Entrevista Douce Dibondo

Douce Dibondo, periodista francesa: “La raza siempre se ha dejado para después en la agenda, primero venía la clase”

Amado Herrero

París (Francia) —
21 de junio de 2024 22:45 h

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“Todas las personas racializadas son genios de la adaptación. Esta capacidad es una brújula que nos permite navegar en un mundo racista y, al mismo tiempo, una pesada ancla que dicta nuestras vidas”, escribe Douce Dibondo en su ensayo 'La charge raciale' (La carga racial). Inspirado por la noción de carga mental, el concepto de carga racial ha sido teorizado en Francia por la investigadora Maboula Soumahoro, especialista de civilización del mundo anglófono en la Universidad François Rabelais de Tours, que lo define como “la agotadora tarea de explicar, traducir y hacer comprensibles a otros las situaciones violentas, discriminatorias o racistas”.

En su ensayo Douce Dibondo ofrece una reflexión sobre la importancia de los sentimientos y los estados afectivos dentro del pensamiento antirracista, además de una visión en la que la humanidad y la introspección son fundamentales para entender el mundo y las relaciones interpersonales.

¿Qué es para usted la carga racial?

Un peso ante la cuestión de la raza que se manifiesta de formas diferentes. En general, son las estrategias de adaptación que las personas racializadas ponen en marcha para sobrevivir en un mundo mayoritariamente blanco. Pero esas estrategias no surgen de la nada, sino llegan por el peso de la historia, ligadas a la esclavitud y a los imperios coloniales.

Actualmente, todo eso se manifiesta en nuestra relación con las instituciones francesas y europeas y por el racismo del inconsciente colectivo, ya que la cuestión de la raza no ha sido suficientemente tratada. Además, también hay una dimensión intrapersonal que hace que las personas racializadas se perciban a sí mismas a través de ese punto de vista blanco. Eso hace que sientan una presión no sólo por integrarse, sino que también les obliga a tener que hacer más que el resto.

¿Cómo surge la idea de escribir un ensayo alrededor de ese concepto?

El origen del libro yace de la ausencia de este tema en el debate público en comparación con otras cuestiones como la carga mental, que han tenido un gran eco mediático (y es legítimo que así haya sido porque ha permitido entender muchas cosas). El término 'carga racial' lo leí en una tribuna de Maboula Soumahoro en Libération en 2017, en la que se habla de hasta qué punto la violencia policial forma parte de la carga racial; hasta qué punto está presente el miedo de ver a alguien de tu entorno morir, no como idea abstracta, sino a manos de la policía.

Para mí esa tribuna fue una revelación, porque ese término describe con sensibilidad y sutileza lo que vivimos desde el nacimiento: llevamos máscaras para sobreadaptarnos [cuando una persona siente la necesidad de estar y quedar bien con su entorno]. Desde un principio se nos hace entender que no somos personas, que se nos puede matar a voluntad, que nuestros cuerpos no son dignos de memoria, de ser celebrados, de ser amados o deseados.

Si nos remontamos un poco en la historia, el cuerpo negro ha servido al desarrollo de la medicina. El padre de la ginecología, James Marion Sims, utilizaba a mujeres negras como cobayas, sin anestesia, en experimentos bárbaros.

Esa idea de la carga racial la conocemos desde Fanon o W.E.B. Dubois, desde los teóricos que abordaron la parte psicológica del racismo. Para mí era fundamental analizar y teorizarlo. De ahí este ensayo que también es una investigación periodística, puesto que recoge testimonios del podcast y de obras culturales, además de ser un psicoanálisis y un análisis sociológico. Era necesario llenar ese vacío, esa voluntad de silenciarnos.

El miedo del que hablaba se manifiesta con las violencias policiales pero el libro también repasa otras situaciones de las que, efectivamente, se habla poco, como el ámbito sanitario.

Si nos remontamos un poco en la historia, el cuerpo negro ha servido al desarrollo de la medicina. El padre de la ginecología, James Marion Sims, utilizaba a mujeres negras como cobayas, sin anestesia, en experimentos bárbaros. En parte lo hacía porque se consideraba que las mujeres negras tenían una resistencia especial al dolor, una concepción que se conoce como 'el síndrome Mediterráneo'. Aunque, curiosamente, el racismo es siempre ambivalente: al mismo tiempo se decía que las personas negras son muy dramáticas y teatrales frente al dolor, que se quejan por nada, solo por molestar o por holgazanería. En Francia tenemos dos casos recientes de personas negras que han llamado a los servicios de urgencias y que han acabado falleciendo porque no se les ha escuchado.

La otra cara de esa moneda es la idea de una resistencia al dolor casi sobrehumana. Algunos estudios que cito en el libro demuestran que, en el mundo de la obstetricia, cuando una mujer negra pide una epidural, el personal sanitario tarda más tiempo en administrársela. Todavía hoy existe esa concepción de la gran resistencia al dolor.

¿Qué se necesita para cambiar esa situación?

Minimizar nuestro dolor conduce a muertes prematuras, eso es lo que está en juego. Durante la pandemia hemos escuchado de personas que tenían que acompañar a sus padres a los centros de salud porque, en algunos casos, estos no hablaban bien la lengua y veían que sus síntomas eran acogidos por condescendencia por el personal sanitario. Por eso, frente al racismo yo me pregunto: ¿qué es el juramento hipocrático sino un juramento de hipócritas? Mientras los profesionales del mundo sanitario no entiendan el racismo como una cuestión de salud pública seguiremos en esta espiral. Además, ya sea por una cuestión estructural, las personas racializadas tienen problemas de acceso al sistema, porque es más frecuente que vivan situaciones de precariedad.

La persistencia del ‘síndrome Mediterráneo’ cuando estamos frente al personal sanitario, la minimización de nuestro sufrimiento y nuestro dolor, nos obliga a buscar estrategias alternativas, a buscar médicos también sean personas racializadas. Pero eso, a corto y a medio plazo, nos penaliza, dado que se nos diagnostica más tarde, etc.

¿Puede la sociedad contribuir a reducir esa carga racial?

Durante mucho tiempo, en Occidente, las personas blancas estaban convencidas de que el racismo era una cuestión que tenemos que resolver nosotros, las personas que lo sufrimos, las personas racializadas. Pero no, es todo lo contrario. Si nosotros lo sufrimos es que alguien nos lo está infligiendo, y ese alguien es todo un sistema. No se trata de una culpabilización ad hominem, salgamos de la culpa individual y abracemos la responsabilidad; preguntarse qué significa educarse frente al racismo, qué significa forzarse a cambiar.

Comencemos por cosas sencillas, como cambiar el algoritmo de Netflix, o interesarnos por cosas que no hablen directamente de la raza pero que muestren la experiencia de personas negras, la cultura de otros. Activemos esa empatía social. La cuestión de los estados afectivos es muy importante en la carga racial y también en mi ensayo, porque muestra hasta qué punto la carga racial es un asunto psico-político. Y mientras no se trate como tal –también en el campo de las ciencias sociales y de la sociología– no lograremos una fusión de temas y nos encontraremos siempre con los mismos problemas.

A modo resumen, por un lado, hay una cuestión estructural en el racismo y, por otro, también está cómo lo vive cada persona. Es necesario que prestemos atención a nuestra interioridad, tanto las personas racializadas como las blancas. ¿Qué estamos haciendo en términos de empatía? ¿Cómo reaccionas en una cena de familia?, ¿eres aliado o eres cómplice del racismo? ¿Cómo te posicionas? Está bien estar en contra del racismo, pero queremos personas antirracistas, que activen palancas, que tomen riesgos. Todo eso también implica analizar sus propias opiniones. Porque, en cierto sentido, el racismo es vivir la fantasía de otra persona; no se nos ve como realmente somos.

¿Cómo combatir esas proyecciones, esos tópicos?

Conociéndose a sí mismo, tanto del lado de las personas racializadas como de la blanquitud. Cuando hablo de empatía social, hablo de trabajar sobre nuestros sesgos cognitivos y neurológicos. Nos acostumbramos a estar con nuestros semejantes, con la gente que se nos parece. Para salir de esa apatía, de esa indiferencia sobre la cuestión de la raza, hay que abrir nuestros horizontes. Literalmente hay que abrir nuestra conciencia. Incluso en los propios medios antirracistas no hemos tomado suficientemente en cuenta los sentimientos.

Entender las dos caras del problema es lo que nos va a ayudar a aligerar la carga racial: es algo que debe comenzar en el interior de cada uno, pero también tiene que ocurrir en el sistema educativo, desde la infancia. Si bien cada vez hay más referentes y representaciones porque la sociedad evoluciona, estas aún no son suficientes. Por eso es importante que se desdramatice esta cuestión, que invitemos a personas a las aulas para tratar temas del pasado de los que hoy no se habla pero que podrían abrir un diálogo, ya no sobre la culpabilidad sino sobre reparaciones. Pienso, por ejemplo, en la deuda de Haití o de otros países colonizados.

Francia ha dado un paso legislando en contra de las discriminaciones capilares. ¿Cree que puede ayudar?

Es un paso en la dirección correcta, porque es importante mostrar esa parte discriminatoria de la sociedad, aunque hay un elemento que me crea inquietud: se ha querido eliminar la dimensión racista del problema diciendo que era una medida que también protege a personas pelirrojas o a personas con el cabello rizado... Sabemos que son las personas racializadas (árabes, negras o asiáticas) las que realmente sufren este tipo de discriminación.

No son los cabellos, sino la persona que los lleva la que está siendo discriminada. Las personas con dreadlocks se asume que no son buenos trabajadores, en los hombres se asume que se drogan o que no son serios. Pero, para hacer pasar esa píldora, había que despolitizar la cuestión.

La manera que se utiliza para defender la inmigración es problemática: se sigue una retórica casi de 'white saviourism'. Hay inmigrantes que son buenos porque vienen a trabajar para nosotros, gente que ayuda a construir Francia. Esos inmigrantes son funcionales y eso es lo que les da derecho a venir, una visión capitalista y utilitarista del cuerpo de las personas.

De manera más general, ¿considera que la política en Francia da la importancia que merece a las discriminaciones y las cuestiones raciales?

El discurso en política ha evolucionado, especialmente en el caso de La Francia Insumisa (LFI). Del partido ecologista prefiero no hablar mucho, porque para mí son el ejemplo más claro de personas de izquierda que se niegan a ver el tema de la raza, que se tapan los ojos ante la cuestión. Pero ha habido una renovación en LFI gracias a personas como Danièle Obono, David Guiraud o Rachel Keké, qué han puesto en primera línea esta cuestión racial y de discriminaciones. Antes de ellos no era así. La raza siempre se dejaba para después en la agenda, primero venía la clase, el capitalismo, etc.

En el tema de las violencias policiales, como en el caso de Adama Traoré, se ha necesitado mucho tiempo hasta que una persona como Traoré recibiera el apoyo de personalidades de izquierda. Siempre ha habido un miedo a que se les asociara al comunitarismo o al separatismo, como si la izquierda blanca tuviera miedo a decir que el racismo existe. Son temas sociológicos y sociales de los que hay que hablar.

Por otro lado, en el seno de la militancia, en los colectivos, también ha habido una parte que considera que la raza es un tema secundario cuando en realidad la negrofobia y el racismo son una piedra angular del sistema. Lo vemos a nivel mundial, con muchas cuestiones relacionadas con el imperialismo y el neocolonialismo. Por eso, creo que falta una mayor diversidad en algunos círculos militantes.

En muchos casos la cuestión migratoria se utiliza como máscara para hablar de la cuestión racial.

Lo vemos incluso en cosas como el vocabulario escogido. A veces se habla de “inmigrados” en referencia a franceses de segunda o tercera generación, personas nacidas en territorio francés pero racializadas y que sufren discriminación. Y la izquierda no consigue definir una línea argumental para separar esos temas, para explicar que la inmigración es una cosa y el racismo otra. Es obvio que hay una relación, pero hay personas que no son inmigrantes y que viven las mismas situaciones.

Además de esa falta de posicionamiento claro, la manera que se utiliza para defender la inmigración es problemática: se sigue una retórica casi de “salvador blanco”. Hay inmigrantes que son buenos porque vienen a trabajar para nosotros, gente que ayuda a construir Francia. Tienen una función y pueden continuar ejerciéndola. Esos inmigrantes son funcionales y eso es lo que les da derecho a venir, una visión capitalista y utilitarista del cuerpo de las personas. ¿No podemos simplemente pronunciarnos sobre la humanidad, sobre el hecho de que esa persona es un refugiado climático o huye de una guerra instigada por el neocolonialismo y/o el imperialismo? ¿Es necesario que le dé un servicio a Francia? Creo que es algo que también se le puede reprochar a la izquierda.