En menos de dos semanas, la población china de España y sobre todo de Madrid observa cautelosa un cambio de tornas que deja en evidencia la gestión de la crisis del coronavirus por parte de la ciudadanía de nuestro país. Ellos fueron víctimas de la desinformación y los prejuicios racistas en un primer momento pero, ahora, son de los pocos que siguen a rajatabla las recomendaciones sanitarias y no comprenden la desidia que ven a su alrededor.
“Mis padres tienen miedo de la gente a la que atienden porque no están tomando precauciones”, cuenta Zhihan, profesora de 27 años y cuya familia regenta en Ventas un comercio de alimentación. Su padre tomó la decisión de no cerrar a comienzos de esta semana, a diferencia de muchos compañeros que lo han hecho por diversas razones. Como él, algunos locales de estética, restaurantes y tiendas de comestibles mantienen el cartel de “abierto” colgado. Tanto en un caso como en el otro, han sufrido las consecuencias.
Usera, distrito conocido como el China Town de Madrid, se muestra irreconocible con el 80% de los negocios cerrados, según informa la Asociación de Empresarios Chinos de Madrid. Su presidente y gran magnate en la capital, Shengli Chen Pen, lo considera un poco “exagerado”. Por su parte, Zhu Jian, embajador chino en España, ha defendido la libertad de cada uno y ha aclarado que no es un cierre pactado.
“Cada comerciante tiene su derecho de abrir o cerrar, no podemos decirles nada, y entendemos que en algunos casos es por motivos de remodelación o ampliación de las tiendas, vacaciones personales, pero también de preocupación por el desarrollo de la situación de coronavirus”, dijo el martes pasado el alto cargo chino.
Pero la realidad es que, detrás de la mayoría de persianas cerradas y carteles que anuncian un aislamiento extraordinario durante dos semanas, se encierra también una historia amarga causada por el racismo y la desinformación. Zhihan cuenta que muchas se comparten en un grupo de WhatsApp entre comerciantes chinos y que en ocasiones han desencadenado medidas como el cierre del local.
Desde que se conocieron los primeros casos de coronavirus en Wuhan, el origen de la infección en China, los residentes en España comenzaron a calcar las medidas sanitarias que llegaban desde su país o a través de las embajadas. Mascarillas, guantes, mamparas de plástico y geles desinfectantes que generaron desconfianza e incluso ataques directos por parte de algunos clientes. “Se pensaban que los que estábamos contagiados éramos nosotros, pero era al revés, evitábamos el contagio”, dice Zhihan.
Uno de los casos más alarmantes que escuchó en el grupo fue el de una señora que llamó a la policía escandalizada porque le quisiesen atender en un bazar con las manos enfundadas en guantes azules y con la nariz y la boca tapadas. “Fue entonces cuando empezaron a colgar mensajes tranquilizadores en la puerta para poder usar la mascarilla en paz”, asegura.
Zhihan se refiere al folio impreso que luce en muchos establecimientos y que llama a la “comprensión” ante esta medida paliativa. “No es que se tema por un descenso de clientes, sino por la salud. Muchos tienen a niños pequeños y ancianos en casa y no quieren exponerlos a este riesgo”, explica la joven.
Una opinión compartida por la mujer de mediana edad que regenta un ultramarinos apartado en la Plaza de la Luna, cerca de Callao, y que se resiste a dar su nombre. Lo que sí desvela es que ella está tomando las precauciones por proteger a su madre y, ante esa necesidad, no hay mirada de mosqueo que le haga quitar el biombo tras el que aísla su caja registradora.
Aún así, algunos se resistieron en un principio a ponerse mascarillas alarmados por las historias que les llegaban. Ese es el caso del padre de Zhihan, que no la usaba por “miedo a represalias”, aunque al final ha terminado cediendo ante las peticiones de su familia. “Ahora la clientela es más comprensiva y las compran para ellos mismos, pero muchos siguen pensando que exageramos”, reconoce. “Nos molesta que la gente no se lo tome en serio”.
Si bien es consciente de que las medidas tomadas en China contra el coronavirus son efectivas, aunque la mayoría inaplicables, piensa que “España está actuando al revés de lo que recomiendan en China”. “Yo sé que es algo cultural y que el protocolo está muy normalizado en Asia por la contaminación, pero aquí todavía da miedo”, dice comprensiva, pero endureciendo el tono ante una despreocupación que ellos no se pueden permitir.
“Basta un solo caso positivo de una persona china para que la prensa y la gente eche la culpa a los chinos. Por eso tenemos mucho cuidado y las embajadas están diciendo que si recibimos a familiares de China debemos hacer la cuarentena de catorce días”, compara. “Además de por salud personal, tenemos una responsabilidad con la imagen de todo un país”, resume.
Ya sea por motivos empresariales o sanitarios, los comerciantes chinos ven cada vez más cerca un paquete de medidas como el de Italia si no se toma conciencia. Eso dice Yong mientras dispone los utensilios de jardinería de su local cercano a Canal. Al otro lado de la acera, por el parque Santander, la gente sale a hacer deporte, a pasear con amigos o se dirige al bar más cercano a la hora del vermut.
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