Cuando el honor pesa más que la vida
“Honestidad y recato en las mujeres, y buena opinión granjeada con estas virtudes”. Así define todavía la RAE el concepto de honor en su tercera acepción. Qandeel Baloch, nombre por el que la pakistaní Fazia Azeem era conocida en su país, había roto el esquema tradicional. La joven de 25 años se había convertido en un personaje muy popular en las redes sociales por sus fotografías y vídeos, algunos en tono provocativo, y por lanzar mensajes sobre su libertad para decidir sobre su vida. La noche del 15 de julio, su hermano, Anwar Azeem, la estranguló hasta matarla mientras dormía en casa de sus padres. “Había traído el deshonor a nuestra familia”, confesó más tarde. “Estoy orgulloso de lo que hice”.
“El caso de Qandeel no es diferente al resto de crímenes de honor. Tiene que ver con el patriarcado y las relaciones de poder. Cuando una mujer se rebela y desafía los límites del sistema, de la cultura a la que pertenece, merece ser eliminada. Qandeel lo estaba haciendo, matarla era la forma de restaurar el honor de la familia”, explica a eldiario.es la investigadora pakistaní y profesora visitante en la Universidad de Columbia, Tahira Khan, autora del libro “Beyond Honour” (Más allá del honor).
La muerte de Qandeel ha vuelto a poner el foco en Pakistán, uno de los países donde este fenómeno tiene una mayor prevalencia. Cada año, alrededor de mil mujeres son asesinadas por cuestiones relacionadas con el honor a manos de miembros generalmente masculinos de su familia. Hace unos meses, el informe anual del Consejo de Derechos Humanos de Pakistán lanzaba la cifra de 1096 mujeres y 88 hombres asesinados en este tipo de crímenes solo en 2015.
Por su parte, el Fondo para la Población de Naciones Unidas habla de unos 5.000 en todo el mundo al año. Otras fuentes la elevan a 20.000. Pero la realidad, coinciden las expertas, es la dificultad a la hora de hablar de estadísticas. “Gran parte de los casos son invisibles, las familias no dan cuenta de ellos, se cubren como suicidios, muertes naturales o desapariciones”, apunta Heather Barr, investigadora sobre derechos de la mujer para Human Rights Watch, en conversación telefónica desde Afganistán.
“La mejor definición de un crimen de honor es la de un asesinato del que alguien puede salir impune debido a la discriminación de la mujer, al sentimiento de que las mujeres son propiedad de los hombres de su familia y que por tanto se les permite controlar sus vidas hasta el extremo de acabar con ellas”, sostiene Barr.
Asesinadas por usar un teléfono móvil
Enfrentarse a un matrimonio forzado, huir de un marido violento, querer el divorcio, elegir una pareja libremente, hablar con otros hombres, cualquier aspecto relacionado con la sexualidad y el comportamiento de una mujer contrario a las normas culturales puede desembocar en un crimen de honor. Incluso el hecho de haber sido violadas o utilizar un teléfono móvil. Heather Barr recuerda la historia de una mujer que fue asesinada por su hijo porque tenía un móvil y no le estaba permitido. “Cualquier tipo de situación en la que una mujer adquiera autonomía por sí misma no es aceptable”, puntualiza.
Las mujeres son apuñaladas, estranguladas, quemadas vivas, lapidadas, rociadas con ácido, disparadas… en actos premeditados, cometidos por sus padres, esposos, hermanos, tíos o incluso miembros femeninos de la familia. A principios de junio, una mujer torturó, estranguló y quemó a su hija de 17 años, Zeenat Bibi, en Pakistán una semana después de que esta contrajera matrimonio sin el consentimiento de su familia.
“Que las mujeres se conviertan en perpetradoras se explica por la interiorización del concepto de honor. Las madres piensan que el padre tiene derecho a controlar a las hijas, así ha sido siempre, es una idea inoculada en su mente; y hay otra razón, el miedo a que también la maten a ella, el miedo de la culpa por no haberla educado bien, por no hacer que respetara el honor familiar”, detalla Tahira.
En su libro “Beyond Honour”, la autora sostiene que existen unas raíces económicas en el origen del fenómeno. Su análisis de los crímenes de honor desde el materialismo histórico propone que tras ese miedo a la autonomía de la mujer, expresado en el control de su sexualidad y comportamiento, se esconde el control de la propiedad. “En las economías rurales las familias quieren que las hijas se casen con alguien del mismo clan porque así la tierra se mantendrá en él”, apunta.
Otra razón, esgrime, es mantener la pureza de la tribu o la casta. “En India cada vez hay más matrimonios entre personas de castas diferentes y eso está generando reacciones familiares terribles. En las sociedades liberales el concepto de honor prácticamente ha desaparecido pero cuando en las comunidades pakistaníes que viven en Europa o Estados Unidos, la segunda generación decide casarse según las ideas de su entorno, la familia reacciona de la misma forma”, recalca. Esta misma semana se conocía la historia de Samia Shahid, de 28 años, una británica de origen pakistaní que fue asesinada por su familia cuando viajó a visitarles. Se había casado por segunda vez con un hombre y no estaba bien visto.
Sin castigo si el agresor es perdonado por la familia
Además de Pakistán e India, se han registrado casos de crímenes de honor en otros países del sur de Asia y Oriente Medio como Bangladesh, Afganistán, Egipto, Irán, Irak, Jordania, Palestina, Turquía, Siria, Líbano, Marruecos; en algunos países de América Latina donde la cultura del honor sigue muy presente, y entre las comunidades migrantes establecidas en países europeos como Francia, Reino Unido, Alemania, Italia o Suecia, así como en Estados Unidos y Canadá.
Según la cofundadora de la Red de Concienciación sobre la Violencia basada en el Honor (HBVA), Joanne Payton, en países con una historia reciente de guerra y conflicto armado, el número de crímenes de honor está aumentando. “Cuando el sistema social se colapsa la familia vuelve a convertirse en el núcleo de las relaciones”, sugiere.
La guerra tiene otras consecuencias. A Payton, cuenta a eldiario.es por videoconferencia, un hecho le cambió la percepción de lo que era el honor. “Durante la guerra de Irak vinieron muchas mujeres a IKWRO (Iranian and Kurdish Women's Rights Organization) huyendo de sus padres porque no querían divorciarse. Era chocante porque normalmente sucede al revés, es cuando buscan separarse cuando surgen los problemas. Lo que sucedía era que los matrimonios habían tenido lugar antes de la guerra y ya no eran válidos para las familias porque habían perdido la posición, las familias querían volver a casarlas para recuperar una buena posición”.
La mayoría de los crímenes de honor suelen cometerse contra adolescentes y mujeres en la veintena o treintena, aunque también se dan casos en mujeres de más edad, hombres homosexuales, o personas que ayudan a otras mujeres que han “deshonrado” a la familia. El pasado 5 de mayo, el cuerpo de Amber, una adolescente de 16 años, aparecía en el interior de un coche al que se había prendido fuego en la provincia pakistaní de Khyber Pakhtunkhwa, después de que una jirga, consejo de ancianos, ordenara su muerte por haber ayudado a una amiga a escaparse con su pareja para casarse sin el consentimiento de la familia.
Una de las particularidades de los crímenes de honor es el nivel de aceptación social en las comunidades y la impunidad. Que un crimen de este tipo sea percibido como algo “normal” se debe en parte a la laxitud de las leyes que, o bien imponen penas pequeñas o llegan a dejar sin castigo al perpetrador cuando este es perdonado. El pasado mes de abril, un hombre apuñaló a su hija de 16 años en Karachi (Pakistán) por utilizar un teléfono móvil. Posteriormente, el padre del agresor lo perdonó. Según la legislación actual en Pakistán, si la familia lo perdona, no hay castigo.
Otros países disponen de normas similares. Por ejemplo, en Jordania, el artículo 430 del Código Penal protege al hombre que asesina a su mujer si esta ha cometido adulterio, y el 308 perdona a un hombre que ha cometido una violación si posteriormente se casa con la víctima como forma de devolverle el honor a la familia. O en Irán, donde el artículo 630 del Código Penal permite a un esposo matar a su mujer en caso de adulterio.
Tras la muerte de Qandeel Baloch, el gobierno de Pakistán ha anunciado que presentará una ley contra los crímenes de honor en las próximas semanas y eliminará la posibilidad de perdón. No es la primera vez que se produce un anuncio de este tipo. En 2014 el senado promovió una ley contra los crímenes de honor que nunca llegó al Parlamento para su aprobación.
Cuando en febrero de este año, la directora de cine pakistaní Sharmeen Obaid Chinoy recibió un premio Óscar por su documental sobre este tema, “A girl in the River-The Price of Forgiveness”, el Primer Ministro Nawaz Sharif dijo públicamente que tomaría medidas. En marzo, el senado volvió a pasar la propuesta de ley de 2014. Seguía pendiente al tiempo que continuaron las muertes. Tahira Khan se posiciona en el escepticismo. “El esquema mental de la policía, del sistema jucidial, de los legisladores es patriarcal. Toda la cultura es patriarcal, se culpa a la víctima. Hasta que las mentalidades no cambien, las leyes no van a funcionar”, reflexiona.
“No es cosa de musulmanes”
Las expertas en el tema coinciden en destacar el riesgo de vincular unilateralmente los crímenes de honor con el Islam. Para Joanne Payton, el peligro de “seguir explicándolo como una cosa de musulmanes está en que, además de incrementar la islamofobia, no podamos reconocer a otras mujeres en riesgo, mujeres cristianas, hindúes o sijhs en India”.
“No es una cosa de musulmanes”, advierte Tahira Khan. “Desafortunadamente, este tipo de control de la sexualidad y el comportamiento de la mujer está más presente en las comunidades musulmanas, pero los crímenes de honor no son exclusivos de ellas”, enfatiza.
Para Khan las religiones son patriarcales, y esa es la base. “He encontrado países musulmanes donde este fenómeno no existe, como Malasia. Y en India, uno de los países con mayor número de crímenes de honor, los casos no suelen darse entre población musulmana. Es algo cultural y económico, es el sistema económico lo que explica las raíces del control de la sexualidad de las mujeres”, concluye.