Denis Mukwege y Nadia Murad, la lucha contra la “impunidad” en la violencia sexual contra las mujeres

Esta no era una mañana más en el hospital de Panzi, la capital de la provincia de Kivu del Sur, en la República Democrática del Congo. Los gritos, los aplausos y los cánticos de alegría –y también las lágrimas de emoción–, han llenado los pasillos del centro para dar la enhorabuena a su fundador, el ginecólogo Denis Mukwege, que se abría paso entre decenas de personas, tal y como recoge un vídeo difundido por la periodista congoleña Caddy Adzuba.

Con sus teléfonos móviles, los asistentes trataban de inmortalizar el momento: Mukwege, habitual en las quinielas del Nobel de la Paz, ha obtenido este viernes el galardón del comité noruego, que ha reconocido su lucha contra la violencia sexual contra las mujeres en su país. 

La noticia le ha pillado en el quirófano. Estaba en medio de la segunda operación del día cuando la gente comenzó a gritar de alegría. En ese mismo centro desbordado por la emoción, Mukwege y su equipo han atendido a más de 48.000 mujeres supervivientes de violencia sexual desde 1999. En aquel año, el médico congoleño decidió poner en marcha el hospital en Bukavu para dar respuesta a las mujeres que estaban siendo violadas en grupo durante la guerra civil que azotó al país hasta 2013 y en la que millones de personas perdieron la vida. Mukwege empezó a ver a pacientes cuyos genitales habían sido destruidos de forma deliberada. 

Desde entonces, el personal del hospital ha ayudado de forma gratuita a paliar, con reconstrucciones y cirugías, las secuelas físicas de las violaciones o las graves complicaciones durante el parto, una labor que les ha convertido en una referencia en el tratamiento de las lesiones causadas por la violencia sexual. Además de apoyo médico, el hospital de Panzi ofrece servicios psicológicos, sociales y jurídicos con los que tratan de “reparar la dignidad” de las supervivientes y luchar contra el estigma y la discriminación dentro de las comunidades.

“Tratamos de que vuelvan a sentir que todavía son humanas, que todavía son mujeres y que pueden luchar por sus derechos”, ha asegurado el doctor, de 63 años, en varias ocasiones. “Acepto este premio por vosotras”, ha dicho Mukwege este viernes ante cientos de mujeres a las que ha tratado, según ha informado el diario local Actualité y ha recogido la Agencia Efe.

Congo continúa viviendo “una epidemia de violencia sexual, incluso contra menores”, según ha denunciado Naciones Unidas. La voz de Mukwege ha sido una de las más críticas contra “la impunidad” que pesa sobre estos abusos. Ha recorrido el mundo condenando la actitud de las autoridades, congoleñas y de otros países, por “no hacer lo suficiente” para frenar la violencia contra las mujeres como “estrategia y arma de guerra”. Su crítica llegó hasta la ONU. Poco después, Mukwege sufrió un intento de asesinato, lo que le obligó a trasladarse de forma temporal a Europa, aunque acabó volviendo a Bukavu, donde reside y continúa con su labor.

El próximo 10 de diciembre, el médico recogerá el Nobel de la Paz en Oslo junto a Nadia Murad. El anuncio del galardón ha coincidido con el primer aniversario del estallido del movimiento global #MeToo, una ruptura histórica del silencio contra la violencia sexual contra las mujeres. Lo mismo que decidió hacer Murad cuando logró escapar del cautiverio y la violencia sexual que había sufrido por parte del autodenominado Estado Islámico (ISIS). Entre todas las opciones, la joven escogió no callarse y ha dado a conocer al mundo los abusos que el grupo terrorista estaba perpetrando contra las mujeres de su comunidad, la minoría religiosa yazidí, en Irak.

Murad vivía con su familia en la remota aldea de Kocho, del distrito de Sinjar, arrasado en 2014 por el grupo terrorista. Cientos de personas fueron asesinadas, entre ellas seis hermanos y la madre de Murad. Las mujeres más jóvenes, también menores, fueron secuestradas y utilizadas como esclavas sexuales. Se calcula que 3.000 niñas y mujeres yazidíes han sido víctimas de violaciones y otros abusos sistemáticos por parte del ISIS. Murad tenía entonces 21 años y fue sometida de forma reiterada a violaciones y amenazas de muerte. A los tres meses, logró huir. Ahora vive como refugiada en Alemania.

“Antes de que ISIS llegara a mi aldea, no había nada más importante para mí que mi dignidad”, dijo dos años después ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La misma dignidad que trataron de arrebatarle y que le empujó a seguir adelante para denunciar los crímenes cometidos contra la población yazidí ante la comunidad internacional. “Lo que estoy haciendo y lo que he decidido hacer, contárselo a la gente, es por la injusticia que hemos sufrido”, dijo en el programa de TVE En Portada. El título de sus memorias, publicadas hace un año, son su bandera: “Yo seré la última”. 

Desde septiembre de 2016, Murad es embajadora de buena voluntad para la dignidad de los supervivientes de trata de personas de la ONU. También ha fundado su propia organización, La iniciativa de Nadia, para brindar apoyo a los yazidíes víctimas de los ataques del ISIS. En 2016, fue galardonada junto a otra activista yazidí, Lamiya Aji Bashar, con el premio Sájarov que concede el Parlamento Europeo a la libertad de conciencia, un galardón que también recibió, en 2014, el médico congoleño. 

La batalla de ambos activistas por visibilizar y exigir justicia para las mujeres supervivientes de violencia sexual les ha llevado a ganar el Premio Nobel de la Paz 2018. La academia noruega reconoce “su contribución decisiva” a la lucha contra el uso de la violencia contra las mujeres como arma en los conflictos armados. “Cada uno de ellos a su manera ha ayudado a dar mayor visibilidad a la violencia sexual en tiempos de guerra, para que los perpetradores puedan ser responsabilizados por sus acciones”, sostiene el Comité Nobel Noruego. 

Este año se cumple una década desde que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó la Resolución 1820, la primera que estableció que el uso de la violencia sexual como arma de guerra constituye un crimen de guerra y una amenaza para la paz internacional, algo que también viene recogido en el Estatuto de Roma de 1998. Lo mismo que recuerdan, día sí y día también, Mukwege y Murad.