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Así es la red de apoyo entre mujeres migrantes y refugiadas en Atenas

Mujeres de la red Melissa / Facebook de Melissa Network

Icíar Gutiérrez

En la plaza Victoria, cerca de un céntrico barrio que ha sido durante años un bastión del partido neonazi Amanecer Dorado, las puertas de una antigua casa palacio están abiertas todo el día. Dentro, unas mujeres ataviadas con velo pintan concentradas en sus lienzos. Otras participan en las clases de griego que imparte una bailarina procedente de Sudáfrica. Un grupo de mujeres keniatas finaliza con cánticos y palmas su reunión de debate sobre cuestiones de género.

Estas escenas se viven a diario en el centro de Melissa, una red liderada por mujeres de la comunidad migrante en Atenas que brindan apoyo a extranjeras y refugiadas que se encuentran en el país heleno. Cada día reciben a más de 150 mujeres que viajan desde los campamentos.

Detrás de la red Melissa está Deborah Carlos-Valencia, una trabajadora social filipina que lleva más de 30 años en Grecia y cuenta con una enorme experiencia en proyectos de apoyo a las diásporas residentes en el país. “Las refugiadas también necesitaban un lugar donde poder establecer relaciones de una forma cómoda, un espacio donde las mujeres migrantes participen activamente, que sea seguro y que al mismo tiempo nos fortalezca”, explica en una conversación con eldiario.es.

El secreto del éxito

Las activistas de Melissa prestaron asistencia en los campos durante la llamada crisis de refugiados en el verano de 2015. Sin embargo, cuando se cerraron las fronteras tras el acuerdo UE-Turquía en marzo de 2016, decidieron dejar de pensar en la ayuda y centrarse en la integración: las miles de refugiadas atrapadas en el país ya no estaban de paso, iban a convertirse en sus vecinas.

Para ponerlo en marcha, nadie mejor que las mujeres migrantes, quienes, por su experiencia en el país, conocen de primera mano “qué funciona y qué no” en materia de inclusión social, a juicio de Nadina Christopoulou, cofundadora, junto a Carlos-Valencia, de la red. Que ellas hayan diseñado el programa y sean las encargadas de llevarlo a cabo es, aseguran, el secreto de su éxito.

“Las mujeres inmigrantes en Grecia siempre hemos sido activas en organizarnos y mostrar solidaridad entre nosotras, sobre todo dentro de nuestra comunidad étnica, pero no nos conocíamos lo suficiente como para trabajar juntas para buscar soluciones comunes a nuestros problemas comunes”, explica Carlos-Valencia.

Con esta idea nació en 2014 Melissa, que significa 'abeja' en griego, una idea a partir de la cual han elaborado toda una mitología. “Al igual que las abejas trabajadoras que producen miel, las mujeres migrantes y refugiadas vienen de todas partes del mundo con sus habilidades y talentos, sus sueños, sus fortalezas y sus ideas. Para nosotras, la sociedad no es un conjunto de células aisladas sino una colmena abierta de comunicación e intercambio”, resume la cofundadora de la ONG.

La suya es una palpitante “colmena” compuesta por mujeres procedentes de 45 países que durante diez horas al día ponen en común su experiencia y se sienten bienvenidas. “Compartimos nuestras historias, nuestra sensación de aislamiento y sacamos fuerzas unas de las otras, que comprenden nuestras experiencias porque experimentamos situaciones similares aunque no sean de la misma gravedad. Las historias de supervivencia de estas valientes mujeres y su lucha por sus derechos son inspiradoras y toda una lección para nosotras”, señala Carlos-Valencia.

“Aprendemos unas de otras y encontramos similitudes en nuestros patrones de vida sin importar nuestro origen étnico o religioso. Es la narrativa común de esperanza que nos conecta: la esperanza de vivir en sociedades que nos puedan hospedar a todas”, prosigue.

Con su trabajo también tratan de desmontar el estereotipo de las mujeres migrantes como sujetos pasivos de la ayuda. “Somos agentes de cambio en nuestras propias vidas, nuestras familias, nuestras comunidades y en la sociedad que actualmente nos acoge”, apunta Carlos-Valencia.

Ya son más de tres años de trabajo en los alrededores de un vecindario bastión de la extrema derecha en el país, caracterizada por su discurso virulento contra la inmigración que han propagado puerta por puerta. Ellas consideraron que no podían ceder el centro de la ciudad y decidieron establecerse allí para “recuperarlo” y combatir la xenofobia. En todo este tiempo, dicen, no han tenido ningún problema con sus vecinos.

“Nuestra estrategia es intentar comprar lo que necesitamos en las tiendas pequeñas, aunque sea un poco más caro, porque muchas han cerrado. Se han acostumbrado a vernos, a ver mujeres con velo con sus hijos. Nuestra presencia ha cambiado el ambiente y la mentalidad de la gente”, afirma la responsable de Melissa.

El efecto “multiplicador” de las abejas de Melissa

Grecia, que alberga a 62.000 solicitantes de asilo, sigue recibiendo cada día nuevas llegadas a sus costas. Hace dos semanas, el Gobierno griego aceleró el traslado de refugiados a la parte continental debido a la creciente congestión que se vive sobre todo en los campamentos de las islas. Diversas ONG han dado la voz de alarma ante el hacinamiento que se vive en estos campos. También en Melissa, quienes opinan que “la cantidad gastada” en estos campos “bien podría haber servido para proporcionar viviendas dignas a los refugiados y para que sean autosuficientes”.

Las historias de vida compartidas en el centro coinciden. “Las mujeres sufren estrés y traumas físicos y psicológicos tremendos tras los peligrosos viajes para llegar aquí. Algunas tienen la sensación de desesperanza en el futuro, de no poder hacer nada por estar desempleadas y en la pobreza. No tienen papeles, no pueden trabajar legalmente. Carecen de acceso a la salud y la educación y se han denunciado casos de violencia de género”, recuerda la cofundadora.

Es el caso de Marzia Jamili, una refugiada afgana de 16 años que llegó a Grecia el año pasado. Marzia no se sentía segura en el campamento y acudió a las instalaciones de Melissa en busca de ayuda. Ahora se han convertido, dice, en su familia en la ciudad. “Me hacen sentir fuerte, me dan esperanza. Cuando llegué, lo encontré todo. Me dijeron que podía ser yo misma. Antes, me sentía como un pájaro perdido. Ahora siento que en un futuro puedo ser primera ministra”, relata en una entrevista con el programa The Laura Flanders Show.

Nadia Bakhshi también decidió huir de Afganistán cuando una de sus hijas se suicidó y otra fue forzada a contraer matrimonio. Llegó a Grecia con ella y sus dos nietos. Mientras esperaba en el campamento de Elaionas a poder reunirse con sus parientes en Irlanda, se unió a Melissa. “Por las noches, abrían la puerta a otras mujeres, se sentaban en los escalones, comían juntas y compartían historias de sufrimiento y resistencia. Se daban consejos y consuelo, una mirada cariñosa, un gesto cálido”, recuerda Carlos-Valencia. Desesperada, Nadia se vio empujada a recurrir a un grupo de traficantes y murió el pasado diciembre en un accidente del automóvil en el que trataba de llegar a Serbia junto a 13 personas.

Como Nadia, como Marzia, decenas de mujeres refugiadas y migrantes se convierten en aliadas para “tender puentes” en un momento en el que las fronteras se levantan. Los recursos, aseguran, son pocos, pero se consideran “multiplicadoras”, capaces de hacer mucho “con casi nada”. Y están convencidas: “Lo que creamos con nuestro trabajo, dedicación, talento, esfuerzo y ambiciones contribuye a la sociedad que nos acoge en innumerables formas visibles e invisibles”. Esa es la miel que traen las abejas de Melissa a una colmena que no para de crecer.

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