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El caso de Agnes Wanjiru: asesinada por un soldado británico y abandonada semidesnuda en un pozo en Kenia

Esther Njoki, y su madre, Rose Wanyua, posan en el salón de su casa. Al fondo, un cuadro de Agnes Wanjiru, su tía y hermana, respectivamente, asesinada por soldados británicos.

David Soler Crespo

Nanyuki (Kenia) —

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Esther Njoki tenía ocho años cuando su prima recién nacida empezó a quedarse en casa. Su madre, Rose Wanyua, le explicó que su tía, Agnes Wanjiru, de 21 años, había desaparecido y tenían que cuidar de la bebé hasta que la encontraran. Wanyua dejó su trabajo y junto con su marido se pusieron a hacer turnos para cuidar a la pequeña y poder a su vez buscar a su hermana por toda la ciudad de Nanyuki, en el corazón de Kenia.

La última vez que la habían visto había sido la noche del 31 de marzo de 2012 en el hotel Lion’s Court, un lugar donde los soldados británicos iban a beber y se acostaban con prostitutas locales. Wanjiru era peluquera de profesión, pero los ingresos eran insuficientes con su hija recién nacida y había ido acompañada de sus amigas Florence Mugo, también peluquera, y Susan Nyambura. La última vez que la vieron estaba acompañada de dos soldados británicos del Regimiento Duque de Lancaster de la Unidad de Entrenamiento del Ejército Británico en Kenia. Después, el silencio.

Wanyua buscó a su hermana por toda la ciudad y fue al hotel en múltiples ocasiones, pero desde la dirección le dijeron que allí no sabían nada del caso. No fue hasta tres meses después que un trabajador del hotel abrió una fosa séptica en el jardín y encontraron su cuerpo desfigurado. Vestía tan solo un sujetador blanco, tenía un preservativo colgando.

Para aquel entonces, los soldados con los que se la había visto por última vez estaban ya en otro destino. Seis días después de su muerte, el regimiento acabó su entrenamiento de ocho semanas en Kenia y volvió a Reino Unido antes de volar a Afganistán.

“Fueron tres meses de profundo dolor. Stacy [la bebé de Wanjiru] no paraba de llorar y no podía darle de comer de mi pecho”, dice Wanyua. El cuerpo lo habían encontrado, pero el calvario para traer a los responsables ante la justicia todavía sigue. “Llevamos once años de sufrimiento y trauma”, explica la joven Njoki.

La hermana de Wanjiru adoptó a la pequeña, a la que comenzaron a tratar como la séptima hermana de la familia. Stacy siempre la ha llamado “Mamá” y la ha considerado su familia, pero conforme ha ido creciendo, el caso de su madre se ha hecho presente. “Tiene doce años ya y empieza a hacerse preguntas”, asegura su prima, que actúa de hermana.

A sus 19 años, Njoki habla desde el salón de su casa con una madurez y entereza sorprendente. Desde el asesinato, adoptó el rol de hermana mayor de Stacy, protegiéndola del ruido. Hacía años, Wanyua había adoptado un rol similar con su hermana tras la muerte de sus padres fallecieron cuando ella era joven. Wanyua fue la tutora legal de su hermana y ahora lo es también de su sobrina, Stacy.

Wanyua tiene la mirada triste, perdida en el suelo y deja hablar a su hija. La adolescente cuenta que su madre todavía rompe a llorar cuando ve a soldados británicos por la calle y le cuesta respirar cuando tiene que contar la historia. Ella está ahora escribiendo un libro para honrar a su tía. “De los últimos recuerdos que tengo suyos es que me regaló un suéter y que me cortó el pelo”, dice. Ahora, lidera la búsqueda de justicia.

Investigaciones sin fin

La misteriosa muerte de Wanjiru no levantó ningún litigio entre Kenia y Reino Unido. La potencia colonial tiene estrechas relaciones diplomáticas y desde 1964, un año después de la independencia del país africano, tiene establecida varias bases militares en el país, la mayor de ellas en Nanyuki. En 2021, el renovado Acuerdo de Cooperación en materia de Defensa entre el Reino Unido y Kenia calculaba el impacto económico de la presencia militar en el país en más de 36 millones de euros.

En 2012, la División de Investigación Especial del Reino Unido llevó a cabo investigaciones, dando el nombre del personal británico a la policía keniana, pero aseguraron que no recibieron más solicitudes. No fue hasta casi dos años después, en 2014, que la Fiscalía keniana mandó una investigación formal ante el asesinato. Las pesquisas no acabaron hasta 2019.

En una sentencia de 25 páginas, la jueza Njeri Thuku, afirmó que Wanjiru había sido asesinada por “uno o dos” soldados británicos. El informe médico aseguró que había sido apuñalada en su abdomen y que la herida de dos centímetros podría no haber sido suficiente para su muerte, por lo que cabe la posibilidad de que estuviera con vida cuando la metieron en la fosa séptica.

La jueza hizo público el nombre de nueve soldados británicos que reservaron esa noche una habitación en el hotel, así como sus cargos y números de soldado. En el informe, Thuku acusó al hotel de encubrir el caso. Dos días después, un guarda de seguridad le había confesado a sus amigas, Mugo y Nyambura, que había escuchado una pelea y había vasos rotos y sangre, pero la dirección “negó que hubiera nada inusual en el hotel”. Para finalizar, la jueza solicitó la apertura de dos investigaciones posteriores: una dirigida hacia el Comité Intergubernamental de Enlace, un órgano militar compartido entre los Ejércitos británicos y kenianos para resolver litigios, con respecto al asesinato de Wanjiry y otro a la fiscalía para procesar al hotel por el encubrimiento.

Aun así, en las últimas páginas, escribió un párrafo revelador: “Es posible que incluso después de tomar esta decisión, ninguna acción se tome por parte de ninguno de los acusados”. La jueza llevaba razón. A pesar de ello, ni el Ejército británico empezó ningún caso ni en Kenia se iniciaron las investigaciones posteriores. No fue hasta que el diario británico The Times publicó una investigación periodística en 2021 en la que localizó a los soldados británicos que estuvieron esa noche con Wanjiru que el caso se hizo popular en Reino Unido. Fue entonces cuando la Policía Real Militar, órgano judicial militar, comenzó sus investigaciones y el caso se retomó también en Kenia.

La alegría fue inmensa para la familia, pero dos años después, todo sigue igual y han decidido denunciar al Gobierno keniano por la falta de avances y no darles ninguna información sobre cómo va el caso. “Desde 2021 no ha pasado nada. Ese hombre todavía está vivo, trabajando y dejó atrás un bebé huérfano del que debía haberse hecho cargo, pagándole las tasas escolares”, dice Njoki. “A veces siento que ya vale, la verdad es que es muy injusto. ¿Nos hacen esto porque somos africanos? ¿No les importamos a los británicos?”, se queja.

La visita oficial del rey Carlos III y la reina Camila a Kenia ha llevado a la luz de nuevo este abuso en un momento en el que los monarcas han perdido perdón por los abusos coloniales. En el viaje, la reina Camila se ha reunido con mujeres supervivientes de violencia de género, pero los monarcas han obviado el caso de Wanjiru.

Desde la Casa Real no se pusieron en contacto con la familia, quien sí decidió contactar con la Alta Comisión del Reino Unido y enviar una carta abierta al Rey Carlos III invitándole a visitar a su familia, pedir perdón y tomar acción: “El Rey Carlos podría cambiar esto. Es el comandante en jefe de las fuerzas armadas británicas. Todos los soldados hacen un juramento de lealtad para obedecerlo. Como tal, tiene la responsabilidad especial de garantizar que sus hombres no se salgan con la suya. Debe reunirse con nosotros y decirles a los hombres responsables que hagan lo decente: que se entreguen”.

Una vida rota y cambiada

En su barrio, pocos se acercan a su pequeño kiosco por miedo a la represión de los británicos y quien lo hace, tienen que tener cuidado si lo hace por interés. “Somos un objetivo fácil. Se nos acercan porque piensan que tenemos dinero o que cuando nos paguen una indemnización les daremos dinero por estar a nuestro lado”, asegura Njoki.

Tras hacerse notorio el caso en 2021, la diputada británica Jess Philips, Ministra en la Sombra de Violencia Doméstica por el Partido Laborista, comenzó un crowdfunding que recaudó 10.500 euros. “La gente dice: mira, tienen dinero y aún viven en Majengo. Ese dinero está en una cuenta de Stacy y lo podrá utilizar cuando cumpla 18 años”, afirma Njoki. Desde su sofá, la adolescente asegura que no quieren dinero, sino justicia. “Nosotros solo pedimos que lo traigan a Kenia, sería una lección enorme para el resto de soldados”.

Su madre posa sus ojos en el suelo, le cuesta aguantar la mirada. Su expresión es triste. Su marido falleció hace unos meses y ahora lucha sola con su hija. Está cansada de contar la historia y que no pase nada, pero sigue con fuerzas en busca de justicia. “Nuestra única fuerza es Dios, aunque a veces piensas en dejarlo todo”, dice Wanyua. Para su hija, todo tiene sentido cuando ve a su prima, convertida en su hermana. “No para de bailar y la queremos tanto, es nuestra alegría”.

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