En cada farola de la autopista de entrada a la península de Dakar luce un cartel de “Dahomey”, la última película de la directora franco-senegalesa Mati Diop (París, 1982). Recientemente galardonada con el Oso de Oro en la 74 edición del Festival Internacional de cine de Berlín, el documental acompaña el viaje de 26 tesoros reales de Dahomey repatriados desde París a su tierra de origen, ahora Benín.
Como si se tratase de una visita de Estado o una publicidad telefónica, el despliegue mediático alrededor de la película ponía de manifiesto el interés del equipo de “Dahomey” de compartir su trabajo con un amplio abanico de públicos, para lo que se orquestó, para esta primera gira mundial, una campaña de difusión entre el 17 y 25 de mayo, que incluía salas de cine, museos y universidades.
La expectación estaba servida. Lo auguraban el reciente premio, pero también el interés que suscita en los últimos años entre gente de la clase política, académica y artística el debate por la devolución de los bienes culturales obtenidos de manera ilícita en África por parte de las instituciones occidentales .
La directora, hija del músico Wasis Diop y sobrina del importante cineasta Djibril Diop Mambety, es conocida en su trayectoria como cineasta por poner a la juventud africana, particularmente senegalesa, en el centro de su trabajo. El retrato de la migración que propone en “Atlantique” (2019) (reconocida con el Gran Premio del Festival de Cannes), envuelto de amor, feminismo y fantasía es ejemplo de su visión poético-política del cine.
Con su segundo largometraje, “Dahomey”, escrito en el título en mayúsculas y verde flúor con una intención “retro-futurista” según la autora, aborda uno de los temas más calientes simbólicamente en las relaciones Europa-África.
Devolución, restitución, repatriación
Dahomey (Danxomé en lengua fon) es un reino africano situado en el sur de la actual República de Benín, fundado en el siglo XVII. En 1892, bajo el reinado del rey Béhanzin, el coronel Dodds invadió Abomey, la capital del reino, y en 1895, Dahomey pasó a formar parte del imperio colonial francés. En la incursión, el militar francés expolió miles de tesoros reales (entre los cuales los 26 de la película), donándolos al museo etnográfico del Trocadéro, futuro Museo del Hombre, y que pasan a la colección del Quai Branly a partir del año 2000.
Tras décadas de debate sobre la necesidad de recuperar los objetos y archivos expropiados por las potencias coloniales (en particular a partir del Manifiesto cultural Panafricano de Argel, en 1969), y algunas devoluciones puntuales por parte de Inglaterra o Bélgica, en 2016 se abrió un nuevo capítulo cuando el presidente de Benín, Patrice Talon, pidió al Estado francés la restitución de sus bienes culturales expoliados.
En 2017, el presidente francés Emmanuel Macron, en un discurso en la Universidad de Uagadugú (Burkina Faso) se posiciona a favor de una posible restitución y comandita un estudio a la historiadora francesa Bénédicte Savoy y el economista senegalés Felwine Sarr que será entregado al año siguiente. “Restituir el patrimonio africano” (2018) es la obra de referencia qua abrió la puerta a una primera devolución de Francia al Gobierno senegalés en 2019 (el sable de El Hadj Oumar Tall) y a la aprobación de la Ley 2020-1673 relativa a la devolución de bienes culturales a Benín y a Senegal. Pocas semanas después se puso en marcha la logística para la devolución de las 26 obras del reino de Dahomey.
Mati Diop consideró “fundamental” estar presente. La autora explica que no podía dejar a los políticos acapararse de la palabra restitución: tenía que haber un artista que acompañase el proceso para que hubiese un contra-relato de este momento histórico tan simbólico, “que podía caer en la instrumentalización” del Gobierno de Talón. “La operación de repatriación de objetos necesita de un gesto sensible para que sea una restitución”, asevera. “Los Estados no tienen el poder de restituir: solo lo tiene la gente”, reitera.
“Soy el número 26”
El Museo Theodore Monod de Dakar acoge la primera proyección al aire libre de “Dahomey”, una cálida noche de mayo. Las escaleras del edificio colonial acaban de ser “intervenidas” por un artista, que las ha acomodado con cojines de colores obligando a girarse y mirar, no ya al museo, sino a la calle. A la realidad.
Un público, compuesto esencialmente de profesionales o amantes de la cultura, se deja envolver por la proyección inserta en los ruidos del barrio de Plateau, la luz de la luna, el gato del museo y un ligero viento que ondea la pantalla.La película (que se estrenará en salas en Francia en septiembre y cuyos derechos ha adquirido FILMIN en España) conjuga el seguimiento de la realidad en un momento histórico único y la mirada intencionadamente subjetiva de la autora. “Dahomey” tiene dos protagonistas: la juventud y los tesoros. En concreto, la pieza número 26 nos habla. Una voz en lengua fon co-escrita por el artista haitiano Makenzy Orcel en la que se nos comparte el pensamiento íntimo de una de las piezas.
El singular posicionamiento de Diop, expresado a través de una cámara a veces escudriñadora a veces onírica, y un tratamiento sonoro con gran dramaturgia cuestiona el proceso de devolución desde el empacamiento de las obras hasta su llegada al majestuoso palacio presidencial en Cotonú. La estatua 26 nos cuenta su historia más allá de ella y su epopeya, resonando con lo que acontece en la actualidad en la dimensión humana: en la vida cotidiana “de hombres y mujeres desposeídos de voz”, según la autora. Al llegar a Benín, la 26 deja de ser un número y deviene singular: es una estatua antropomórfica del rey Ghezo.
A la segunda protagonista, la juventud africana, se le consagra casi la mitad de este documental de poco más de una hora. El dispositivo utilizado para oír su voz es un debate de estudiantes de la Universidad Abomey Calavi, creado ad-hoc para el film. Mati Diop explica que el día de la llegada de los objetos al país tan solo hubo un debate de cuatro personas en la radio universitaria, por lo que la directora y su equipo decidió crear uno en el que más gente se pudiese expresar abiertamente sobre los temas que rodean la restitución de los bienes culturales africanos a sus tierras de origen: ¿Es una prioridad? ¿Se cuenta con la opinión de la juventud? ¿Va acompañada de una política cultural? ¿A quién se restituye, para qué, a dónde y con qué relato?
Saber transmitir su valor
Según la autora, “los países africanos además de ejercer su derecho a reclamar su patrimonio a las potencias occidentales deberían proponer en paralelo una estrategia que responda a los desafíos de su transmisión, si no, se queda en una demostración política”.
Con la mano alzada, la estatua mitad hombre-mitad pez representa el rey Béhanzin, el último rey de Dahomey, que se enfrentó a los franceses: “El tiburón audaz que turbó las aguas”. Un trabajador del museo lo observa, entonando una canción, quizás un rezo. Mati Diop sigue estos gestos, las miradas curiosas, las sombras de la gente atravesando las figuras, ya por fin de vuelta a su tierra, pero aún encerradas física y simbólicamente.
La mirada de Mati Diop sale entonces a la calle: un vendedor de libros, con “La Aventura Ambigüa” del escritor Hamidou Kane en el centro; los tejados de grandes edificios en obras (un guiño a “Atlantique”, a una “África en construcción”); las trabajadoras informales, la juventud en los bares, la infancia que observa (y baila). Según la historiadora Bénédicte Savoy, que acompañó a la artista en la proyección, el trabajo de Diop es “una elevación del debate de la restitución a un plano social universal”. La directora precisa que “buscaba ponerlo en perspectiva con las urgencias sociales de la población beninesa”.
Pasar el relevo
El anfiteatro del campus de Civilizaciones, Religiones, Arte y Cultura (CRAC) de Universidad Gaston Berger de Saint Louis, acogió el final de este primer periplo de “Dahomey” en África. Desde el 31 de mayo, la gira ha seguido en Benín, también en presencia de la autora, evidenciando el peso que ha querido dar a la difusión del filme en el continente.
Las casi 300 personas presentes aplauden en varias ocasiones al final de la película. También Diop les aplaudió: felicitó al estudiantado senegalés por haber luchado por la democracia, “contra la dictadura de Macky Sall”, como ya recordó en Berlín al recoger su Oso de Oro.
En el debate, el público dice concordar y empatizar con los estudiantes benineses. También hay desacuerdos. Hay quien piensa que es un insulto devolver solo 26 tesoros de los casi 7.000 expoliados. Otros manifiestan que los museos son espacios occidentales y que las obras deben volver a sus comunidades, para “devolverles la vida que les han arrancado”. Mucha gente quiso hablar y compartir sus opiniones sobre la película.
“Se han robado muchos bienes culturales materiales de África, pero nuestro patrimonio inmaterial ha seguido aquí. Ese, nadie nos lo puede quitar”, argumenta una joven. Es lo que buscaba Mati Diop con su propuesta: pasar el relevo a las nuevas generaciones. ¿Es posible un nuevo comienzo?