No levanta un metro del suelo y apenas es capaz de tenerse en pie. Se llama Darain, no tiene ni tres años y acaba de hacer el que probablemente sea el viaje más peligroso de su vida. Huye de la guerra.
El martes por la mañana llegó a la isla de Lesbos, en Grecia, en una barcaza hinchable con sus padres y sus cuatro hermanos. Hace unas semanas abandonaron Deir ez-Zor, la ciudad en la que vivían al noreste de Siria, bombardeada y asediada por Daesh.
Su padre, Joseam, mecánico de profesión, pagó a las mafias que dominan las costas turcas 500 dólares por cada uno de sus hijos. Por su propia plaza y por la de su mujer entregaron 3.000 dólares con el objetivo de alcanzar Grecia. 5.500 dólares en total, el precio de cruzar el Mediterráneo desde Turquía para intentar salvarse al mismo tiempo que arriesgan sus vidas: 2.700 personas han perdido la vida en lo que va de 2015, según la Organización Internacional de Migraciones.
Darain y su familia han conseguido alcanzar la costa griega a salvo, pero todavía les queda un largo camino para llegar a su destino: Alemania.
Han pasado la noche en un improvisado campamento en Mitilene, la capital de Lesbos. Durmiendo al raso sobre cartones y plásticos a la espera del ferry que les llevará hasta la península griega.
Una vez allí su intención es recorrer el camino que ya han recorrido miles de personas a través del continente europeo. Tras sobrevivir al Mediterráneo, el cierre de fronteras se ha convertido en su mayor preocupación. Con las puertas húngaras clausuradas, saben que tendrán que escoger el camino más largo y atravesar cinco países: Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia y Austria para llegar a Alemania.
Pero Darain no tiene ni tres años y, ajena al largo camino que le espera, ajena a la política de la Unión Europea, ajena a las fronteras, juega con sus hermanas María (6) y Maraam (5), y sonríe.