El día después del secuestro en la universidad de Garissa

GuinGuinBali

María Ferreira —

Garissa crece al este de Kenia, al lado del río Tana, cerca de la frontera con la vecina Somalia ante la que media ya únicamente Daadab, donde se encuentra el mayor campo de refugiados del mundo. A 165 kilómetros está Nairobi, la capital del país. Para llegar a Garissa este viernes había que pasar multitud de controles, en los que los registros son intensos. El jueves esta localidad, cuya población es de mayoría somalí, se vio sacudida por el peor atentado de Al Shaabaab desde 1998. Durante esta tarde han aparecido más jóvenes que permanecían escondidos en la residencia universitaria desde entonces. Están en estado de shock.

147 muertos, todos estudiantes, y 79 heridos pesan como una losa sobre Garissa, que despertó aún entumecida este viernes. La comunidad de extranjeros que vive en el país lamenta y condena el ataque terrorista de Al Shabaab. Sin embargo, no ha sido un ataque mediático, como sí lo fue el ocurrido en el centro comercial Westgate, ubicado en Nairobi, en el que murieron 72 personas. Entonces, entre los fallecidos había nacionales de Perú, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, EEUU, Canadá, Francia, China, India, Ghana y los Países Bajos, además de Kenia. 

Said Maalim vive en Garissa y es de origen somalí. Asegura que “el Gobierno de Kenia sabe a lo que se enfrentan al no retirar sus tropas de Somalia”. Maalim no justifica el terrorismo ni el atentado, pero cuenta que ser somalí en Kenia no es fácil porque sufren una importante discriminación y se sienten “muy desprotegidos” por las autoridades civiles y militares. Igualmente, denuncia que “en muchas ocasiones la policía detiene a estudiantes musulmanes que no tienen nada que ver con el terrorismo y los detienen por el simple hecho de ser musulmanes”. 

Dos ancianos de Garissa charlan. Dicen que “sienten mucho que chicos jóvenes tengan que morir, pero nadie habla de los inocentes que están muriendo en Somalia. Allí no hay testigos”. Un grupo de tres estudiantes cuenta que en twitter “hay una campaña pacifista muy fuerte para no responder a la violencia con más violencia”. Los estudiantes creen que esto es una guerra “y no hay diálogo posible con extremistas”. Dicen que “los somalíes deberían regresar a su tierra y dejar Kenia”. 

A los alrededores de Garissa hay aldeas en las que no hay electricidad y, sin embargo, las mezquitas tienen generadores muy potentes. Ahmed Bakr vive en una de ellas y asegura que “todo el mundo” sabe que el dinero viene de Al Shabaab. Dice que muchas veces la gente come gracias a Al Shabaab. 

En el hospital han aparecido más jóvenes que aún permanecían escondidos. Están en shock y tienen hipoglucemia. Los equipos de rescate siguen sacando a jóvenes del lugar del atentado. Uno de los médicos que los atendió en primera instancia explica que los estudiantes heridos llegaban con heridas de bala y cortes en el cuello. Los cuerpos de los fallecidos han sido enviados a Nairobi. Ahora en el hospital hay un problema porque muchos de los médicos no quieren seguir trabajando allí. Sostienen los empleados sanitarios que nadie del National Disaster Management ha aparecido y que han tenido que organizarse ante un desastre de semejantes dimensiones ellos mismos y con la ayuda de la Cruz Roja. 

Todos los comercios están cerrados. Garissa es una ciudad muerta. No han abierto ni supermercados ni bancos. Es la hora del toque de queda y todos corren hacia sus casas, incluída esta periodista a la que envían al hotel. Decenas de militares custodian, a partir de ahora, las calles de Garissa, que intentará dormir.