La batalla política por definir la islamofobia resurge en Reino Unido

“La islamofobia tiene sus raíces en el racismo y es un tipo de racismo” cuyas víctimas no son solo los musulmanes, sino también aquellas personas que son percibidas como tal. Esta breve definición, propuesta por un grupo parlamentario que incluye a políticos de diversos partidos británicos para acabar con lo que califican de “mal social” en Reino Unido, ha encendido en los últimos días el debate sobre el concepto de islamofobia en el país con posturas enfrentadas que plantean algunos de los argumentos más repetidos a la hora de enfrentar este problema.

De un lado, cientos de organizaciones antirracistas y musulmanas así como políticos y expertos se han mostrado a favor y lo consideran un paso necesario. Del otro, determinados sectores, también en nombre del laicismo, piensan que puede confundirse con la crítica a la religión y apelan a la libertad de expresión. 

La descripción, según informan los medios británicos, ha sido adoptada por formaciones políticas como los laboristas, el Partido Liberal Demócrata y los conservadores escoceses. No ha contado con el respaldo, sin embargo, del Gobierno de Theresa May, que decidió rechazarla antes de su debate parlamentario el pasado jueves alegando que debe ser estudiada con mayor profundidad. 

Un portavoz del Ejecutivo ha asegurado, además, que la definición no ha contado con el apoyo suficiente, a lo que los autores responden que cuenta con un “amplio respaldo” que incluye a más de 750 organizaciones musulmanas así como varios líderes políticos. La propuesta, que no es legalmente vinculante, viene recogida en un documento de trabajo publicado en diciembre fruto de la consulta con expertos, activistas y víctimas de la islamofobia, lo ilustra con numerosos ejemplos y persigue inspirar “políticas reales” con las que combatir los prejuicios, los abusos y los delitos motivados por el odio contra quienes profesan el islam.

Como telón de fondo, aseguran, está el “creciente número” de ataques contra estas personas. Según datos recopilados por el Ministerio del Interior, el 52% de todos los delitos de odio religiosos registrados en Reino Unido son contra musulmanes, a pesar de que, según cifras de Pew Research en 2016, representan poco más del 6% de la población. Según una encuesta elaborada el año pasado por la consultora ComRes, casi tres de cada cinco británicos (58%) creen que la islamofobia “es un problema real en la sociedad actual”.

El debate sobre los límites de la libertad de expresión

El Gobierno no ha sido el único en mostrar reticencias a la hora de aceptar la descripción propuesta. En Reino Unido se ha reabierto uno de los debates más frecuentes a la hora de abordar el fenómeno de la islamofobia, como ha sucedido en países como Francia -con el exprimer ministro Manuel Valls como uno de los principales exponentes-, el que atañe a los límites a la libertad de expresión y la capacidad para criticar lo relacionado con esta creencia.

En una carta dirigida a May revelada por The Times, el presidente del Consejo de Jefes de Policía Nacional ha cuestionado que la definición era “demasiado amplia tal como está redactada en la actualidad, podría causar confusión a los agentes que la aplican y podría utilizarse para cuestionar la legítima libertad de expresión sobre las acciones históricas o teológicas de los Estados islámicos”. 

Este argumento también ha sido defendido desde sectores laicos que promueven la separación entre iglesia y Estado en Reino Unido. Una carta abierta firmada por alrededor de 40 académicos, escritores y activistas sostiene que la definición de islamofobia es “inadecuada para su propósito”, advirtiendo de que su “adopción apresurada y acrítica reprimiría la libertad de expresión sobre asuntos de importancia fundamental”. Abogan por usar, en su lugar, el término “odio antimusulmán”. 

Quienes se muestran partidarios de la definición acordada por el grupo parlamentario han insistido en la misma aclaración que viene repitiéndose desde que se comenzó a usar el término islamofobia hace 20 años: “Ser crítico con el islam no hace que uno sea un islamófobo”. Es lo que ha afirmado Harun Khan, del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, en la BBC. “Solo eres un islamófobo si usas el lenguaje del racismo dirigido a quienes expresan ser musulmanes”. La organización ha indicado que “afirmar que la simple definición de este racismo es de alguna manera un impedimento para la libertad de expresión, es profundamente falso y parece ser una mala interpretación intencional”.

Nesrine Malick, columnista de The Guardian, ha ironizado sobre “la extrema dificultad de analizar la diferencia entre criticar una religión y llamar a un pueblo 'una plaga”. Se refiere a uno de los más de 100 comentarios islamófobos por parte, presuntamente, de personas que afirman ser miembros del Partido Conservador que han sido revelados por ITV News. En marzo, los tories suspendieron a 14 miembros por sus comentarios contra los musulmanes en redes sociales.

Lo cierto es que el informe del grupo parlamentario ya recoge que “no tiene por objeto restringir la libertad de expresión o la crítica del Islam como religión”, y marca la diferencia entre “la crítica, el debate y la libre discusión” sobre esta confesión y “el ataque para negar o menoscabar las libertades fundamentales” de quienes la profesan. Por esta razón, para muchos como Malick, la “resistencia a un mero intento de describir la islamofobia es una reacción exagerada y una señal elocuente”. En esta línea, varias voces han cuestionado que el “debate semántico” acaba tapando la realidad de la discriminación que enfrentan a diario muchas personas y .

Otro de los argumentos aportados por quienes se oponen a ella es que “si el Islam no es una raza, la islamofobia no puede ser un tipo de racismo”. El tory James Brokenshire ha dicho que combinar ambas realidades causaría “cuestiones legales y prácticas”, algo que también ha sido rebatido en los últimos días. “Lo que enfrentamos va más allá del odio antimusulmán. Es un sesgo estructural, a menudo inconsciente”, ha explicado uno de los autores del informe, Wes Streeting. 

“Aunque los musulmanes son de muchas etnias y orígenes, somos un grupo racializado. Son considerados los 'otros' por una combinación de apariencia, actitud y comportamiento. Esto no implica que algunas comunidades musulmanas enfrenten los mismos niveles de discriminación. Sería ridículo, por ejemplo, comparar la experiencia de una mujer musulmana negra con un hombre blanco musulmán”, sostiene por su parte la activista Samayya Afzal.

Desde la Policía Nacional también se ha alegado que puede “obstaculizar” la lucha antiterrorista. La expresidenta conservadora Sayeeda Warsi, quien se convirtió en 2010 en la primera mujer musulmana en sentarse en el Consejo de Ministros, dijo que la carta enviada a May destilaba un “alarmismo injustificado”.

La “complejidad” del fenómeno

Aunque no exista un consenso sobre su uso, el término islamofobia ha seguido abriéndose paso, algo que para expertas como la arabista Gema Martín es un síntoma de “una nueva realidad emergente y creciente en el seno de nuestras sociedades”. En España no existe una definición oficial de la islamofobia más allá de la que recoge la RAE: “Aversión hacia el islam, los musulmanes o lo musulmán”. El Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia (OBERAXE) del Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad social habla de ella, pero no la define. 

“La falta de consenso sobre una definición genera este tipo de debates un poco artificiosos como los de Reino Unido”, opina Lurdes Vidal, responsable del área de Mundo Árabe y Mediterráneo en IEMed. “Lo que han hecho allí tiene su mérito, ha sido muy participativo. Una definición clara permite que se puedan crear leyes y políticas al respecto y definir un racismo estructural”, recalca.

Vidal codirige el Observatorio de la Islamofobia en los Medios y cuenta que, precisamente, la falta de una definición consensuada sobre este fenómeno fue una de las primeras cuestiones que se sentaron a debatir. Al final, se alinearon con el Consejo de Europa, que entiende la islamofobia como “el temor o los prejuicios hacia el islam, los musulmanes y todo lo relacionado con ellos” que “toma la forma de manifestaciones cotidianas de racismo y discriminación u otras formas más violentas”. 

“Racismo e islamofobia no son intercambiables pero la islamofobia es una forma de racismo”, sostiene Vidal, que recuerda la “complejidad” de abordar este fenómeno porque en él convergen varias discriminaciones que van más allá del color de piel, como el componente religioso y la aporofobia [rechazo a las personas pobres]. “Es un fenómeno que a veces se vincula con la inmigración pero no debería pensarse desde esta lógica de lo ajeno, porque es una realidad de nuestras sociedades”.

La experta cierra filas en el debate sobre la libertad de expresión. “Siempre vamos a chocar con esta fina línea entre lo que es tolerable o no. Es lo que siempre nos hemos encontrado al definir un delito de racismo o de machismo. Pero no es tan difícil diferenciar lo que es una critica argumentada y razonada o un ataque motivado por el odio. La critica es buena, necesaria y aceptable. Pero sabemos cuando está basada en razonamientos y cuando es arbitraria, busca estigmatizar o es sistemática”, opina. 

Asimismo, apunta que aunque hay una mayor sensibilidad sobre este problema en España, aún se encuentran con resistencias. “Hay sectores que en otros casos se posicionarían de forma muy clara contra un ataque racista que en cuestiones religiosas y culturales se acercan a posiciones más reacias que ven islam como un ente monolítico que amenaza el secularismo”.

Desde Europa Laica, una organización española que aboga por el laicismo del Estado, consideran que este tipo de debates “no son una cuestión fundamental” en España, a diferencia de países como Reino Unido o Francia. “En España es un poco importado, porque todavía no estamos en ese nivel. Es una comunidad con una menor presencia y aquí tenemos todavía reminiscencias del nacionalcatolicismo con tareas pendientes como la separación entre la Iglesia y Estado. Para nosotros lo importante es cómo conseguimos un estado laico, donde la libertad de conciencia es un pilar fundamental”, sostiene Juan José Picó, portavoz de la organización. 

A la pregunta de cómo casa su propuesta con la persecución contra quienes profesan la religión musulmana, Picó defiende que estos problemas “hay que resolverlos con el código penal, que ya recoge el delito del odio, o el sentido común”. “La respuesta no puede ser extender los privilegios a todas las confesiones. Es un error, porque se deja pasar que hay que suprimir los privilegios de todas las religiones”, zanja Picó.