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Cuando tu hijo se marcha sin decir adiós para arriesgar la vida de Senegal a Canarias: “Una mañana me desperté y ya se había ido”

Migrantes recién llegados al puerto de Arguineguín

Emmanuel Akinwotu

2 de abril de 2021 20:28 h

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En el histórico puerto senegalés de San Luis, 12 mujeres, azotadas por el sol, abandonan la calle, atraviesan una puerta tapizada con seda rosa y pasan a una habitación en penumbra.

Tras saludarse, cuentan sus historias. Lo hacen de una en una. Comienzan compartiendo los recuerdos más recientes de maridos, hijos y hermanos perdidos en el mar. Se muestran valiosas fotos guardadas en sus teléfonos. De aquel último abrazo al bebé o del último beso como madre. 

“Me ayudó toda la vida, cada día, siempre se ocupó de mí”, dice Sina Ndiaye, de 51 años, sobre Omar, su hijo de 19. En octubre de 2020, una embarcación con 200 migrantes a bordo explotó cerca de la costa de Senegal. Omar murió junto a 139 personas más. “Se ha ido. No me queda esperanza alguna”, dice la madre. 

La angustia de esta docena de madres tiene un hilo conductor. Perdieron seres queridos en una de las rutas marítimas más peligrosas del mundo, cada vez más transitada a medida que migrantes y refugiados de toda África Occidental tratan de llegar a través del Océano Atlántico hasta las Islas Canarias, a 1500 kilómetros al norte de Senegal.

La ruta había quedado en desuso desde 2006, cuando la cruzaron 31.000 personas. Pero cuando Marruecos y Libia, con apoyo de a Unión Europea, decidieron cerrar otras rutas, en una decisión muy controvertida por la naturaleza de los gobiernos con los que Europa llega a acuerdos, la vía senegalesa por el océano se reactivó. Si en 2019 llegaron a las Islas Canarias menos de 2.700 migrantes y 210 murieron en camino, en 2020,. llegaron a las costas insulares más de 20.000 personas

A medida que aumenta el número de embarcaciones, sobrecargadas y sin las condiciones necesarias para navegar por el océano, el número de fallecidos crece. Se sabe que el año pasado murieron unas 600 personas tras emprender la ruta. Es muy probable que la cifra real sea mucho más alta según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). La recurrencia de las tragedias es continua. Cada tragedia sume en el duelo a una serie de familias, a una comunidad de la costa senegalesa. 

Las historias de estas mujeres en San Luis responden al mismo esquema. Según Ndiaye, los jóvenes como Omar se van tras exprimir todas las opciones disponibles. 

La ruta de la desesperación

Ndiaye dice que su hijo “era carpintero y lo dejó”. “Se quejaba de que no daba para vivir. Pasó a la albañilería, a poner ladrillos, pero se despertaba en medio de la noche con dolor de huesos y espalda. Poco a poco, un día ya estaba listo para hacer cualquier cosa”. 

Se van de repente, según esta madre. No dicen adiós para evitar que alguien trate de convencerlos de que no lo hagan. “Una mañana me desperté, fui a su habitación y ya se había ido. Después me llamó y me dijo que estaba en Mbour”, cuenta.

Esa localidad pesquera es conocida porque desde allí se zarpa rumbo a Europa. Está a 200 kilómetros al sur de San Luis, lo que se suma a la distancia del trayecto por mar. Muchos de los cuerpos nunca aparecen, pero los supervivientes son quienes informan sobre los que han muerto. 

“Si tuviésemos su cuerpo, al menos podríamos verlo y enterrarlo”. Mariatu Diouf es la viuda de Bouya Fale, que murió en octubre en el mismo naufragio que Omar. 

“Los políticos llegan con sacos de arroz, ostras y otras cosas. Estamos hartas. No queremos su arroz, queremos oportunidades, trabajos. Nos dan el arroz, se acaba y entonces ¿qué queda?”.

El golpe de la pandemia

Las consecuencias económicas de la pandemia son malas en muchos países de ingresos medios y bajos en África. Ahondan una desesperación que empuja a migrar en busca de un futuro mejor. 

Ndiaye tiene miedo de que sus otros cuatro hijos puedan irse sin avisar.

Algunas ONGs, con apoyo de la Unión Europea, dan ayudas a las empresas pequeñas para personas que hayan regresado de Europa después ser detenidos o deportados y para quienes hayan sobrevivido a naufragios.

Pero Ndiaye cree que las ayudas no son suficientes: “Deberían ayudarnos con algo más práctico. Si tuviéramos un espacio para tener una tienda y pudiéramos comprar algunos alimentos frescos, yo podría empezar mi propio negocio y mantenerme por mí misma”.

El pasado turístico

En la costa, a pocos kilómetros, los edificios, el color y la fachada marítima de una ciudad que antes de la pandemia atraía el turismo. El golpe a Senegal como destino de vacaciones se suma a la crisis provocada por la sobrepesca y los grandes barcos europeos que esquilman los caladeros locales con permiso de la autoridades.  

Existe resentimiento contra el Gobierno por parte de quienes creen que no ha asumido responsabilidad alguna por el alto número de muertes ni ha hecho nada para cortar los motivos que empujan a abandonar el país. Muchos están muy enfadados por culpa de las políticas migratorias de la Unión Europea, que los fuerza a emprender viajes que nadie debería emprender. 

“Nuestro Gobierno debería pelear por nuestra dignidad”, dice Hadi Diop, de 45 años. Perdió a un sobrino el año pasado. El bote zozobró. “Y se limitan a pegarse a sus sillones. ¿Por qué tienen que subirse a esos botes para viajar a España? ¿Es justo? No debería ser ilegal, pero lo es. Nuestro presidente debería hacer más”. 

Después de los naufragios más notables frente a las costas senegalesas, hubo peticiones al presidente Macky Sall para que declarara jornadas de luto nacional. “Dijo algo, pero en realidad no le importa”, dice Diop. “No tenemos ningún apoyo psicológico ni emocional”. 

Diop y otras 100 mujeres han creado una asociación para desarrollar proyectos comerciales conjuntos y crear sistemas de apoyo. 

“Hicimos lo que teníamos que hacer, apoyarnos las unas a las otras porque vimos que aquí tendríamos pocas oportunidades”, dice, rodeada de otras 10 mujeres. El grupo no ha dejado de crecer desde entonces y cada vez apoya a más familias en duelo, a quienes han perdido a alguien de quien dependían. 

En las elecciones municipales de 2019, los políticos pagaron a los hombres para que salieran a mostrar en público el apoyo a sus campañas. “Nuestros maridos seguían a los políticos, iban a mítines descalzos, llegaban tarde a casa y al final ¿de qué les sirvió? Prometieron mucho: desarrollo, trabajo, promesas, promesas. En cuanto son elegidos, desaparecen”, dice Diop.

En Point Sarène, una ciudad anodina a 100 kilómetros al sur de la capital, Dakar, Mohamed Faye, de 46 años, repara su barco en compañía de otros hombres. “Si hubieras estado aquí hace unos años a esta misma hora no nos habrías encontrado. No habría aquí ni un solo bote. Estaríamos todos en el mar. Ahora la situación es tan dura que ese es el único motivo por el que esos barcos se quedan en la playa”. 

Dice que sus ingresos son hoy apenas un tercio respecto a lo que ganaba en 2015. No le llega para alimentar a sus seis hijos. “Han vendido el mar a los barcos de las grandes empresas internacionales. La situación nunca había sido tan mala”, dice Faye. 

El joven senegalés lleva 20 años buceando en busca de ostras y explica: “Ahora, cuando pescas ostras muchas están podridas, alógicas ha cambiado en las condiciones del mar”.

Decenas de pescadores abandonaron Pointe Sarène el año pasado. Faye dice que por ahora, él se queda. “Vengo, salgo al mar, pesco algunas horas, regreso. La situación es dura. Me gusta estar cerca del mar aunque ahora gane menos”. 

Traducido por Alberto Arce.

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