“Si gana Le Pen, tendrás que volver a tu país”. A los cuatro o cinco años de edad, Anne Catherine Cornec (Sri Lanka, 1987) tomó conciencia de que era diferente al resto de sus compañeros de clase cuando uno de ellos le soltó esta frase. Se lo dijeron por el color oscuro de su piel, pero ella era una ciudadana francesa que vivía en el seno de una familia blanca, que la había adoptado en Sri Lanka a los pocos meses de nacer. La diferenciaba del resto de migrantes su clase social media alta, pero no la discriminación racial que iba a sufrir durante toda su vida.
A sus 31 años, afincada en Barcelona, esta joven es de las pocas personas en España dispuesta a abordar un debate más presente en países como EEUU o Francia: que la adopción es también un proceso migratorio, en este caso de un bebé, condicionado por la economía y el pasado colonial de los países de origen. “Desde la hegemonía blanca no se considera una migración, porque se asume que los niños adquieren la identidad de la familia, pero luego a medida que te vas haciendo mayor en la escuela te vas dando cuenta de que eres diferente”, sostiene.
“Pasas de ser un bebé mono a un adulto peligroso”, resume Cornec. Durante la adolescencia se ve sobre todo con la policía o en el instituto, añade. Empieza la convivencia con el racismo: que haya barullo en clase y te echen solo a ti, que los vigilantes de seguridad de una tienda te sigan por todo el recinto, que los primeros empleadores te pregunten una y otra vez si eres “seguro” francesa… enumera esta joven.
Y luego está la situación de los países que conceden más adopciones. En Sri Lanka, sin ir más lejos, el Gobierno investiga una trama de compras o incluso robo de bebés durante los 80 y los 90 para darlos a familias occidentales que podría afectar a miles de jóvenes, en un contexto que, para Cornec, no es baladí: la extrema precariedad de muchas mujeres, así como el conflicto civil en el que estuvo inmerso el país. “Se trata de movimientos significativos de población condicionados por la situación de los países y las relaciones internacionales”, argumenta.
Por este motivo, se muestra contraria a los procesos de adopción, sobre todo la transracial, tal como están concebidos en la actualidad. “Coger un niño racializado y colocarle en un ámbito blanco, despojándole de todo lo que tiene detrás, no funciona”, defiende. Es muy crítica con aquellas familias adoptivas cuyo objetivo, dice, es “que el niño llegue al mismo nivel de privilegios que tienen ellos, pero desentendiéndose de los demás, ¿de qué te sirve si acabas siendo igualmente racista?”.
Esto le ha valido algún que otro encontronazo con madres adoptivas. “Se lo toman como algo personal cuando mi crítica es al sistema”, expresa Cornec. Y precisa además que sí cree que pueda existir otro tipo de adopción: que la nueva familia adquiera también parte de la cultura del niño o que no lo deje en entornos solo de blancos, “porque si no, no tendrá una representación de quién es él”, reflexiona.
Desde que llegó a España en 2011, para trabajar de técnica de sonido en un estudio en La Garriga (Barcelona), su participación en espacios de organización antirracista ha ido en aumento. “Aquí he vivido un racismo más violento a nivel social, que me ha despertado la necesidad de luchar”, comenta. Además del racismo institucional en ambos países, sustenta, en España existe también de forma más “visceral”. Ha sufrido más insultos aquí. “Tengo amigos franceses que vienen aquí y alucinan con que existan los Conguitos y otros ejemplos de publicidad racista”, expresa. Y alerta de que incluso Le Pen considera franceses a los hijos de migrantes, cosa de la que aquí “algunos todavía dudan”.
En la actualidad, Cornec estudia Antropología a distancia en la Universidad de Toulouse y participa como activista en entidades como Afroféminas o Black Barcelona. Asimismo, más allá de la cuestión de las adopciones, imparte charlas y talleres sobre la reconstrucción de las historias coloniales que, como la Historia en general, ha sido contada principalmente por blancos. Todo el mundo sabe que Francia se erigió como uno de los referentes de la democracia y la libertad tras la segunda Guerra Mundial, pero quizás no tantos conocen que, el mismo mayo de 1945, al tiempo que finalizaba la contienda, el país galo reprimía con extrema dureza los movimientos de liberación en Argelia, llegando a matar a miles de personas.
En España, prosigue, está el emblemático caso del descubrimiento de América que no fue tal, sino una conquista que precedió a una masacre. “O el black face, algo que la gente relaciona mucho menos con el pasado colonial español”, remarca. Se refiere a la práctica de pintarse la cara de negro cuando se es blanco, un gesto que ha ocurrido en las cabalgatas de los reyes magos con el rey Baltasar y que se vive de forma masiva en Alcoi, donde miles de jóvenes salen a la calle caracterizados como pajes negros. Cornec no tiene ninguna duda del carácter humillante y racista de una tradición en la que personas blancas celebran la figura de lo que no deja de representar un sirviente o esclavo negro.
También desde que llegó a Barcelona, esta joven francesa ha visto como el movimiento antirracista se fortalecía en la ciudad, con prioridades en el plano laboral, con la reivindicación de los mismos derechos laborales –algo que impide la ley de extranjería–; en el policial, contra las redadas racistas, y en el escolar. Admite, sin embargo, que a los distintos colectivos les falta coordinarse entre ellos para robustecer la lucha, y explica que su intención de ahora en adelante es proponer espacios de organización “no mixtos”, es decir, solo de personas racializadas, puesto que asegura que el nivel de confianza para hablar de según qué discriminaciones aumenta si no hay blancos, así como disminuye la necesidad de tener que darles explicaciones sobre cualquier propuesta o idea.