“No pude ducharme durante 11 días aunque me había orinado encima en la patera”: el otro “campamento de la vergüenza” de Canarias
Cuando Oussman llegó al campamento de migrantes de Barranco Seco, todavía sentía el mareo de tres días en el mar. Había pasado las últimas 72 horas a bordo de una patera en la misma postura, sin apenas comer y beber. El oleaje le había provocado constantes vómitos y, durante el viaje, al igual que el resto de sus compañeros, no tuvo otro remedio que orinarse encima ante el riesgo que entrañaba cualquier movimiento. Una vez en tierra firme en Gran Canaria, estaba a salvo, pero le esperaban once días de frío, sin poder darse una ducha y sin ingerir una comida caliente en el campamento presentado como la solución al llamado “puerto de la vergüenza” de Arguineguín.
Oussman es uno de los cientos de migrantes que, aún con una PCR negativa, ha tenido que cumplir una cuarentena preventiva en el precario campamento por haber sido contacto estrecho de un positivo de COVID-19. Aunque solo debería haber permanecido un máximo de 72 horas en las instalaciones policiales, la falta de espacio habilitado para este fin por parte de la Consejería de Sanidad de Canarias y la negativa del Ministerio de Inclusión a permitir el acceso a sus espacios de acogida en estos casos -como sí consentía en los meses de más llegadas- ha forzado a al menos 200 personas a permanecer bajo las lonas de Barranco Seco con frío, con agua racionada y sin apenas poder ducharse.
Si las condiciones del Centro de Atención Temporal de Extranjeros (CATE) de Barranco Seco ya eran cuestionadas cuando los migrantes recién llegados en patera a Gran Canaria pasaban las reglamentarias 72 horas en su interior, la prolongación de la estancia de cientos de ellos más allá de 10 días para cumplir las cuarentenas preventivas está alertando a sanitarios encargados de su seguimiento, abogados y al juez con funciones en el control del campamento.
“El CATE hace las funciones de un calabozo, está preparado para, como mucho, pasar 72 horas. Ni la comida ni las instalaciones están previstas para pasar más de tres días por lo que, todo lo que sea excederse es absolutamente incorrecto”, sostiene Arcadio Díaz Tejera, titular del juzgado número 8 de Las Palmas que supervisa cada ocho días el CATE de Barranco Seco. “No es un lugar adecuado para pasar la cuarentena. No deberían estar ahí porque la cuarentena no es una función policial, es una labor social y sanitaria”, apunta el juez.
“Fue muy duro”
Oussman describe a elDiario.es algunas de esas condiciones “inadecuadas” en las que tuvo que pasar once días de cuarentena en Barranco Seco. A su llegada, un abogado de oficio informó al joven que solo podía pasar 72 horas bajo custodia policial. “Podría aguantar tres días allí. Había pasado tres días sin casi comer ni beber en la barca, por tres días más no pasaba nada. Pero cuando vi que se alargaba… Fui muy duro”, describe el marroquí. Transcurrido ese plazo, empezó a ver cómo otros compañeros abandonaban el CATE, mientras él no podía salir. “Unas veces me decían que era porque tenía que hacer la cuarentena ahí. Otras veces que no había sitio en los hoteles, pero yo veía que otra gente se iba y yo me quedaba allí”, sostiene.
Después de desembarcar en el muelle de Arguineguín, la Cruz Roja les entrega una muda a cada uno de las personas rescatadas. Oussman, como el resto, tiró los pantalones y la camiseta con los que viajaba, manchados y empapados en orina, vómito y agua de mar. Pero hasta once días después no pudo darse ni una ducha, indica. El agua en el campamento de Barranco Seco está racionada: solo les entregan algo más de un litro por persona cada día -repartido entre desayuno, comida y cena-, por lo que tampoco pueden asearse por su cuenta.
“En Dajla, desde donde salía la barca, tuve que estar tres días sin duchar. En el mar, otros tres días. Y, ya en España, otros once días. Mi estado era indescriptible”, dice Oussman. Díaz Tejera asegura que, según le han trasladado en sus visitas al campamento, una tubería estuvo rota y “estuvieron días” sin que nadie pudiera ducharse. “Ahora se pueden duchar porque se ha arreglado”, asegura. Ninguno de los migrantes que pasó por el campamento de Barranco Seco con los que ha hablado elDiario.es desde diciembre tuvo la oportunidad de ducharse, según su testimonio.
Abián Montesdecoa, pediatra en el Servicio Canario de Salud, trabaja desde marzo en el dispositivo especial de atención de la COVID-19, lo que conlleva la prestación de asistencia sanitaria durante los desembarco de migrantes ante posibles casos de la enfermedad y a lo largo de correspondientes cuarentenas en caso de ser necesario. En sus habituales visitas al campamento policial, las personas allí alojadas suelen pedirle agua. “El agua no se tiene en cuenta. Tres botellas de medio litro al día no es suficiente. No se tiene en cuenta que pasan días en la patera, sin beber o bebiendo agua de mar, por lo que suelen necesitar beber aún más agua”, indica el médico. “Cuando voy, todos me piden agua. El otro día receté medicamentos y un chico me decía que no tenía agua para tomarlos”, sostiene el sanitario.
Hambre y comida fría en Barranco Seco
Para Oussman, lo peor fue el hambre. “En la barca, durante tres días, solo podíamos comer dátiles. Yo estaba tan mareado que vomitaba todos los días. Luego, en el campamento la comida no era suficiente”, sostiene el chaval, que asegura que eran raciones con muy poca cantidad, siempre frías. “No era suficiente ni para un niño pequeño. Ni para un gato”, detalla.
Su queja era compartida. Para ejemplificarlo, recurre a una estampa que caracterizaba cada hora de la comida de la cena: “Pasábamos tanta hambre que cuando se acercaba el coche de la comida, todo el mundo se agolpaba fuera de la carpa por la ansiedad de comer algo... Fue muy difícil”.
El juez Díaz Tejera lo confirma: “Hice fotos de los menús y se lo mostré a una dietista. Me confirmó que no es comida suficiente para más de 72 horas. En ese tiempo no comen nada caliente”, añade el titular del juzgado de instrucción número 8 de Las Palmas. Como pediatra, a Montesdecoa le preocupa especialmente el encierro de menores en el campo de Barranco Seco. “Los niños no deberían pasar ni una noche allí. Los niños que vienen acompañados suelen pasar por allí algún día y esto no debería ocurrir”, sostiene. Tras el desembarco de la patera del pasado viernes, en la que un niño de nueve años falleció y tuvo que ser arrojado al agua ante la mirada de su madre y su hermana melliza, otros tres menores pasaron por el campamento, indica el médico. “El ritmo de la burocracia los lleva allí. Les mandé al hospital directamente, les mandé una analítica urgente”, continúa el doctor.
Karim: “Como no nos daban más mantas, cogimos las sucias a escondidas”
De sus días en el campamento, Karim (nombre ficticio) también destaca el frío, la falta de agua, la imposibilidad para asearse y el hambre. Este joven, también marroquí, pasó cuatro días en el CATE de Barranco Seco en diciembre y se sorprende de que ahora tanta gente permanezca en él más de diez días. Se abraza sus hombros para describir la sensación que le acompañó durante sus cuatro días bajo las lonas militares de Barranco Seco. La mayoría de las mantas proporcionadas son finas, insuficientes para el clima húmedo y fresco característico de la zona montañosa donde se ubica.
“Hacía mucho, mucho frío. Y llovía. Pedimos a los responsables si nos podían traer más mantas y nos dijeron que no”, explica el hombre marroquí por videollamada, ya desde la casa donde ha sido acogido por unos compatriotas en la isla. Las carpas donde dormían entonces, en pleno mes de diciembre, no se podían cerrar por completo. La lluvia, describe, “se colaba un poco por los laterales” y “a veces encharcaba una parte del suelo”. Entrar en calor con una manta ligera de algodón no parecía factible.
En plena noche, cuando las temperaturas caían, Karim y varios compañeros habían visto cerca de su tienda varios carros metálicos cargados de mantas. El frío los empujó a salir de las carpas, esquivando el control policial. Estaban helados. “Sin que nos viesen, fuimos al lugar donde almacenaban las mantas usadas. No estaban limpias, estaban sucias. Olían muy mal, pero teníamos mucho frío”, dice el joven, quien también se queja de la falta de acceso a una fuente de agua corriente durante sus cuatro días en Barranco Seco.
“Filtrábamos el agua de la lluvia para asearnos”
“Nos daban un litro y medio para lavarte la cara o las manos y para beber”, resalta Karim, quien no pudo ducharse durante su permanencia en el CATE. “No podíamos ni lavarnos las manos después de hacer nuestras necesidades”, se queja el hombre. Tras escuchar la pregunta de si tenían a disposición gel hidroalcohólico o jabón, no puede frenar una carcajada: “Pero si no teníamos ni agua, ¿cómo nos van a dar eso?”. Ante su desesperación por la falta de agua, él y sus compañeros de tienda idearon un sistema para aprovechar el agua de lluvia. “Esos días llovía mucho y filtrábamos el agua de la lluvia. Había una especie de toldo en el suelo y lo poníamos de tal forma que se quedaba almacenada. La íbamos pasando a una botella de agua. Con una camiseta, filtrábamos la tierra y pasábamos el agua a otra botella”, detalla el chaval. “Lo aprendimos en Marruecos. Con ese agua a veces nos aseábamos un poco”.
Karim también fue contacto estrecho de un caso positivo de coronavirus pero, para entonces, Migraciones se mostraba más flexible y permitía a los migrantes el seguimiento de la cuarentena preventiva en los centros (u hoteles) de acogida. Su protocolo establece que en estos casos debe cumplirse el aislamiento en centros habilitados por la la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias, que no ha respondido a las preguntas de elDiario.es. Durante los periodos de mayores llegadas de migrantes al Archipiélago, el Ministerio permitía a los contactos estrechos positivos realizar su confinamiento en la red estatal. Según fuentes ministeriales, el departamento dirigido por José Luis Escrivá hizo entonces “una excepción” y permitió que en algunos casos las cuarentenas se hicieran en los hoteles en colaboración con otras administraciones. Estos confinamientos por contacto estrecho no se exigen de manera generalizada a los turistas ni a ningún ciudadano residente en España. Solo se imponen a los migrantes llegados a las costas por la vía irregular.
Queja al Defensor del Pueblo
Oussman logró salir del campamento policial un día antes de cumplir su cuarentena después de la intervención del letrado Daniel Arencibia que, de manera voluntaria, acudió a Barranco Seco en representación de un familiar del joven, que aseguraba que podría cumplir el confinamiento en la vivienda de un conocido en Las Palmas. El abogado ha denunciado el caso en una queja registrada ante el Defensor del Pueblo en la que alerta de que la obligación de seguir cuarentena en el campamento policial podría incurrir en un trato degradante. “Las circunstancias propias del CATE, sin duchas, sin comida caliente ni suficiente, sin electricidad, sin abrigo suficiente, en unas carpas precarias, sobre un suelo embarrado, se convierte en trato degradante si coincide con un régimen prolongado de detención”. El jurista pide que quienes llegan al CATE “sean derivados a plazas menos precarias en un plazo que no exceda las 72 horas” y, en todo caso, “quienes deban superar allí las 72 horas cuenten con un protocolo que garantice que materialmente han salido del régimen de detención y portan documentación que acredite su libertad y su prueba PCR”.
Según Arencibia, la entrega de un papel en el que quede por escrito la fecha de su puesta en libertad es exigida en la instrucción que regula el 'Libro de Registro y Custodia de Detenidos'.
“Prescindir de dicho trámite, y no hacer nada cuando termina la detención, deja a los ciudadanos en una situación de confusión: siguen en el mismo sitio que en las primeras 72 horas, sometidos a la misma disciplina, custodia y controles de entrada y salida. En otras palabras: nada ocurre y nada cambia cuando superan las 72 horas por lo que es impensable que el ciudadano extranjero pueda comprender que su estatus jurídico ha cambiado de detenido a libre”, cuestiona el letrado. Desde Interior defienden que están realizando “el esfuerzo necesario” para que estas personas puedan pasar la cuarentena sanitaria “en las mejores condiciones, mientras la autoridad competente en este ámbito pueda hacerse cargo de ellos”.
A su salida, Ahmed, de origen sirio, esperaba a Oussman en casa con una gran cazuela de Harira, una típica sopa marroquí. “Se comió la mitad del caldero. Luego me confesó que en Marruecos no solía comerla porque no le gustaba, pero llevaba once días pasando hambre y sin comer cosas calientes...”, dice ahora entre risas. Allí pudo darse una ducha, afeitarse su ya abundante barba y dormir en una cama a resguardo, después de once días en el que ya empiezan a llamar el nuevo “campamento de la vergüenza”.
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