Se han jugado la vida en el mar, el mismo mar en el que escasas horas antes de ser auxiliadas, otras 100 personas habían muerto. Han huido de todo tipo de abusos en Libia, adonde han rogado no ser devueltas mientras la tripulación de Proactiva Open Arms trataba de tranquilizarles. Han sido rechazadas por los puertos más cercanos, Italia y Malta. Pero ya están aquí.
Zatadina, Judith, Mustafa, Hussein... las 60 personas rescatadas el pasado sábado por el Open Arms en aguas del Mediterráneo, tal y como contó eldiario.es desde el barco de salvamento de la ONG catalana, han llegado cerca de las 11:00 horas al puerto de Barcelona.
Tras una primera visita de los equipos de Sanidad Exterior a la embarcación para descartar posibles ingresos en el hospital, los rescatados han comenzado a desembarcar uno a uno entre los aplausos de la tripulación. El primero ha sido el más pequeño del grupo, Khingsley, de nueve años, que se ha emocionado tras despedirse del equipo que le ha acompañado en los últimos días.
Abajo les esperaba en primera línea un operativo de acogida con servicios de asistencia médica, jurídica y de traducción a cargo de Cruz Roja, con la participación de la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona y cuyo último responsable es la delegación del Gobierno. Según han especificado las administraciones, el dispositivo desplegado es muy parecido al que recibió a los 630 rescatados por el buque Aquarius, de Sos Mediterranée y Médicos Sin Fronteras, el pasado 17 de junio en Valencia. El número de personas es esta vez mucho menor.
La Cruz Roja ha informado que ninguno de los 60 rescatados, que ya habían sido atendidos a bordo durante estos días, sufren problemas de salud graves. “No hay casos preocupantes, aparte de que están cansados y desorientados”, ha comunicado el coordinador de la entidad, Enric Morist.
50 hombres, cinco mujeres y cinco menores, entre ellos tres sin la compañía de un adulto, ponen fin así a cuatro días de viaje y cientos de millas recorridas después de ser rescatados por la ONG de la inestable embarcación en la que trataban de alcanzar las costas europeas.
Este miércoles han amanecido inquietos, nerviosos, pendientes del horizonte más de lo habitual. Estaban eufóricos, bailaban, aplaudían. Por fin iban a pisar tierra firme. Los cánticos de “Boza!” (victoria) han estallado a medida que el barco se aproximaba a la ciudad condal. Mientras, en un rincón, Hussein, el mayor del grupo le pedía que se acercara a un miembro de la tripulación: “Por favor, llama a mi hijo cuando lleguemos. Dile que su padre ya está en Barcelona”.
La alegría tras avistar su puerto seguro en el horizonte es la misma que inundó la lancha de rescate del Open Arms, tras presenciar lo que, por cuestión de minutos, pudo ser y no fue: una patrullera libia se había aproximado también a la zona para devolverles al mismo país en el que han sido secuestrados y torturados. Al que han suplicado no volver.
Pocas horas después, el barco puso rumbo a España tras la autorización del Gobierno y el ofrecimiento de la alcaldesa Ada Colau. Ante el veto explícito de Italia y las trabas cada vez mayores de Malta a su labor y a la del resto de ONG en el Mediterráneo, la tripulación del Open Arms ya tenía planeado desembarcar en España tras varios días de misión.
Con ellos ha llegado también al puerto barcelonés el velero Astral de la ONG, en el que viajan cuatro eurodiputados que han participado en una misión de observación. Italia también les negó la entrada a sus puertos por motivo de “orden público”. Ocurrió el viernes, el mismo día en que 100 personas murieron en el Mediterráneo después de que las autoridades italianas y libias ignoraran al único barco especializado de la zona, el Open Arms.
Poco antes, todos los líderes europeos reunidos en Bruselas se habían sumado al mensaje de ataque a las ONG que se esfuerzan por seguir en el mar buscando vidas en riesgo a pesar de los obstáculos cada vez mayores: “Los buques no pueden obstaculizar las operaciones de la guardia costera de Libia”. La misma a la que temían los rescatados por el Open Arms cuando, escasos minutos después, llegó a la zona.
Pero el miedo de ser devueltos a Libia no ha sido lo único que ha despertado su inquietud durante el viaje hasta Barcelona. Han sido varios los temores y las dudas de los migrantes estos días, uno de ellos, ser encerrados y expulsados tras tocar tierra firme después del largo viaje cargado de violencias que han recorrido para llegar a Europa. Muchos se tranquilizaron después de saber que, al menos, no serán internados en Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE) nada más desembarcar este miércoles.
En un principio tanto la Generalitat como el Ayuntamiento de Barcelona informaron de que el Gobierno les iba a otorgar el mismo permiso de estancia legal excepcional en España de 45 días que concedió a las 630 personas que llegaron en el Aquarius. Fue lo que también les explicó la tripulación del Open Arms. Sin embargo, este miércoles, fuentes de Delegación del Gobierno han indicado que finalmente contarán con 30 días de permiso de estancia temporal legal. También han asegurado que este margen de tiempo será flexible si es necesario.
Así, los 60 recién llegados tendrán un mes de margen para descansar, recuperarse y tramitar la petición de asilo u otros papeles a Extranjería sin el miedo a que se ponga en marcha su expulsión, como sucede con las entradas irregulares a las costas españolas.
Atención en el puerto y alojamiento
Después de la primera atención médica, con alimentación, ropa y un kit de higiene, los migrantes están siendo informados de que el permiso temporal será más corto de lo previsto en el llamado punto de filiación, a cargo de la Policía Nacional, donde los agentes les identifican y les comunican sus posibilidades de petición de asilo. Todo ello con la presencia de un asesor jurídico y un traductor, según han asegurado las administraciones implicadas en el operativo.
La coordinación, la información proporcionada a los recién llegados y la atención jurídica en el mismo puerto fueron algunos de los rasgos más aplaudidos en el dispositivo de acogida al Aquarius. Según organizaciones como CEAR, estos derechos no suelen estar asegurados en los desembarcos de pateras en las costas españolas.
Una vez finalizada esta primera atención, los recién llegados a bordo del Open Arms están siendo trasladados en autobuses a los alojamientos preparados para su acogida. La mayoría, los 50 hombres, serán alojados temporalmente en la residencia deportiva Joaquim Blume, en Esplugues de Llobregat.
Las cinco mujeres a bordo, así como los dos menores que viajan con sus progenitores, serán derivados, en función de sus necesidades, a equipamientos de la capital catalana que no se han especificado. En el caso de los otros tres menores rescatados que no vienen acompañados por ningún adulto, han sido los primeros en ser trasladados a centros de acogida y quedarán a cargo de la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA).
Queda por despejar la última incógnita, la misma que ha inquietado durante estos días a muchos de los rescatados y para la que aún no hay respuesta: qué pasará después. Expirado el plazo de los 30 días, según indicaron fuentes de Interior a este medio cuando se anunció la medida para el Aquarius, si no han pedido asilo, si su solicitud es rechazada o no han obtenido un permiso de residencia por razones humanitarias, la Policía Nacional podrá iniciar sus trámites de expulsión. Es entonces cuando algunos de los migrantes podrían ser encerrados en CIE para ser deportados.
“Mi vida tenía que cambiar. Era la vida o la muerte”, contó uno de los rescatados a bordo a este medio. Era, dice, la última vez que lo intentaba y por eso prefirió no llevar chaleco salvavidas. El pasado domingo, mientras Barcelona aún quedaba lejos, pidió escribirse en el brazo los nombres de toda la tripulación del Open Arms. “Nueva vida”, añadió. Esa nueva vida que desea que empiece hoy.