De saltar por la noche a una patera, escondido entre los matorrales, a las cámaras de una agencia de modelos y los focos de un modesto campo de fútbol. La familia de Brahim Ben Ouiguemane tuvo que vender una propiedad en su pueblo diminuto en Uarzazate, en el Alto Atlas marroquí, para que el mediano de sus cinco hijos pudiera hacer realidad su sueño y viajar a España. “Quería venir a España porque quería buscar un futuro, quiero hacer realidad sus sueños”, explica por teléfono desde Barcelona.
Su historia es una entre miles de realidades ásperas y anónimas a las que se enfrentan la mayoría de los migrantes que se juegan la vida en un viaje similar. Brahim tiene miedo al mar desde que hace más de un año, recién cumplidos sus 17, llegó a Tánger con la promesa de cruzar a España en una patera.
Había pagado 5.000 euros y apenas contaba con el poco dinero que había ganado trabajando en las minas rojas cercanas a su casa, en el centro-sur de Marruecos. Esperó cuatro meses agazapado en las montañas hasta que el mar se calmase y los traficantes le permitieran montarse en una barcaza de goma, compartida con otros 25 chavales más, y cruzar el mortífero Estrecho.
Llegaron a la playa al amanecer y Algeciras le dio la bienvenida en un centro de menores que él califica como “una cárcel”. A los cinco días escapó con un grupo de compañeros por una ventana abierta, y tuvo que volver a esconderse. La suerte hizo que se encontrara en la calle con otro bereber como él. Los bereberes son comunidades no árabes históricamente nómadas que en Marruecos suelen habitar el este y sur de la geografía y, aunque la mayoría son también musulmanes, chocan en tradiciones y cultura con los árabes, que dominan las instituciones.
Le prestó un teléfono y pudo hablar con su familia, contarles que estaba vivo y continuó su rumbo al norte, siempre al norte, hacia Cataluña. Pasó los escasos cuatro meses que le quedaban a su minoría de edad en un centro de menores tutelados de Barcelona. Hasta que con 18 años se vio en la calle y, por un problema administrativo, sin ninguna documentación ni permiso de trabajo. “Con 18 años me quedé en la calle, sin papeles, sin ayudas ni nada”, señala.
De los flashes al campo de fútbol
Casa Cádiz, un espacio okupado en el que conviven más de una veintena de personas sin techo y migrantes, le abrió, esta vez sí, las puertas. Malvivir en la calle le endureció, llegó tímido y callado, recuerda Lagarder Danciu, activista por las personas sin techo y portavoz del edificio okupado. Al principio solo se entendía con Ronny, el perro de la casa. Brahim se recuerda a sí mismo exhausto de dormir a la intemperie, no sabía qué vendría después: “Hubo momentos en los que tuve miedo, pensé en volver a Marruecos”.
Pero su buena fortuna brilló de nuevo. Salió en un reportaje de televisión en TV3 sobre menores no acompañados y su sonrisa cautivó a la agencia de modelos Berta Models, con la que ahora colabora y aprende a posar hasta que tenga en regla su documentación y pueda empezar a trabajar. “Yo nunca pensaba que podría ser modelo, pensé que solo la gente que tenía dinero podía ser modelo”, explica Brahim y señala que, aunque no fuese algo que entrase en sus planes, le gusta y “está contento”.
Y de entrar en contacto con los flashes, a los focos que iluminan el estadio del Clan Clota, el equipo de fútbol de cuarta catalana de Esplugues de Llobregat. “Brahim viene de jugar en la calle, necesita aprender la técnica, a jugar en equipo y a estar en un campo”, explica por teléfono Pedro Valcárcel, miembro de la directiva del equipo.
“El fútbol para mi es mi vida. Cuando estaba en Marruecos solo jugaba al fútbol porque me siento bien”, señala Brahim. El viernes hizo una prueba y estará entrenando varios días a la semana hasta que le asignen una posición, apunta Valcárcel, que explica que el Clan Clota tiene dos equipos de fútbol en el que juegan personas en riesgo de exclusión social. Además, para esto los papeles no son un problema.
Ya lleva un año largo en España y es consciente de que su historia no es lo habitual entre las personas migrantes que llegan a Europa. Reconoce lo peligroso del camino, y la sensación de desesperanza que lo ha invadido en muchos momentos. “Mi hermano pequeño de 16 años me ha dicho alguna vez que quiere venir a España y yo le digo que antes de que se monte en una patera yo vuelvo a Marruecos”, dice tajante.
Las puertas se han abierto para Brahim. Un poco modelo, un poco futbolista… y, en algún momento, estudiante de Historia en la universidad. Es su siguiente meta.