La negativa de Estados Unidos a respaldar una serie de resoluciones de Naciones Unidas que pedían un alto el fuego en Gaza ha llevado a la adopción de un documento diluido, que no tiene sentido para quienes estamos sobre el terreno intentando hacer llegar ayuda a los palestinos que la necesitan desesperadamente.
La resolución aprobada el pasado 22 de diciembre sólo pretende aumentar el flujo de ayuda a la Franja de Gaza, no exige un alto el fuego. Los obstáculos para hacer llegar la ayuda a través de la complicada serie de puestos de control israelíes y egipcios son reales, pero la principal barrera para nuestro personal médico que intenta proporcionar más y mejor asistencia sanitaria en Gaza es la continua violencia extrema que define esta guerra.
Mientras escribo esto en la oscuridad previa al amanecer en Al Mawasi —la franja costera que Israel ha designado como zona humanitaria— oigo cada minuto las bombas que golpean Jan Yunis, a tres kilómetros de distancia, en el sur de Gaza. La casa donde me alojo tiembla intermitentemente con una fuerza agobiante. Hace unos días, un grupo de compañeros de Médicos Sin Fronteras (MSF) estuvo en el hospital Nasser, donde proporcionamos atención de emergencia y tratamiento quirúrgico, también a pacientes con lesiones traumáticas y quemaduras graves.
Los israelíes nos habían asegurado que el hospital no sería atacado. Sin embargo, mientras mis colegas estaban allí, de repente cayeron del cielo octavillas que ordenaban la evacuación inmediata de los edificios cercanos al hospital, incluida la carretera que utilizamos para entrar y salir del centro. La unidad del Ejército israelí que se supone que coordina la ayuda humanitaria ni siquiera tuvo conocimiento de la orden de evacuación dada por las tropas de combate hasta horas después.
Es imposible prestar con seguridad la ayuda médica que la gente necesita de forma desesperada en condiciones como éstas.â¯Los hospitales y el personal sanitario nunca deberían ser un objetivo.
Como la población se ha visto obligada a huir de un lugar a otro en busca de seguridad en Gaza, muchos se han quedado sin refugio y viven en condiciones terribles. En Rafah, la ciudad más meridional de la Franja, viven ahora al menos 1,2 millones de personas, frente a las 300.000 que había antes de la guerra. Las calles están repletas de tiendas improvisadas construidas con lonas de plástico y las escuelas están abarrotadas de gente que busca un lugar seguro donde dormir.
Debido a la escasez o la falta de gas, la tierra está siendo despojada de su vegetación para alimentar hogueras con las que calentarse en el frío invernal. El agua limpia y los aseos escasean, las enfermedades se propagan rápidamente debido a las condiciones de hacinamiento y a la ausencia de servicios sanitarios, y los precios de los alimentos se han multiplicado por seis o por siete.
A pesar de estas malas condiciones de vida en el sur, un flujo constante de coches —repletos de personas y pertenencias, con colchones atados a los techos— han ido descendiendo por la carretera de la costa tras la orden del Ejército israelí de evacuar partes del centro de Gaza. Se trata de nuevos desplazados (unos 100.000 ya, según ha dicho la ONU durante nuestra reunión matutina de coordinación humanitaria) que tendrán que intentar encontrar un lugar donde vivir en un espacio donde los recursos son tan escasos que los camiones de ayuda son saqueados todos los días.
Pero la razón por la que la gente sigue dirigiéndose al sur está clara: mis colegas de MSF en el hospital de Al Aqsa, en la zona central de la Franja, recibieron 131 muertos y 209 heridos tras los bombardeos israelíes contra los campos de refugiados de Al Maghazi y Al Bureij la noche del 24 de diciembre. Las imágenes de cadáveres apilados en bolsas blancas en el patio del hospital se repetían sin cesar en los medios de comunicación. Y entonces comenzaron de nuevo los bombardeos sobre Jan Yunis.
Queremos hacer más para prestar ayuda a la población de Gaza, pero los continuos bombardeos y combates nos arrinconan en una zona cada vez más pequeña de la Franja. Las condiciones aquí son terribles y, aún así, no son ni mucho menos tan aterradoras como las que se viven en otras áreas del norte de Gaza que llevan meses sin recibir prácticamente ninguna ayuda. La única forma de salvar realmente vidas aquí es que esta violencia extrema y el castigo colectivo al pueblo palestino terminen, y lo hagan ya.