Tras las últimas protestas en Marruecos: “Ya no hay vuelta atrás, hemos perdido el miedo”

En la última manifestación en Alhucemas, cuando Nasser Zafzafi se subió al escenario y agarró el micrófono, el público congregado el viernes pasado en la plaza Mohamed VI rugía su nombre: “¡Nasser, Nasser!”. Zafzani ha sido la cabeza visible de las movilizaciones de la última semana por la muerte del vendedor de pescado Mohcine Fikri, triturado hace diez días en un camión de la basura cuando intentaba recuperar la media tonelada de pez espada que la policía le había requisado.

Los gritos y las imágenes de Mohcine Fikri mientras estaba siendo triturado fueron difundidas en las redes sociales y reproducidas miles de veces, y han despertado en Marruecos y sobre todo en el Rif —territorio comanche desde casi siempre— la indignación de quienes se ven pisoteados por los abusos y el desprecio de las autoridades, por la hogra. “¡L7ogra enough!”: Basta de hogra.

“¡Amigos!”, gritaba Zafzani. “Amigos, nuestro territorio vive una represión política, económica, social y cultural. No hay libertad para expresarnos, no hay industria, los rifeños que han emigrado a Europa envían dinero que luego se emplea para hacer inversiones fuera del Rif y esto que ha ocurrido nos puede pasar a cualquiera de nosotros. Tenemos que unirnos para que no vuelva a ocurrir”. La multitud —salieron miles de personas— le jaleaba y grababa con sus teléfonos móviles.

Después de una semana de manifestaciones, los ánimos siguen medidamente encendidos: lo justo para no traspasar la línea de la violencia y lo suficiente como para mantener viva la indignación. Cuánto va a durar la protesta, es la pregunta que se hacen todos en Marruecos.

La aparición de Zafzani en el escenario de Alhucemas era aquella noche la más esperada, y quizás fuera la última por el momento. Ahora toca, dice, reorganizar fuerzas y pensar en el próximo movimiento para que el sentimiento no se desvanezca: “Como dijo Abdelkrim (el líder rifeño que luchó contra el colonialismo francés y español) hay que pensar con calma y actuar con determinación. Vamos a seguir luchando, pero no podemos agotar a la gente con manifestaciones”, explica en conversación con eldiario.es.

“El sistema ha usado medidas de represión que ahora juegan a nuestro favor. Hemos acumulado un sentimiento que ya no tiene vuelta atrás. La gente le ha perdido el miedo a protestar”, añade. Hasta ahora, las fuerzas de seguridad se mantenido inusualmente tranquilas ante las protestas.

Está por ver cómo se va a materializar esta segunda fase de las movilizaciones, pero este rifeño de 37 años se ha convertido en el motor de arranque de la primavera del Rif: un día después de la muerte de Fikri, cuando estaban recogiendo sus restos del camión, comenzó a reunir a la gente en asamblea; ha ido a hablar con las autoridades y con el wali (gobernador) de la provincia, y su teléfono no para de sonar con llamadas de gente que le da ánimos o de la familia de Mohcine Fikri, con la que está en contacto permanente.

Sin embargo, no se considera un líder: “Pertenezco a una clase humilde y toda mi vida he sentido esa humillación por la falta de empleo y oportunidades. He sentido los insultos y el maltrato hacia quienes no tienen un padrino. Pero un líder no es lo fundamental. Lo fundamental es la gente. Sin gente no hay movilización”, asegura.

Asamblea clandestina en un café cerrado

Apenas terminó la última manifestación en Alhucemas, algunos de los organizadores ya estaban reuniéndose para discutir el futuro de las protestas. La pequeña asamblea se celebró en la segunda planta de un café cerrado al público, en un ambiente a mitad de camino entre el 15M y las reuniones clandestinas en el Rif de los tiempos de Hassan II.

Ninguno de los presentes reconoce filiación política o pertenencia a alguna asociación y se desmarcan con ahínco del rumor que corre desde que comenzaron las protestas: que quienes las alentaban tienen intereses políticos. “Nos ha unido la hogra”, aseguran.

En el café estaba Zafzani, que ha trabajado como encargado de seguridad, ha sido emprendedor en una tienda de electrónica que fracasó y, la mayor parte del tiempo, un parado más. Había también carpinteros, informáticos, profesores y antiguos militantes del movimiento contestatario 20 de Febrero que surgió hace cinco años, cuando la primavera árabe rozó de costado a Marruecos.

Entonces —en 2011— la monarquía supo reaccionar para aplacar la ira de los manifestantes aprobando una nueva Constitución que rebajaba los poderes del rey. En la práctica, según los veintefebreristas, las reformas se han quedado en un tutorial de maquillaje.

“No queremos que esto sea una primavera árabe ni crear un movimiento separatista en el Rif. Lo que queremos es el fin de los abusos”, decía Mohamed Rida, un profesor de educación física. “Hay que mirar al futuro, que ahora es más importante que nuestra Historia”, insistían todos, haciendo ver que esta vez, más que caudillos que dirijan al pueblo, hay que hacer un esfuerzo colectivo.

“Los ministros de Justicia, Interior y Pesca son los responsables y nadie ha dimitido, pero la gente ha salido en masa a la calle y vamos por buen camino”, añadía Mohamed Majjaoui, que fue militante del 20F.

Igual que ocurrió en 2011, la reacción del círculo de poder en Marruecos ha sido rápida: en un gesto fuera de lo común, el rey Mohamed VI —que se encontraba de gira por varios países africanos— envió al ministro de Interior a presentar sus condolencias a la familia y anunció una investigación.

Once personas fueron arrestadas y ocho están encarceladas con cargos. Entre ellas, dos oficiales del ministerio de Interior, un veterinario y dos agentes de la autoridad del puerto pesquero. Para muchos, a la vista de las protestas, es insuficiente.

“Cuando murieron cinco chicos abrasados en una sucursal bancaria aquí en Alhucemas, también anunciaron una investigación y luego no pasó nada”, recuerdan. Aquellas muertes fueron la gota que colmó el vaso en 2011. Con la muerte de Mohcine Fikri, el vaso ha vuelto a desbordarse por el mismo sitio: el Rif.

El Rif, la región de los levantamientos

Desde comienzos del siglo pasado, la región ha sido azotada permanentemente: ha sufrido bombardeos con armas químicas durante la batalla contra el Ejército español. Ha padecido la brutal represión del levantamiento de 1958 y 1959, en el que murieron y fueron torturadas y violadas miles de personas, como relata Tarik el Idrissi en el documental “Rif 58/59. Rompiendo el silencio”. Ha sido castigada por ese levantamiento independentista con un olvido de premeditación y alevosía durante la monarquía de Hassan II que duró 40 años.

En un intento por curar heridas, el primer viaje que Mohamed VI hizo ya siendo rey fue al Rif, pero ni se han borrado las huellas de aquellos años de castigo, ni se ven resultados palpables de que la región prospere. “El Rif sigue olvidado”, asevera Zafzani. “El rey ha dicho en sus discursos que le prestaría más atención, pero ha venido, ha inaugurado, se ha ido y todo sigue igual. Ningún centro industrial está funcionando”.

En el reparto de culpas, se llevan la peor parte las mafias —los que manejan los entresijos de la ciudad, los sobornos, los chanchullos— y el makhzen, el círculo cercano a palacio, los poderosos. “Estamos en duelo. El makhzen nos mata”, gritaban en las manifestaciones. “El pueblo quiere a los que mataron al mártir”.

Porque Marruecos ya tiene su mártir, como lo tuvo Túnez con Mohamed Bouazizi. Tiene un culpable indeterminado: la hogra, el makhzen, el abuso, la represión. Y tiene una frase que va a quedar —sea cierta o no— en la memoria colectiva. La frase que supuestamente pronunció un policía mientras Fikri moría triturado: “Machácalo a él y a su madre”.