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“Los machetes dejaron de preocuparnos por la malaria y la desnutrición; ahora han vuelto juntos”

Paciente herido por un corte de machete en el Hospital Regional de Berberati

Yann Libessart

Periodista de MSF —

Los centroafricanos se enfrentan a la inseguridad alimentaria y al aumento vertiginoso de la malaria, al tiempo que la economía y el sistema sanitario del país se encuentran cada vez más paralizados a causa del conflicto. Si bien el número de desplazados internos ha descendido notablemente en los últimos meses, hay que matizar que este hecho no se debe a una buena noticia: más de 400.000 personas que en un principio tuvieron que buscar refugio en el interior de los bosques, en otras ciudades o en campos de desplazados improvisados, han tenido que abandonar finalmente su país. Su futuro como refugiados es incierto y nadie sabe si podrán regresar algún día a sus hogares.

MSF lleva trabajando desde enero en el Hospital Universitario Regional de Berberati, al oeste del país, donde sus equipos tratan de cubrir las necesidades médicas de una población que se encuentra en una situación prácticamente limite.

Miles de termitas revolotean alrededor de las pocas luces que iluminan Berberati. El día anterior, una tormenta marcó violentamente el inicio de la temporada de lluvias y con ella llegaron enjambres de insectos. La gente esperaba ese momento para empezar a cazar. Asadas a la parrilla, las termitas llenan un estómago vacío: en tiempos de tanta escasez no se debe despreciar ninguna fuente de proteínas.

El hospital, el único en la ciudad, apenas funcionaba cuando MSF llegó en diciembre. “Ni siquiera había electricidad,” comenta un médico local. “Los pacientes tenían que traer su propia luz para que les examinasen.”

“La mayoría de la gente no quiere pagar por una mala asistencia,” dice el Dr. Nicolas Peyraud, pediatra de MSF. “Como consecuencia, asistimos a la reaparición a gran escala de la medicina tradicional. La mayoría de los niños a los que vemos han pasado antes por el curandero, a veces con consecuencias dramáticas”.

Hace dos meses, se construyó un muro de dos metros de altura delante de la zona de consulta con el fin de proteger de balas perdidas a pacientes y personal. Aunque ha disminuido el riesgo de quedar atrapado en un fuego cruzado, las 150 camas del hospital todavía están llenas de pacientes con malaria y desnutrición.

“El índice de malaria es muy elevado,” dice el Dr. Peyraud. “Aproximadamente tres cuartos de los niños que vemos dan positivo. La enfermedad es especialmente mortal en los pacientes que ya se encuentran debilitados por la desnutrición y la diarrea”.

Furaha Walumpumpu, matrona de MSF, asiste en una media de 10 partos diarios. “Las mujeres de esta región han dejado de venir al hospital a dar a luz, por no mencionar la asistencia preparto, que ayuda a detectar si existe riesgo de complicaciones,” explica Furaha. “En ocasiones recibimos mujeres en un estado lamentable por el simple hecho de que no había personal sanitario cualificado cerca de ellas”

Furaha le dice al cirujano de MSF Yves Groebli que Mariette, una de sus pacientes, debe ir inmediatamente a quirófano por una cesárea de urgencia. “El bebé corre peligro, date prisa”, le dice. Hace unos años, Mariette, de 25 años, perdió un bebé porque no pudo permitirse una cesárea. Pero esta vez la historia termina con un final feliz: en pocos minutos Yves extrae un precioso bebé recién nacido de su útero.

Desde enero, la mayoría de la población musulmana de Berberati se ha refugiado en Camerún huyendo de la violencia. Potopoto, el barrio musulmán que en su día fue el corazón económico de la ciudad, está casi desierto. Todas las mezquitas han sido saqueadas y una de ellas ha sido transformada en iglesia evangélica.

“Las milicias antibalaka controlan la ciudad,” dice el imán Rashid, líder espiritual de los musulmanes restantes, que se refugian en un recinto religioso. “No podemos salir sin poner en peligro nuestras vidas,” comenta. Ahora hay unos 350 musulmanes en Berberati, protegidos por los soldados cameruneses del MISCA, el ejército de la Unión Africana. “Estamos agradecidos por la hospitalidad ofrecida,” dice el imán Rashid. “Aquí tenemos de todo, excepto libertad”.

En un rincón del patio, una enfermera cambia los vendajes a Issoufa, de 24 años, que perdió el brazo en los últimos episodios de violencia. “Vivía cerca de Nola, a 100 km al sur de Berberati,” dice Issoufa. “Cuando llegaron los antibalaka, me robaron todo lo que tenía y me dispararon en el brazo. Ir al hospital en Nola era demasiado peligroso. Tuve que esperar varios días hasta que me pudieron llevar a Berberati”.

Cuando Issoufa consiguió llegar a Berberati, ya era demasiado tarde para salvarle el brazo y el cirujano de MSF tuvo que amputar. “Esperaré hasta terminar el tratamiento, luego iré a Camerún a reunirme con mi familia,” dice Issoufa. “Aquí no tengo futuro”.

MSF empezó a trabajar en Berberati en enero de 2014 para cubrir las necesidades sanitarias de los desplazados y para tratar a las víctimas de la violencia. Aunque la violencia en la ciudad se ha reducido desde enero, las necesidades sanitarias siguen siendo enormes. El pasado mes hubo más de 3.000 consultas externas, de ellas 2.450 fueron de pacientes que sufrían de malaria. Se hospitalizaron 427 pacientes, se llevaron a cabo más de 300 cirugías y nacieron 320 bebés.

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