“Yo tenía como misión estar en la puerta de entrada repeliendo cualquier intromisión o ataque de la policía. Eramos una guerrilla sin recursos, éramos una juventud que confiaba en que íbamos a cambiar la situación social”. María Eugenia Vásquez tenía en aquel entonces 23 años y un espíritu de lucha que hoy la sigue llevando a trabajar, esta vez en algo diferente.
Cuando dejó la guerrilla colombiana se unió a la Red Nacional de Mujeres Excombatientes de la Insurgencia, a través de la que fue invitada a la subcomisión de género de la mesa de negociaciones de los acuerdos de paz de La Habana.
En octubre de 2012 comenzaron las negociaciones de paz entre las Fuerzas Revolucionarias Armadas de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y el Gobierno colombiano, encabezado por Juan Manuel Santos. En ese momento, no había ninguna mujer en la mesa de negociaciones. Hubo que esperar a la celebración de la Cumbre de Mujeres y Paz un año más tarde para que el Gobierno reservara dos sillas que garantizaran la presencia femenina en las conversaciones.
El verano de 2014 supuso un gran avance. En la Habana, la mesa decidió, de manera inédita en el marco de otros procesos de paz, crear una subcomisión de género que incluyera la perspectiva de las mujeres en los borradores de los acuerdos.
Entre diciembre de 2014 y marzo de 2015, el organismo se reunió varias veces en la capital cubana con 18 representantes de organizaciones feministas y LGBTI. Aportaron sus visiones del impacto del conflicto armado a la discriminación de género y de diversidad sexual, y presentaron algunas propuestas con énfasis en la participación política femenina.
Violencia sexual y discriminación de género
“Sí, la nuestra es una sociedad machista. Pero no olvidemos que éstas prácticas son parte de un orden patriarcal heredado de Occidente y funcional al sistema económico dominante”, explica la antropóloga excombatiente. Cree que los acuerdos de hoy son una oportunidad para lograr transformaciones de fondo, pero también un reto. “Los cambios culturales son los más lentos y difíciles. En eso estamos”, añade.
Especialmente en las zonas rurales, donde hay mayor presencia de grupos armados, el conflicto dejó de ser un suceso político o bélico para convertirse en la norma de sus vidas desde hace varias décadas. Un contexto en el que las mujeres colombianas, “además de la discriminación y la explotación laboral, son víctimas de múltiples formas de violencia”, asegura la delegada de las FARC, Victoria Sandino.
Una investigación de Casa Mujer en el marco de la campaña Violaciones y otras violencias: saquen mi cuerpo de la guerra, afirma que entre 2001 y 2009, 489.687 mujeres fueron víctimas directas de violencia sexual en el país –una media de seis cada hora–, de las que un 19% habían sido violadas. Entre sus páginas quedan detalladas múltiples formas de violencia que las mujeres, por ser mujeres, sufren especialmente en el marco del conflicto. Prostitución, embarazo, aborto, esterilizaciones forzadas, acoso sexual.
Aquellas que pertenecen a los sectores más pobres son víctimas de violencia sexual con mucha más frecuencia. Solo el 18% de las víctimas denuncia el hecho y el 47% de las que no lo denuncian es por miedo a represalias. Sufren una discriminación por razón de género omnipresente: en sus hogares, en los centros de trabajo y en las mismas guerrillas. Según el XII informe sobre violencia sociopolítica contra mujeres en Colombia, los presuntos agresores de las víctimas son, en la mayor cantidad de casos, militares o policías.
“Los padres son héroes, las madres abandonan”
Maria Eugenia Vásquez dio el primer testimonio en Colombia de una mujer guerrillera. En su libro Escrito para no morir explica cómo empezó a pedir que le dejaran usar falda en las acciones en las que participaban mujeres. “Era para que se notara que también estábamos en los operativos militares”, relata.
Su rostro muestra reproche si se le pregunta cómo es ser madre guerrillera: “¿Ustedes les preguntan a los hombres cómo fue ser padre guerrillero?”. “Tener cerca a los hijos en la clandestinidad es un riesgo para ellos. Entonces delegué la maternidad de mis dos hijos, lo cual es una renuncia en aras de 'dejamos nuestros hijos porque vamos a luchar para ofrecerles un mundo mejor”, explica.
Recuerda cómo las mujeres reciben reclamos de la sociedad y de sus propios hijos “porque no fuimos las madres que se esperaba, algo que se exige a las mujeres y no a los varones”. “Los padres que fueron guerrilleros son vistos por los hijos e hijas como héroes y las madres como unas abandonadoras”.
La antropóloga recuerda la llegada del feminismo a sus vidas como “un gran apoyo para despejar esas culpas, para esas mujeres que fuimos transgresoras de las maternidades tradicionales”, explica.
Resultados de la subcomisión
Los resultados de la subcomisión de género han sido aplaudidos y categorizados por columnistas y críticos colombianos como un “hito histórico”. El objetivo de esta ha sido revisar con una mirada propia los borradores de los seis puntos en la mesa de negociaciones: desarrollo rural integral, participación política, fin del conflicto, drogas ilícitas, víctimas y refrendación e implementación de los acuerdos.
Uno de los cambios más importantes se introdujo en el punto de víctimas en el que se anuncia la creación de un grupo especial para la investigación de la violencia sexual dentro de la Jurisdicción Especial para la Paz. “El tema de violencia sexual quedó como delito de lesa humanidad, no amnistiable ni indultable”, destaca como logro la líder de las FARC-EP.
En general, la mayor parte de puntos que han pasado por el molde de la subcomisión añaden a lo existente criterios de género, inclusión de la mujer como sujeto activo, promoción de la no estigmatización por razón de orientación sexual o identidad de género diversa y aplicación de medidas para una representación equilibrada.
“Por experiencia sabemos que, si no se tienen en cuenta las acciones afirmativas, después de los acuerdos las mismas estructuras se seguirán perpetuando. Se necesitan espacios propios de las mujeres, no basta con espacios mixtos”, alerta Vásquez.
Pero está aún por llegar el desafío más grande. La implementación de los acuerdos con este enfoque de género sigue siendo un reto importante teniendo en cuenta que, debido al reciente incremento en el acceso de las mujeres a posiciones políticas, se calcula que entre 2014 y 1015 aumentaron un 23% las agresiones contra estas.
Hay desconfianza. Pese a que los sectores feministas aplauden la creación de la subcomisión de género, algunos recuerdan que las instituciones colombianas arrastran una larga tradición en el incumplimiento de acuerdos y leyes, por lo que ponen en duda los efectos prácticos que tendrán los acuerdos a nivel territorial.
“Es una ilusión pensar que los acuerdos cambien radicalmente la realidad social. No sucedió con la Constituyente de 1990 y no sucederá con los acuerdos. Son un camino”, afirma Vásquez. La antropóloga destaca el papel del Estado, pero también el de la ciudadanía para “la tarea de construir lo que consideramos paz a mediano y largo plazo”. “Ello implicará movilizaciones y confrontaciones”, añade.
Postconflicto y reinserción a la vida civil
Este 26 de agosto se ha firmado en la ciudad costera de Cartagena el Acuerdo Final para el Fin del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, a la espera de que el próximo 2 de octubre quede o no ratificado por parte de la población colombiana a través de un plebiscito.
Si sale el sí, Colombia estará entrando muy pronto en la llamada etapa del postconflicto –que algunas voces críticas han rebautizado como el postacuerdo, sugiriendo que el conflicto no termina tan solo con este paso– e iniciando el proceso de desmovilización y reinserción civil de guerrilleros y guerrilleras. Se estima que actualmente puede haber unos 17.500 combatientes de las FARC y que el 30% de estos sean mujeres.
“Trabajar en la guerrilla urbana, experiencia rural, cárcel, tortura, amnistía, trabajo político...”. Vásquez describe los peldaños de su vida, ahora que su presencia en este hito histórico colombiano sigue siendo relevante.
Recuerda ahora cómo decidió retirarse “por motivos ideológicos y personales” del movimiento M19, pocos años antes de que en 1990 se desmovilizara todo su conjunto después de un proceso de negociaciones de paz con el gobierno. “En ese paso tan importante para lograr la paz en Colombia, las mujeres guerrilleras fuimos más estigmatizadas que reconocidas. La sociedad nos cobró la doble transgresión: actuamos contra lo establecido y fuimos en contra de los patrones femeninos”, relata.
Mantiene en mente la discriminación perpetua que las mujeres han sufrido y sufren a lo largo de este proceso, pero valora positivamente el trabajo de la subcomisión de género con las FARC. “Comparado con los acuerdos de los años noventa, hay avances gigantes. Se ven las luchas de las organizaciones de mujeres y las agendas internacionales que presionan por un enfoque de género”, concluye.