofrece enormes oportunidades para que la violencia contra las mujeres esté sobre la mesa. También, para que las mujeres más jóvenes se interesen en el feminismo, algo que no estaba ocurriendo y esto es maravilloso.
Pero, como feminista africana, realmente pienso que ha sido el mundo occidental el que no estaba enfrentando estos problemas, el que no se estaba organizando, porque pensabais que ya habíais ganado la lucha. Hace un par de años, tuve una conversación con compañeras europeas y me decían: “No entiendo por qué sigues refiriéndote a las mujeres como feministas, el feminismo es algo de los 70”. Igualmente, algunas jóvenes de otro país europeo me dijeron: “Para nosotras, las leyes están ahí, nos protegen, tenemos los mismos derechos que los hombres, incluso en el hogar ellos realizan trabajos de cuidado no remunerados, así que no entendemos de qué va la lucha feminista”.
El movimiento 'Me too' que se ha desencadenado es el despertar de los países occidentales, lo que era necesario que pasara, porque nosotras, en el sur global, hemos estado luchando durante los últimos 50 años. ¿Y qué más hemos hecho además del 'Me too'? En África, hemos centrado nuestro trabajo contra el VIH/sida, viendo cómo afecta a las mujeres, cómo es el estigma. Ha sido un gran problema para nosotras en las últimas dos décadas. También lo ha sido la violencia sexual que hemos estado sufriendo. Las mujeres hemos estado empoderándonos unas a otras, hablando y alzando la voz. En África, las mujeres hemos tenido un 'Me too' durante 50 años, era el mundo occidental el que estaba dormido y necesitaba despertar.
Es algo que las mujeres más jóvenes de Europa deberían aprender de las mujeres africanas y latinoamericanas que han estado organizadas y defendiendo la tierra en Guatemala, luchando contra la guerra en Colombia, contra la violencia en los campus universitarios en Kenia o las mujeres de Sudáfrica organizadas para defender los derechos LGTB. Nosotras hemos estado organizadas en los últimos 50 años. Son las mujeres occidentales las que necesitaban un 'Me too' porque no estaban hablando de ello.
Y en la actualidad, ¿cuáles son las principales luchas en las agendas de los movimientos feministas africanos?
Muchas (ríe). El trabajo decente, el mismo salario por el mismo trabajo. Pero claro, muchas mujeres trabajan en la economía informal, así que, ¿qué es lo que pasa con esas mujeres, cuáles son sus derechos? También luchamos por que las mujeres tengan un mayor acceso a las oportunidades laborales y a la educación superior, porque se ha hecho mucho énfasis en la educación primaria en los últimos años, lo que está bien, pero también tenemos que ir a los niveles superiores, que son más caros y no reciben la misma atención del mundo.
Por supuesto, la violencia contra las mujeres en todas sus formas sigue siendo una cuestión crucial. Hay muchas mujeres organizándose. También, la lucha de las minorías sexuales: la heterosexualidad sigue siendo la norma correcta y todavía es un gran desafío ser lesbiana o una persona trans. Cada vez más, la violencia contra las mujeres en Internet, porque en muchos países no hay libertad de prensa, así que muchas mujeres encuentran en estos espacios en las redes sociales, y reciben también unos niveles considerables de violencia en ellos.
A mí, personalmente me preocupa el papel cada vez mayor de la Iglesia pentecostal, que está lanzando un mensaje peligroso sobre el rol de las mujeres, antiaborto, antihomosexualidad… y tienen conexiones con el Estado, porque muchos líderes acuden a estas iglesias y estos mensajes que acaban impactando en las políticas públicas. Es aterrador. No se habla mucho de ello, pero está ahí.
¿Y cuáles han sido los logros?
El África de 1980, cuando empecé a trabajar en los derechos de las mujeres, no es el África de 2018. Ha habido un cambio profundo, absolutamente. Por ejemplo, en la participación política de las mujeres: tenemos un 50% de representación en Ruanda, una presidenta en Liberia. El derecho a la educación cada vez es mayor. En algunos países, las mujeres cuentan con mayores niveles educativos que los hombres. La violencia de género está en las agendas políticas, los 25 de noviembre vemos grandes manifestaciones. Todo esto es increíble y no ha venido de los gobiernos, sino de la lucha de las mujeres feministas, tanto de forma individual, como de las organizaciones y los movimientos por todo el continente. Si ellas no hubieran luchado por este cambio, nunca habría ocurrido.
Si tuviera delante a una mujer blanca feminista y occidental, ¿qué le diría?
Le diría que estamos juntas en esto. Que nos tenemos que mirar unas a otras. Hay mujeres con diferentes historias, que quizás tienen puntos de partida distintos, de clases diferentes. En efecto, nuestras razas son muy diferentes y los privilegios que conllevan también, pero estamos juntas en esto. Lo importante es cómo nos solidarizamos unas con otras, cómo conectamos nuestras luchas, porque las fuerzas contra las que luchamos están juntas: el patriarcado, la heteronormatividad, el racismo -aquí en Europa hay fascismo-... están conectados.
Si echas un vistazo a la Historia, las fuerzas contra las que luchamos son las mismas y están conectadas. Por eso es imprescindible, para ti, hermana, y para mí, que estemos juntas. No significa que olvidemos nuestras diferencias de un plumazo, pero sí hay que ver cómo maximizar nuestras similitudes y la solidaridad. Debemos reconocer no solo el poder que tenemos para cambiar las cosas, sino nuestros privilegios y nuestras desigualdades para ver cómo los juntamos en un poder colectivo que logre el cambio que deseamos.