Siguen apareciendo muertos. Una semana después seguimos hablando de las muertes en Ceuta. No se puede decir que la cobertura haya sido insuficiente. Gracias, entre otras cosas, al excepcional trabajo periodístico de elDiario.es que no solo ha desenmascarado las mentiras del gobierno ante una grave violación de derechos humanos y nos ha permitido entender mejor lo que sucede en nuestras fronteras, sino que además les ha puesto cara y nombre a los chicos muertos: Ibrahim, Armand, Joseph, Yves, Ousman, Oumar…. La mayoría jóvenes, demasiado jóvenes, y cameruneses. Mirando sus fotos, resulta imposible no indignarse profundamente.
Conocemos el final de la historia pero nos falta una pieza clave para entender la verdadera dimensión de lo ocurrido: el principio desde su “érase una vez”. Se echa en falta saber cuáles son las causas que generan esos procesos migratorios, las razones que llevan a miles de personas a empezar esos viajes casi a ciegas. Y no en abstracto, ni dentro de seis meses en un reportaje de un dominical. Se echa en falta para el aquí y el ahora. Las seccionalización de los medios nos obliga a ir a Internacional para saberlo; pero Internacional no atiende a necesidades de saber, sino a la agenda de emergencias dictada por las grandes agencias de prensa.
Por eso también se necesita un discurso mucho más articulado, conjunto y contundente de las ONG que tratan con las humanidades de los dos lados del Mediterráneo. Un discurso que ayudaría a los periodistas de sociedad, sucesos e internacional, a encontrarse. 15 personas muertas no son una gran emergencia para los parámetros que manejan las organizaciones internacionales; pero es una emergencia ética hacer o decir algo. Las ONG que trabajan sobre el terreno saben mejor que nadie que lo ocurrido en Ceuta no es una tragedia sin más, sino la consecuencia de un sistema depredador, inhumano y criminal que alimenta las grandes fortunas del planeta a costa de condenar a la pobreza a millones de personas. Para contarlo bastaría con recopilar algunos de sus informes que analizan los porqués con rigor y que, sin embargo, pueden quedar desaprovechados en ocasiones como ésta. Pero, sobre todo, bastaría con difundir las opiniones de las personas de esos países que conocen mejor que nadie cuáles son sus condiciones de vida y quienes les aprietan las tuercas.
Lo ocurrido en Ceuta es una excelente oportunidad para explicar la responsabilidad de los países occidentales y cómo los expulsamos de sus tierras para no dejarlos entrar en las nuestras. Camerún, como gran parte de África, es pasto del acaparamiento de tierras que provoca el hambre de millones de personas. Hace dos años, el ugandés Peter Baleke denunciaba expolio de la soberanía alimentaria en África. Y hace apenas unas semanas, desde Guinea Bissau, Djanabu Valde, señalaba a la empresa española Agrogeba como causante de la expulsión de más de 600 personas de sus hogares.
Al robo de tierras se une la producción de agrocombustibles, que alimenta a nuestros vehículos mientras priva a miles de personas de alimento; o la especulación alimentaria, que juega con el precio de los alimentos en las principales bolsas del planeta, provocando que las familias pobres deban dedicar más del 80% de sus salarios a la compra de comida. (Por cierto, esos que ahora especulan con los alimentos básicos son los mismos que lo hicieron hace unos años con las hipotecas subprime). Qué ocurre con los grandes recursos naturales de África, quién los está explotando. Qué tipo de desarrollo estamos fomentando, qué significa la presencia de tropas europeas en ciertos lugares del continente, cuáles han sido las consecuencias de los brutales recortes en cooperación…
La foto ganadora del Worldpressphoto 2014 puede servir como metáfora: migrantes africanos buscando cobertura, en medio de la noche. Más allá de las dimisiones, las responsabilidades de lo sucedido en Ceuta deberían depurarse en los tribunales internacionales. Para ello, la narración de estos hechos y las pruebas aportadas serán determinantes, como también lo será contar la historia desde el principio.
Con miles de jóvenes abandonado nuestro país cada día, deberíamos estar más predispuestos que nunca a entender y empatizar con tantos chavales que llegan a una Europa cuya frontera no es una fortaleza, sino un cementerio. Las más de 20.000 personas fallecidas en el Mediterráneo desde 1990, las que se quedaron en Lampedusa y ahora Ibrahim, Armand, Joseph, Yves, Ousman, Oumar… merecen y necesitan que cambiemos las narrativas, las secciones, las rutinas y las especializaciones. Que reaccionemos y relacionemos. No solo por coherencia, sino por el compromiso moral con esos padres y madres cuyos hijos mueren buscando una vida mejor ante una Europa culpable, por acción o por omisión.