El 'ascensor social' de la migración: “Cuando alguien vuelve desde Europa, es tratado como una estrella”
En la región de Kayes, al oeste de Malí, viajar tiene un valor social muy importante, sobre todo entre la etnia soninké. Para ellos, ancestralmente, “el viaje era un acto ritual que permitía salir al encuentro del otro y aprender de él con el fin de construirse a sí mismo y contribuir al desarrollo de su comunidad”, explica Mamadou Diakité, consultor de gestión migratoria en Malí.
En la actualidad, este sentido del viaje se ha distorsionado y se liga a razones económicas. Por una idealización de Europa y por el rápido ascenso social que ofrece, muchos jóvenes de Kayes optan por la migración.
Mientras a nivel teórico se habla de “la cultura de la migración”, en Kayes, quienes toman la decisión de migrar la argumentan con frases como “aquí no hay trabajo”, “apenas llueve” o “lo que tenemos es gracias a los migrantes”. Kayes es la región de la que procede la mayoría de las personas que deciden migrar en Malí, pero no se han publicado datos oficiales sobre el porcentaje que representan. Paradójicamente, es la zona con mayor seguridad en este país en el que el último conflicto, que estalló en 2012, se expande del norte al centro. Pero la gente ya migraba antes de aquel conflicto, mucho antes.
La región de Kayes es un enclave entre Malí, Senegal y Mauritania y ha sido históricamente una zona de migraciones en la que las personas que la habitan no entienden de fronteras. Harouna Samassa, geógrafo soninké que ha trabajado durante años en diferentes aspectos de la región de Kayes con la cooperación francesa y española, explica que, “como ya no llueve”, los peuls, una etnia dedicada al pastoreo que también habita la zona, “prefieren llevar el ganado del lado de Mauritania por el tipo de tierra, que es mejor durante la época de lluvias”.
“Cuando un migrante regresa, está mejor considerado”
Samassa hace alusión también a cómo funcionaba la región cuando se encontraba allí la administración colonial francesa. A finales del siglo XIX, los franceses decidieron explotar el cultivo de los cacahuetes en Senegal. Para poder llevarlo a cabo, necesitaban mano de obra y fueron muchos los habitantes de esta región de Malí quienes trabajaron allí, primero como trabajo forzoso y más tarde ganando dinero. “Entendieron que pasar los meses de lluvia –de mayo a septiembre– en Senegal les daba dinero, y esto generó un interés en esas migraciones estacionales”, explica el geógrafo.
Después, prosigue, en la Primera y la Segunda Guerra Mundial “se utilizaron soldados africanos y luego Francia recurrió a las colonias para buscar mano de obra para la reconstrucción”. “Es Francia quien comenzó a reclutar a individuos y los llevó a trabajar a su territorio. Es una dinámica creada por la metrópoli para su propio interés. Entonces no se necesitaba ni billete ni pasaporte”, explica Samassa.
El flujo de personas fue una constante hasta que, en torno a los años 50, dejó de ser gratuito ir a Francia. “Pero interesaba a la gente, así que el jefe de la familia organizaba la partida de su hijo mayor a Francia vendiendo el ganado, productos agrícolas, el oro heredado o cultivando cacahuetes en Senegal”. Así, cuenta el geógrafo, comenzaba en el seno de las familias “una economía solidaria, un nuevo espacio económico en el que quien se va envía dinero, con el que vive la familia”.
Como consecuencia, la migración se ha convertido también en un modo de ascender socialmente. “Cuando migras a Francia o a España tienes más medios para pagar los impuestos de tu familia y la comida y, cuando quieres casarte, tienes más posibilidad de conseguirlo que alguien que se ha quedado y no ha migrado”, explica Fodié Tandjigora, sociólogo, consultor y especialista en migraciones.
El experto asegura que cuando un joven que ha migrado regresa “está mejor considerado” que el resto. “Hay jóvenes que se van, pero no es necesariamente porque vivan en la miseria. Creo que muchos lo hacen porque quieren ser apreciados”, apunta. “En Kayes, cuando alguien vuelve de Francia se celebra y son tratados como una star, todo el mundo quiere ser una estrella. Hay quien tiene más dinero y no ha migrado y está menos valorado en la sociedad que quien vuelve sin dinero”, explica Tandjigora.
La escuela ya no es un éxito
El sociólogo añade un matiz: la escuela ya no simboliza el éxito porque, aunque la termines no hay trabajo. “Desde la masificación de la universidad a finales de los 90, la gente piensa que la migración hacia Europa te permite una situación social estable y que la escuela te lleva al paro”, señala.
El perfil del migrante en Kayes es hombre y joven y, según datos del Gobierno, “el sueño de cualquier joven es irse”. Asegura Diakité que entre los soninké “aquel que no viaje no es un hombre”. Lo mismo defiende Madiba Siby, exmigrante y miembro de la asociación de migrantes retornados de Kayes, que asegura que en la región “viajar es mostrar que se ha tenido éxito en la vida”.
Tal es la creencia que, según ejemplifica un informe de 2016 del Gobierno de Malí sobre desarrollo humano, al joven que no emigra en Yélimané, al norte de la región de Kayes, se le estigmatiza llamándole “tenès”, comparándolo con un niño que gatea, con una movilidad reducida, o “téntètenès”, refiriéndose a un niño que se mueve sobre sus nalgas con una movilidad casi nula. “En una zona donde la cultura de la movilidad esta tan valorada, el 'tenès' es mejor que el 'téntètenès' porque el primero se mueve un poco, mientras que el segundo apenas se mueve”.
De este modo, la posibilidad de casarse es mínima y “con esta mentalidad” es común que los alumnos “abandonen la educación básica para emigrar”. Además, señala el mismo estudio, hay padres que fomentan este tipo de comportamiento bajo el pensamiento “si envío a mi hijo al extranjero, en tres años aportará 100 veces más que lo que podría aportar tras 12 años de estudios”.
Construcción de pozos, centros de salud y escuelas
Además, la migración en la región de Kayes ha contribuido a la mejora de las condiciones de vida, permitiendo la construcción de pozos, centros de salud o escuelas. Para lograrlo, los migrantes que están en Europa se organizan en asociaciones y cooperativas por pueblos y cotizan para construir un pozo, un mercado, e incluso una mezquita. Estas asociaciones también ayudan a quienes están recién llegados a Europa antes de que encuentren un trabajo.
Según indica un informe de la OCDE, los emigrados de la región de Kayes son los primeros actores de desarrollo local a través de las asociaciones. Se les atribuye el 60% de las infraestructuras de la región. En este sentido, recoge el informe del Gobierno de Malí, la emigración al extranjero es “un paliativo que ninguna otra actividad local sabría reemplazar en la medida en la que beneficia a familias enteras de ingresos superiores a las capacidades locales de producción” de la región de Kayes.
Kayes es, sin embargo, la zona de Mali con más minas de oro, mineral que representó en 2016 el 76,5% de las exportaciones del país. Pero las poblaciones no se benefician de ello. “Quienes explotan las minas son las compañías extranjeras. El dinero que se da para las poblaciones se da al prefecto o subprefecto que representa al Estado en la localidad y es quien debe invertirlo en actividades de desarrollo comunitario, pero que no lo hace porque se pierde en las redes de corrupción”, explica Tandjigora. “Las compañías extranjeras reclutan a gente local, pero es una minoría. Si miras la proporción de gente que migra y a cuánta se contrata verás que no pueden contratarlos a todos”.
Aunque en la región de Kayes la mayoría de las personas que migra se instala en otros países africanos, principalmente en la vecina Costa de Marfil, la imagen “paradisiaca” que se tiene de Europa hace que muchos piensen que en este continente “está la felicidad absoluta”, dice el sociólogo, quien también explica que a principios de los 2000, “cuando había la prosperidad en España”, los jóvenes de la región de Kayes decían: 'Yo soy español'. “Era una manera de decir: 'Estoy aquí, pero un día oirás que he partido a España, así que trátame como español desde ahora”.