“Mi país, mi nación, siempre será valiosa y noble, aunque me maltrate”, esto es un verso que recita una de las mujeres refugiadas en el campo de Zaatari, en Jordania. Esta refugiada que tuvo que dejar atrás a sus seres queridos resume con su cita la situación de los más de 59,5 millones de refugiados y desplazados que hay en todo el mundo. Con el documental District Zero, proyectado en el Festival de San Sebastián, Pablo Iraburu, Jorge Fernández y Pablo Tosco han conseguido hacerles visibles con una película dura pero honesta, trágica y esperanzadora. Lo han hecho obviando las cifras y los dilemas políticos, centrándose, solo, en ellos.
“Nadie ha querido marcharse de Siria, nadie quiere estar en Zaatari. El odio es el primero que llega a la guerra y el primero en irse. Después de que estas personas hayan cruzado las fronteras, hayan atravesado lo que han atravesado y hayan vivido el drama de una guerra lo que uno puede percibir allí es la capacidad de resistencia, de reponerse y de intentar reconstruir sus vidas. Más allá de que sea un momento de supervivencia”, nos explica Pablo Tosco, uno de los realizadores.
El hombre que arregla los móviles
Hay una fotografía de John Stanmayer donde unos cuantos refugiados africanos levantan los móviles al cielo para coger cobertura. De esa imagen nació District Zero, “el teléfono es ese espacio en el que guardas tu memoria y tu identidad, tu relaciones con la gente, es una ventana hacia tu vida antes de tener que huir. Primero imaginamos un personaje ideal, que tuviera una tiendita y después nos pusimos a buscar si esa persona existía. Fue entonces cuando encontramos a Maamun”.
Maamun Al-Wadi regenta una pequeña tienda en el campo de Zaatari, allí repara teléfonos móviles, vende tarjetas de memoria, recarga las baterías… Él es el encargado de cuidar las conexiones que sus vecinos tienen con Siria. “Lo que nos sorprendió es que todo el mundo tenía un teléfono y salían al terraplén a buscar señal para ver qué está pasando al otro lado de la frontera: bombardeos, persecuciones, huidas… No son gente que está ajena. Y a través de la tienda de Maamun confluyen todas esa historias y todas esas identidades”, nos cuenta Pablo Tosco, que estuvo conviviendo con los refugiados de Zaatari.
A través de la mirada de Maamun, el espectador es testigo del contenido de las tarjetas de memoria de algunos de sus clientes. Las fotos comparten el horror y la destrucción de una guerra interminable pero lo que verdaderamente tiene valor son las fotos de la vida familiar, en Siria, o en Zaatari, la rutina diaria y la felicidad. Por eso el deseo de Maamun es comprar una impresora fotográfica, así los refugiados podrán ver como sus seres queridos o sus recuerdos cobran vida.
District Zero no es un documental convencional, ni por lo que cuenta ni por la forma en que lo cuenta. Los directores dejaron la cámara grabando mientras los protagonistas se dedicaban a sus vidas, hay momentos verdaderamente emotivos provocados por el empeño de Pablo, Jorge y Pablo en crear un ambiente íntimo.
“Nosotros teníamos claro que no teníamos un documental de entrevistas y cifras, queríamos darles la voz a ellos. En un primer momento teníamos miedo a ese volumen de información pero la manera de abordarlo fue lo que nos dio esa intimidad. Planteábamos situaciones y dejábamos que sucediesen dejando la cámara mucho tiempo”. A través de un puñado de historias se pueden adivinar la de las 82.000 personas que viven en Zaatari, el segundo campo de refugiados más grande del mundo, después del campo de Dadaab, en Kenia.
El filme forma parte de un proyecto más grande, District Zero es una iniciativa de 'EUsaveLives-You Save Lives', una campaña de la Dirección General de Ayuda Humanitaria y Protección Civil de la Comisión Europea y Oxfam Intermón, que pretende concienciar al resto del mundo sobre la vida de los refugiados. “Nuestro cometido solo era hacer visible lo invisible. Lo podíamos haber abordado en Jordania, Sudán del Sur o la República Centroafricana. Nuestra propuesta fue hacer algo radical, ir a la persona en un espacio muy pequeño para llegar a un nivel de intimidad que compense ese barullo que hay en los medios de comunicación. Se habla de muchedumbres como si estuviésemos hablando de ganado”.
En el limbo, la vida continúa
“Estar aquí es morir antes de tiempo, es lo mismo dormir que morir, estar aquí es como si lleváramos diez años dormidos. Dormir o morir ¿Qué diferencia hay?”. Así contesta Maamun a una amigo cuando este le pregunta si es feliz. Para ellos vivir en Zaatari es como vivir en un limbo donde la vida no avanza. La sensación de estar observando una especie de sociedad post-apocalíptica es tremenda y sobrecogedora.
Pero la vida sigue su curso, también en los campos de refugiados. Durante el filme se dejan ver ciertos momentos de regocijo, niños jugando, la escuela, el hospital y el nacimiento de una niña. “Nos interesaba mucho abordar el tema de la identidad desde el principio, quién soy y qué relación tengo yo con el lugar en el que estoy. ¿Soy Jordano? ¿Soy Sirio? La niña que nace en la película no sabe de dónde es, lo descubrirá con el tiempo pero la imagen que queríamos subrayar era como el pie imprime la huella. 'Aquí estoy yo, existo, estoy en una ficha, ya tengo mi nombre'. La impresión de la huella digital es un acto para subrayar la identidad en paralelo con imprimir las fotografías, imprimir esos recuerdos. Era nuestro objetivo desde el principio, hacerles visibles.”.