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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

“El agua que bebemos viene de una tubería que hemos roto nosotros mismos. Al menos tenemos algo”

Las comunicaciones van y vienen entre Manila y Tacloban, el epicentro de la tragedia. Las organizaciones que logran acceder al terreno reparten sus equipos humanos entre diferentes áreas con la intención de evaluar la mayor cantidad de territorio posible. A un ritmo extremadamente lento debido a las dificultades logísticas, la ayuda va llegando a las provincias más afectadas por el tifón pero la situación en la mayoría continúa siendo extrema. Ángel Vicario, delegado de Emergencias de Cruz Roja España espera en la capital filipina las llamadas de su compañero, quien desde Tacloban informa de las necesidades de la zona. “Aquí hace falta de todo”, resumió al comprobar con sus propios ojos la desesperación que, transcurridos cinco días del paso de Haiyan, continúa sobre el terreno: solo el 20% de los residentes han recibido ayuda, según el administrador de la ciudad.

“La situación sigue muy mal: casas destruidas, gente por la calle deambulando en busca de alimentos, prácticamente no hay electricidad... hace falta mucha ayuda”, explica Vicario en conversación telefónica con eldiario.es. El combustible escasea, lo que impide el suministro de electricidad. Tacloban, la zona cero del tifón, cuenta únicamente con una gasolinera cuyos recursos están prácticamente reservados al ejército, las Naciones Unidas y algunas ONG para poder realizar las labores de emergencia.

Bajo el caos que continúa reinando en el epicentro de Haiyan, Tacloban mantiene el toque de queda que cada día comienza de 8 de la noche a siete de la mañana, otro obstáculo de las labores de emergencia. Tras una disminución del pillaje en las zonas devastadas motivada por la rápida llegada de un gran despliegue de fuerzas de seguridad filipinas, el hambre vuelve a derivar en saqueos surgidos en diferentes zonas de la provincia de Leyte. Ocho personas han muerto este miércoles en su intento de hacerse con sacos de arroz de un almacén donde la masa humana acabó por derribar una de sus paredes. “El saqueo no es delincuencia. Es instinto de supervivencia”, ha recordado el administrador de la ciudad, Tecson John Lim en declaraciones a Reuters.

Algunos supervivientes en Tacloban han llegado a desenterrar tuberías de agua en su intento desesperado de saciar su sed. “El agua que tenemos viene de una tubería subterránea que hemos roto nosotros mismos. Tenemos que hervirla, pero al menos tenemos algo”, ha reconocido Christopher Dorano en declaraciones recogidas por la agencia.

“A pesar de los esfuerzos, aún hay zonas de las que no sabemos nada. Tememos que Tacloban concentre toda la ayuda internacional y se olviden otras áreas también uy afectadas, como la islas de Palawan o Boho. Tenemos que evaluar todo el país para saber qué necesidades existen”, dice desde Manila el responsable de Emergencia de Cruz Roja. Este miércoles ha llegado a la ciudad uno de los dos aviones cargados de material humanitario que envió la Agencia Española de Cooperación a Filipinas. “Hasta el martes el aeropuerto de Tacloban estaba prácticamente paralizado, ahora llegan vuelos con bastante frecuencia”, añade. Llegan y se van: las instalaciones aeroportuarias de la ciudad concentran un constante tráfico para salir y entrar de la ciudad.

Las organizaciones humanitarias quieren acceder a las zonas más afectada mientras muchos supervivientes buscan huir a toda costa hacia lugares, como la isla de Cebú, donde la situación está más controlada. Su desesperación por haberlo perdido todo, unida a la escasez de agua o alimentos y al insoportable hedor desprendido por los cuerpos sin vida que empiezan a retirar de las calles, ha llevado a cientos de personas a acampar en el aeropuerto a la espera de poder tomar un vuelo. “No sé de qué depende quién entra antes en un avión. Hasta para los agentes humanitarios, que se supone que tenemos un asiento garantizado, es complicado”, matiza Vicario.

A estas dificultades se suma la tormenta Zoraida, que está pasando durante este miércoles por la zona. Aunque no está declarado como ciclón (el viento gira alrededor de los 50 km/h), las fuertes lluvias multiplican los obstáculos: “no creará más desperfectos pero puede generar mayores problemas con la luz y complicar las labores humanitarias. Un segundo tifón hubiese sido devastador”.